V. Nuevo hogar.

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—Tu casa es muy grande. -bufó Stephen.
—Ya te lo había dicho. Lo irónico es que sólo la uso para venir a dormir.
—Al menos descansaré de ti el resto del día.
—Eso ya lo veremos. -rió nervioso Everett.

Le mostró la sala, la cocina y subieron las escaleras. Le señaló una habitación, que era su estudio, donde había una pequeña biblioteca y una colección de aviones a escala.
—Antes de unirme a la CIA fui piloto de las fuerzas aéreas. Pero estuve a punto de sufrir un accidente, el avión casi se desploma, y tuve miedo de volver a manejar uno. Ahora sólo me dedico a coleccionarlos en miniatura, son más seguros.
Stephen lo miraba asombrado. Sentía que Everett se estaba sincerando muy rápido con él, y quería ganarse su confianza a como diera lugar. Era una persona solitaria, y notaba la emoción en su voz cuando le mostraba su colección, quizás no tenía nadie más a quién mostrársela.
—Sígueme. -le indicó. Está será tu habitación.

El cuarto era más grande de lo que el Doctor esperaba. La cama era matrimonial, y había una pequeña mesa con más libros, y un closet que tenía algunas prendas de ropa usadas.
—¿Entonces nadie se queda aquí?
—Ya no. -respondió Everett. —Antes se quedaban mis padres, pero decidieron mudarse a Canadá. También algunos amigos se quedaban antes aquí. No te preocupes, es tuya por ahora.
—Gra... Gracias. Creo que es suficiente para mí.
—Si deseas ver la televisión, puedes ir a la sala, si deseas comer puedes agarrar libremente lo que quieras en la cocina. Con confianza, ¿eh?
—Gracias de nuevo.
—Bueno, debo irme. No me esperes despierto.
—¿A dónde vas?
—Al trabajo, me esperan desde hace rato.
—¿Al trabajo? Pero si son las 5 p.m.
—El deber siempre llama. Cuídate, Stephen. Nos vemos mañana.

Everett bajó rápidamente las escaleras y salió de su casa. Stephen se sentía raro en aquel lugar, no quería abusar de las comodidades que le habían ofrecido. Si bien la casa estaba limpia, había mucho desorden, y aunque odiaba en el pasado hacer deberes del hogar, sintió que era lo mínimo que podía hacer en agradecimiento. Sacudió los libros de la pequeña biblioteca y los ordenó alfabéticamente. Prefirió no tocar la íntima colección de aviones por temor a romper alguno. En el piso de abajo acomodó los muebles, lavó con mucho esfuerzo la montaña de platos sucios que se asomaba en la cocina, sacó la basura y se sentó rendido en el sofá más grande de la sala. Sus manos ardían, pues el jabón había irritado las cicatrices de sus manos. Por lo menos la casa estaba un poco más ordenada, y sabía que Everett le agradecería por ello.

La medianoche llegó y no había rastro del agente, no mentía, era muy probable que llegara muy tarde o hasta la mañana siguiente a su hogar. Stephen se dirigió a su nueva habitación y empezó a desvestirse, hasta quedar en calzoncillos y trató de sentirse cómodo en la inmensa cama que ahora era suya. Contrario a la noche anterior, esta vez pudo quedarse dormido rápidamente, gracias a que se sentía cansado.

Eran las 7 de la mañana cuando Everett regresó a su casa. Se sentía terriblemente agotado, y debía regresar al trabajo unas cuantas horas más tarde, sólo tendría tiempo de ducharse y comer algo rápido. Mientras recorría su hogar se dio cuenta que estaba en completo orden, y el único responsable de ello tenía que ser Stephen. Subió las escaleras y se asomó a la habitación que le había prestado, ya que la puerta había quedado abierta. El doctor que se encontraba profundamente dormido no notó la presencia del agente, que se encontraba hipnotizado por aquella imagen que la mañana le había regalado. Estaba concentrado en el pecho de Stephen, que subía y bajaba lentamente mientras respiraba. Su rostro sumergido totalmente en un sueño profundo transmitía calma y cansancio, y aquello sólo afirmaba más lo obvio. Estaba totalmente enamorado de ese arrogante pero melancólico hombre. Se quedó recargado en el marco de la puerta por varios minutos, admirando la belleza exótica de Stephen, y cerró la puerta con delicadeza, tratando de no despertarlo.

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