Un feriado del 1976

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Los años escolares fueron forjando una amistad con dos chicos muy diferentes a mi, y a la vez diferentes entre si.
Gustavo, Cláudio y yo fuimos compañeros desde primer grado. Se puede decir que a pesar de los cambios de compañeros y de maestras, siempre hubo un circulo de protección y comprensión entre nosotros.
Gustavo era el racional, estudioso, serio, hijo ejemplar, prolijo. Un dechado de virtudes.
Cláudio era el fachero, desenfadado, simpático, comprador, un ganador nato en materia de chicas. Con menos inteligencia, pero mas práctico.
Y yo, era el tímido, acomplejado. Lector de historietas y fanático de las películas. Un fantasioso que huía de los problemas y un poco de la realidad.
Pero juntos nos complementábamos para ser respetados y no había circunstancia que nos separara. Eramos un combo del que algunos recelaban porque preferían mas estar con uno que con otro.
Fue en un feriado escolar donde dio inicio la aventura que nos llevaría en nuestra inconsciencia a sumergirnos en mundo de peligros y miedos de los que ignorábamos las consecuencias.
Ese día, las calles estaban vacías, los adultos trabajaban y teníamos las calles con poco transito y las plazas demasiadas cargadas de chicos. Creo que eso fue lo determinante para pensar en hacer algo diferente, aburridos de esperar que se vaciara alguna hamaca, de hacer colas interminables en el tobogán, de hartarnos de comentar los mismos capítulos del Zorro, de Meteoro o de los tres chiflados. Pero sin tener idea de que hacer.
Yo había tenido la precaución de llevar un Paturuzito en el bolsillo, así que no vi cuando vino Carlitos "Tarambana", primo de Cláudio.
Lo note cuando Cláudio me pego en el brazo entusiasmado y me preguntó " ¿vamos?". Lo mire a Gustavo que esperaba con su mirada mi respuesta. No tenia idea de que se trataba, pero no quería que se dieran cuenta así que dije "dale, vamos" con un entusiasmo fingido.
Empezamos a ir hacia los campitos, pensé que había surgido un picado contra otro barrio. Pero cuando llegamos los charcos de agua que había en los terrenos a causa de las lluvias de los días anteriores impedían cualquier intento de partido, y no se veía ningún grupo esperando para jugar. Comenzamos a atravesar en diagonal, esquivando charcos hacia la calle que bordeaba la fabrica. Vi las torres agigantarse en mis pupilas, en mi memoria la imagen de Carlitos como guía se me dibuja como un Gollum entusiasmado con su tesoro. No se con que cara lo mire a Gustavo, que sonrió al darse cuenta de mi ignorancia.
Cuando llegamos a Pellegrini las manos me transpiraban. El paredón se ocultaba amenazante detrás de los yuyos salvajes, altos, espinosos. Caminamos en paralelo a él, de pronto Carlitos apuro el paso y nos señaló un lugar donde los pastizales estaban aplastados, empezó a separar la vegetación con sus dos manos y apareció. No era muy grande, aunque lo suficiente para entrar arrastrándose...
Un hueco.
La entrada al rincón de mis pesadillas.

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