I. Nepal.

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Es bien sabido que Nepal alberga muchas personas rotas, ya sea física o emocionalmente, para encontrar ese algo que les haga sentir que su vida tiene sentido. O para encontrar la cura a sus males. Algunos viajan ahí con tal de reencontrarse con su espíritu en el Himalaya, o para convertirse al Budismo y encontrar la paz interior que tanto buscan. Pero en esta historia, los motivos de una persona en particular son diferentes.

Stephen Strange fue un excelente y exitoso neurocirujano, que a pesar de que ejerciendo su profesión salvaba vidas, realmente no era lo suficientemente compasivo ni empático con las personas a su alrededor. Sin embargo, no estaba demás admitir que realmente era bueno en lo que hacía, pero no sabía que el destino arruinaría aquel estilo de vida al que estaba acostumbrado.

Un trágico accidente de auto le costó perder la movilidad total en sus manos, y por más de que intentó que la medicina occidental lo ayudase a volver a tener una vida normal, no se pudo.

Un rumor que escuchó en su clínica de rehabilitación le llevó a viajar hasta Nepal con su último centavo, sin boleto de regreso. Ya no tenía nada más que perder, si no solucionaba su problema, ya no le importaba morir o quedar como un vagabundo en aquel desconocido lugar. Nadie lo reconocería.

No hablaba el idioma local de la ciudad de Katmandú, eso le costaba comunicarse con la gente pues casi nadie le entendía, y el sólo quería llegar a aquel lugar llamado Kamar-Taj. Después de varios días de estar caminando por las calles de la ciudad, buscaba algo de comer, por lo que en un callejón vio que había unos recipientes con basura. Era irónico que después de pasar varios años comiendo en restaurantes costosos, ahora se encontrara comiendo de las sobras de los alimentos de otras personas. ¿Tan bajo he caído? Pensaba.

Buscando que algo para comer estuviese completo o casi intacto en la basura, un perro callejero andaba por ahí. Cojeaba, era muy probable que su pata delantera estuviese fracturada. Stephen no pudo evitar sentir lástima por el pequeño animal. Por lo que con una rama por ahí, logró enderezar el hueso con mucho esfuerzo, a como sus manos dañadas le permitieron, en unos segundos después, el canino podía volver a usar su pata para andar de nuevo.

 Por lo que con una rama por ahí, logró enderezar el hueso con mucho esfuerzo, a como sus manos dañadas le permitieron, en unos segundos después, el canino podía volver a usar su pata para andar de nuevo

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—Listo, chico. Puedes irte.

El perro en agradecimiento, alzó su pata que estaba sana, como si quisiera estrechársela por la buena acción que hizo aquel hombre con él. Pero apenas el perro se fue de aquel callejón, unos ladrones salieron de las casas aledañas y se acercaron al doctor, intimidándole.

—Vamos, chicos. No tengo nada de dinero.
—Tu reloj. -le ordenó uno de los ladrones.
—No, por favor, es lo único que me queda.
—Dámelo, o te irá peor.
—Está bien. -dijo muy resignado el doctor.
No sin antes entregarle un puñetazo a la quijada del ladrón, aunque realmente a él le dolió más el golpe por su mano débil.
Los tres ladrones comenzaron a pegarle y a patearlo en el piso, arrebatándole el reloj de su brazo y dejándolo ahí, casi moribundo.

Con todo el esfuerzo que su cuerpo pudo soportar, logró arrastrarse hacia una calle más transitada. Adolorido, se sentó en la acera de la calle, pudo sentir como tenía varias costillas rotas, y un brazo fracturado. No duraría mucho tiempo estando tan herido.

Extendía su mano a cualquier persona que pasara en la calle. No pidiendo dinero, solo quería ayuda, necesitaba llegar a un hospital o probablemente moriría de una hemorragia interna, sentía como una de sus costillas se le enterraba en el pulmón cada vez que intentaba respirar. Se le dificultaba agarrar aire en el transcurso de las horas.

En eso, iba pasando un hombre de baja estatura. No parecía que fuese ciudadano local, se notaba que andaba en un viaje de negocios o de vacaciones. Claramente era Estadounidense.
A lo lejos, pudo escuchar cómo alguien pedía ayuda en inglés. Se le hizo algo raro, pero mientras más caminaba, podía escuchar mejor los aullidos de dolor. Avanzó unos metros más y encontró a aquel hombre, casi moribundo, extendiéndole la mano, clamando auxilio.

—Ayuda, por favor. Estoy muriendo. -apenas pudo decir con la voz quebrada.
—Tranquilo, amigo. Te sacaré rápido de aquí. ¿Cuál es tu nombre? ¿Eres estadounidense también?
Aquel vagabundo cerró sus ojos y ya no respondía más, el hombre de baja estatura puso su mano en la frente del moribundo y logró sentir que tenía una fiebre muy alta. Busco su celular en el pantalón lo más rápido que pudo e hizo una llamada.
—Equipo, se cancela la misión.
—¿Qué demonios dices, Ross?
—Se cancela. Necesito una ambulancia a la dirección que te textearé enseguida. Rápido.

El agente Everett Ross jamás hubiese cancelado una misión en ninguna circunstancia. Pero hubo algo, en los ojos de aquel hombre que se encontraba al borde de la muerte, que le hizo sentir angustiado, realmente se sentía preocupado por la vida de aquel desconocido. Él no era del tipo sentimental ni mucho menos sentía nostalgia por la gente. Pero aquel hombre extraño le hizo sentir diferente. No entendía por qué, pero muy dentro sabía que tenía que salvarlo.

What if...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora