Llegando al final...

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... de la semana las cosas no mejoraron. Un séquito de chicas parecían haberse organizado para hacer los días de Camila un infierno con comentarios fuera de lugar e insultos. Camila estaba empeñada en no contarme lo que había pasado entre los directivos y sus padres en la reunión, y si bien me indignaba porque en la ignorancia no podía ayudarla, sí podía hacer algo para detener los abusos en los corredores. Como alumna de la institución los directivos estaban obligados a cuidarla, por lo que tuve una seria conversación con el rector con la ayuda de Julián para que tomaran medidas apropiadas contra los alumnos que la amedrentaban. 

Hubo una seria charla y algún que otro castigado en su salón que le había soltado un comentario vulgar en medio de la clase de filosofía; la profesora lo llevó de una oreja directo a dirección, pero de un castigo leve no pasaron. Así que empecé a pegarme a ella más que antes y la acompañaba en todo momento.

Usualmente los más jodidos eran los más chicos que con sus aires de superación iban por los corredores burlándose de una niña que con suerte conocían, el resto simplemente les seguía el juego.

Pero la gran mayoría tenían algo en común: todos pertenecían a algún grupo, comité y actividad extracurricular que enriquecía sus aptitudes académicas y eso podía utilizarlo a mi favor. Siendo yo parte del centro estudiantil tenía la capacidad de mover algunas fichas para complicarles un poco la vida. Y ellos lo sabían perfectamente, así que cuando me veían cerca intentaban mantenerse al margen. Además me llevaba fantástico con los profesores y les servía que hablara bien de ellos.

Aún así su casillero apareció un par de veces escrito y el rector tuvo que amenazar con suspensión a los que estuvieran involucrados. Eso logró mitigar un poco las aguas. Mientras tanto, intenté de toda las formas posibles levantarle el ánimo, hablándole de las vacaciones, pronto terminaría la escuela y podríamos ir a bañarnos al lago cada mañana. Pero el humor de Camila continuaba igual de triste y apagado. Era horrible ver a una chica que se caracterizaba por ser tan alegre y animosa caminar con la cabeza gacha como si fuera una paria.

—No soporto verla mal, ¿cómo es posible que un par de críos puedan arruinarle la vida a alguien? —mascullé, soltando los cubiertos con desgana. Había perdido el apetito.

—Ellos no se la arruinaron, solo contribuyen a cagarle la vida a las personas. El verdadero culpable es ese niño de papi, nunca debió confiar en él —opinó Roberta señalándome con la cuchara cubierta de pudín de chocolate, el cual dejó caer un poco sobre la mesa.

Durante toda la semana Camila había estado almorzando en mi mesa, pero como no soportaba el cuchicheo y las miradas condenatorias, se retiraba antes de que acabara el turno y se encerraba en su salón. Por suerte a esas alturas del año al profesor de guardia no le importaba mucho lo que hiciéramos.

—¿Cómo iba a saberlo? Él se comportaba muy lindo con ella —la excusé.

—Todos esos chicos son así, muy atractivos y tiernos, es fácil caer enamorada a la primera de cambio. Por eso son los más peligrosos. Todas debemos estar alejadas de ellos —advirtió, mirando a cada una de las chicas que nos encontrábamos allí.

Eso se oía similar a lo que yo le había dicho a Camila en un primer momento, pero me pareció muchísimo mas feo escucharlo de otra persona y con otras palabras. ¿En verdad estos muchachos podían arruinarnos tanto?

—¿No estás exagerando un poco? —inquirió Alejandra.

—Lamentablemente no lo estoy. No digo que tengan un corazón frío, seguramente lleguen a enamorarse algún día. Pero mientras tanto, engañarán muchos corazones inocentes. Háganme caso, sé de lo que hablo. —Lo decía con tanta convicción que me hizo preguntarme si no hablaba por experiencia propia.

El chico equivocado© [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora