Callejon.

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"La luna no parecía querer despedirse, la noche había durado tanto que, cada segundo contado pesaba lo mismo que un minuto entero. La castaña no dejaba de dar vueltas sobre su cama como cualquier otra noche. Sus ojos daban a notar aquel agotamiento después de dejar escapar aquellas culpables gotas saladas que, desde hace un par de meses, eran su único método para lograr conciliar el sueño.

Las pesadilla no ayudaban mucho a la ardua tarea de cerrar los ojos, en un desesperado intento por no ver ni recordar nada. Su hermano, él siempre estaba con ella cuando no podía dormir, solo para hacerle compañía o contar historias hasta que Morfeo se apropiaba de la joven y le regalaba la tranquilidad de un sueño. Pensar que ahora era él y su recuerdo lo que le robaba el descanso nocturno. Las noches se había vuelto demasiado rutinarias como para soportarlas.

Cansada, repitió la misma acción de noches anteriores, buscó en el cajón de su escritorio un pequeño fracaso lleno de pastillas, que en teoría, le ayudarían a pasar el resto de la velada un poco más tranquila. Caminó hasta la primera planta para tomar un vaso con alguna bebida que le ayudará a pasar el par de píldoras.

Mientras recorría pasillo entre la obscuridad de la noche, su memoria jugaba con su cuerpo, haciéndole recordar los momentos más divertidos con Jacob, su hermano, aquel protector que jamás la dejaba sola y que, cuando el miedo y la vergüenza abundaban, llegaba para hacerlas a un lado y volver de ellos una experiencia muy graciosa.

Retornó a su habitación, dirigiéndose a la única entrada de luz entre las cuatro paredes, corrió la cortina y con tranquilidad esperó a que su último recurso para dormir no le fallará. Sus ojos tenían aquella expresión de retener lágrimas, pero de ellos ya no caía nada, después de solitarias horas sola en su habitación, ya no había más para derramar.

Frustrada de la alargada prórroga, tomó asiento en el sillón frente a la ventana, recargó su cabeza al frío cristal, dejando que ella siguiera jugando con todo su ser sin lograr que su pasatiempo afectará su gesto, hasta que poco a poco sus parpados pesaban y lograr así su anhelado descanso; Sin embargo, aun después de lograr cerrar los ojos, no podía estar tranquila.

Aburrido era que el mismo sueño apareciera noche tras noche, tan monótono y culpando a todo aquel que carecía de evidencias en su contra. Dolía la impotencia de no saber siquiera contra que tienes que defenderte, para que todo quedara como una simple tregua en la que ambas partes salieran ganando; no, aún no existía esa opción..."

Finalmente, la salida del colegio fue anunciada por el agudo sonido del timbre escolar sacándome de mi lectura. A pesar de ser la primera de la fila y ubicándome frente a los profesores, simplemente era como el punto ciego de la clase, nunca recibía quejas sobre mi falta de atención y nula importancia a los temas de la pizarra. Aunque sé que el motivo principal es la falsa lastima de todos los profesores del colegio, hacia la desastrosa existencia de mi familia.

Tomé mis útiles guardándolos en mi mochila mientras esperaba a que el aula se vaciara y los pasillos pudieran estar más despejados, solo para evitar cualquier escena de accidentes cliché en las novelas juveniles. No tardarían mucho hoy, pues era día de festival, así que las calles se llenarían de personas de todo el barrio cercano para realizar un festejo mundano más, realmente me molestaba la idea de terminar en medio de esa aglomeración de gente ebria y locos sin pudor, así que me apresure lo más que podía para llegar a casa.

La caída del sol dejaba las calles cada vez más obscuras y neblinosas. Dí vuelta por el extenso callejón que me aseguraba no terminar rodeada de gente extraña. Fascinada por la atmósfera del camino, apague cada uno de mis sentidos, dejando que solo el tacto se deleitara con la humedad del ambiente, el tiento de la bruma sobre mi piel generaba una tranquilidad tan envolvente, que sin darme cuenta me llevó a ralentizar mi paso para seguir sintiendo tal relajación por un tiempo más prolongado.

Un maullido desnubló mi mente para dirigir mi atención hacia el pequeño minino que tome en brazos cuando, cariñosamente, se acercó a jugar entre mis piernas. En lo más denso de la neblina resonó otro maullido, pero esta vez en forma de queja de parte del felino. Cada uno de mis vellos se erizaron al escuchar consecutivos gritos de un hombre, seguido por un golpe en seco que le regresó el silencio al atardecer.

Quedé congelada justo en el punto en el que había tomado al pequeño felino, hasta que a mis pies se acercó otro gato aún más grande que parecía haberse lastimado. Este se posó a mi lado observando tranquilamente la obscuridad, ignorante de la sangre que caía de una herida en su cabeza.

En medio de la neblina, a pocos pasos donde yo estaba, pude ver un cuerpo tendido en el suelo. De un momento a otro termine por correr hacia el hombre dejando al pequeño gato en el suelo. El segundo felino subió sobre el cuerpo de la persona que, sin duda alguna, yacía muerta, pues en sus ojos no había pupila, todo era blanco en un tono aperlado y su piel era totalmente pálida, como si hubiera visto algo que le causó el óbito inmediato.

El gato comenzó a esponjarse, mientras emitía bufidos de enojo hacia la entrada del callejón; levanté la mirada buscando lo que causaba molestia en el felino, sin obtener imagen más allá de la densa capa blanquecina de humedad. Con gran cautela, tomé al mínimo más pequeño y corrí a donde el mayor había comenzado a dirigir sus rápidos pasos.

Entre la neblina, terminé perdiéndome solo escuchando la música del festival que comenzaba a resonar en la plaza cercana. Comencé a caminar más lento, después de haber perdido de vista al gato grisáceo. La imagen de mi alrededor estaba totalmente nublada, pues la neblina no parecía querer detenerse, sino que aumentaba su densidad cuanto más avanzaba. Di unos pasos más hasta topar con alguien.

— lo lamento — respondí intentando divisar al sujeto frente a mi. No recibí respuesta en palabras, pero un par de ojos rojizos y brillantes se divisaron en un gesto atemorizante.

Ese par de luces carmín, que era lo único que se distinguía entre tanta oscuridad, se detuvieron cruzándose con mi mirada llena de curiosidad y temor (que imagino, hasta este momento ya es obvio). Eran tan hipnotizantes que comencé a perderme en ellos, hasta que el dueño del par de orbes se giró egoístamente dándome la espalda y dejando de nuevo todo en un sepulcral abismo

— no te preocupes — contestó una voz grave y silbante antes de que su presencia desapareciera y, como si fuese magia, la neblina se desvanecía detrás de él. 

De La Muerte... Enamorada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora