Tu risa se escuchaba por toda la sala, entre tus manos reposaba una copa de vino medio llena y en las mías una ya vacía.
Había pasado mucho tiempo desde nuestro último encuentro, entre el trabajo, los niños y el matrimonio no nos quedaba tiempo.
Oh, el matrimonio... Ambas éramos miserables al lado de hombres desconsiderados que sólo nos veían como objetos en los cuales meter y sacar cosas que la imaginación cuenta por sí sola.
En un momento dejaste de reír y yo permanecía quieta mirándote, siempre me pareciste dueña de una belleza descomunal. Tu cabello largo y oscuro, tu piel suave, tus ojos marrones y sonrisa que roba la atención de todo el mundo... Esa figura esbelta que después de dos partos permanece mejor que nunca.
Te miré y me perdí como siempre lo hice; era débil ante la carne... Más que todo ante la tuya.
No sé en qué momento las risas pasaron de ser eso a jadeos sin control, las copas se habían quedado sobre la mesa y tu aliento a vino se combinaba con el mío mientras hincada sobre mí, me besabas con deseo.
Siempre necesitábamos éstas noches en las que nos entregábamos a la otra, en las que olvidábamos las molestias y los pesares de las decisiones tomadas en un pasado que se veía tan lejano, que sólo nos dedicábamos a darnos placer.
Mis manos viajaban por todo tu cuerpo hasta llegar a tus trabajados glúteos; de verdad que eso de ser mamá no te impide mantenerte en forma. Apreto con fuerza y puedo escuchar un gemido salir de tu garganta, leve, agudo, apenas y fui capaz de escucharlo pero lo hice, y eso me hizo perder el control.
-Freen... Vamos a arriba. - ordené, sé que te encanta que te trate con autoridad, sólo yo, nadie más. Sé muy bien que cuando un hombre intenta imponerse ante ti, no te quedas de brazos cruzados, pero conmigo no te quedaba de otra.
Te tomé y entre tropezones y risas pudimos subir las escaleras hasta mi habitación, te tumbé en la cama y suspiraste, me dediqué exclusivamente a observarte mientras te liberaba de todas las prendas que me impedían sentir tu piel bajo la mía. Desgarré tus bragas y relamí mis labios cuando noté que no llevabas sujetador. Acaricié tus piernas y lentamente subí mi manos hasta tu intimidad mientras acercaba mis labios a los tuyos para conectarlos de nuevo.
Mis labios se movían y encajaban completamente con los tuyos, mi lengua exploraba y disfrutaba por sí sola en tu boca mientras que mi mano jugueteaba al sur de tu cuerpo y de vez en cuando apretaba tu botón en busca de un jadeo, por más pequeño que fuese.
Besé, mordí y succioné tus labios, bajé por tu cuello e hice lo mismo, hasta que llegué a tus senos los cuales recibieron mi atención por unos minutos. Besé tu vientre y uní mis labios a mis dedos, rápidamente tus jugos llenaron mi boca y pude saborear ese néctar dulceamargo tan exquisito.
Pedías más, rogabas por más y yo sin hacerte esperar, te di lo que pedías.
Simplemente más.
Pasamos la noche entre gemidos, besos, manos traviesas y suspiros pesados. Llegamos al clímax más de una vez y al final de la noche, cuando el sol nos regaló sus primeros rayos, volvimos a nuestras vidas cotidianas y miserables pero con sonrisas en el rostro.
Han pasado ya tres meses desde ese encuentro, nuestro último encuentro...
Son las nueve de la noche y abro la primera botella de vino mientras que tú me miras con una sonrisa en tu hermoso rostro.
-Beck... ¿Recuerdas aquella noche?