lo que hay detrás del horizonte

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Inuyasha apenas volvió a ver a la exterminadora, y cuando lo hizo su mirada era grave.

-Sango, vete por favor –le exigió Inuyasha apenas atreviéndose a verla a la cara-, Kikyo y yo tenemos algunos asuntos pendientes…

Sango hubiera querido protestar, pero bien sabía que no serviría de nada, le parecía imposible creer lo que le pedía, ¿Por qué tenía que haber aparecido esa mujer en aquel momento? Sango apenas puso sostenerle la mirada un segundo más, pues al siguiente instante se encontraba corriendo hacía la aldea sin intención de mirar atrás.

"No me importa" pensó Sango alejándose de aquel lugar caminando presurosa, "No me importa" se dijo nuevamente para después echar a correr alejándose de aquel claro "No me importa, no me importa ¡No me importa!" Las palabras que él le había dicho la hirieron por dentro, y aunque lo deseaba negar con todas sus fuerzas, sabía que le importaba… Y mucho.

-¡NO ME IMPORTA!- gritó histéricamente y toda una bandada de aves que se ocultaban en las ramas de los árboles que la rodeaban salieron volando hacía el cielo, asustados por aquel ruido. La exterminadora echó a correr entre los árboles del bosque como siguiendo un sendero inexistente que la guiaba había la aldea.

Los animales que se hallaban en el bosque se alejaban asustados de aquella figura que se movía con rapidez y luego miraban interrogantes por si el peligro había pasado.

Sango corría tan rápido como le era posible y es que, al igual que le ocurriera al perseguir a Miroku, la yukata le impedía mover las piernas libremente, hacía su mayor esfuerzo por alejarse del claro donde se encontraba el pozo, de la sacerdotisa Kikyo y de Inuyasha. Corría para alejar la aflicción y la tristeza. Ya adentrada en el bosque le era más difícil moverse, evadía los árboles y arbustos con violencia, como sus deseara hacerse daño, recibiendo rasguños en todo el cuerpo y rasgando ligeramente su ropa. Sus mejillas ardían y, aunque trataba de contener el llanto, sus lágrimas las empapaban rodando por ellas sin poder detenerse.

¡Esa maldita sacerdotisa! ¿Por qué tenía que haber aparecido en ese momento? Y es que por más que le doliera, bien sabía lo mucho que ella significaba para Inuyasha; después de todo, solo al verla le había dicho que se marchara, le había sido tan fácil suplantar su compañía por la de ella aun cuando él sabía que… que ella…

Se sentía tonta por no querer luchar contra aquel sentimiento que desde el principio había sabido indebido, y que sin embargo se había arraigado tan profundamente en sus ser que le era imposible atentar contra él, más seguía preguntarse ¿Por qué él? ¿Por qué se había enamorado de quien menos debía? El, quien ya tenía suficientes problemas del corazón como para lidiar con otro más. Empezaba a creer que debía odiarse por no haberse alejado de él cuando comenzó a darse cuenta de que estaba sintiendo algo que no debía sentir, algo que no solo causaría daños a personas que quería, como Ahome e incluso Miroku, si no que también la dañaría a ella. Estaba tan abatida que ni siquiera veía claros sus pensamientos, todos se revolvían en su cabeza conexos por un enorme sentimiento de desconsuelo. Pero se consideraba merecedora de aquel dolor, pues estúpidamente había creído, aunque solo fuera por aquellos momentos en que él la rodeara con sus brazos, que existía la esperanza de estar a su lado ¿Cómo había podido asegurarle que permanecería a su lado si esa decisión jamás le había pertenecido realmente? Incluso había creído que las palabras que pronunciara tenían algún valor para él, realmente había llegado a creerlo, pero la decepción era dura y lo era aún más aceptarlo. Acababa de comprobarlo en su mirada cuando le exigió que se marchara, pues ella no tenía nada que ver con el asunto que tenía que tratar con Kikyo; y aún así, quería tenerlo… Quería poder opinar, quería imaginar que el amor que sentía le daba algún derecho sobre Inuyasha, pero no era así… Y eso dolía.

"Complicado amor"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora