—¡Basta!— gritaste, me era imposible mirarte a los ojos y no romper en llanto, tu agresividad me asustaba a momentos, quién sabe lo que es capaz de hacer una mujer celosa. — No quiero que sigas mintiéndome.
—No lo hago...— susurré débilmente, el nudo en mi garganta me ahogaba y sólo podía gimotear entre lágrimas, no era la primera vez que nos encontrábamos en ésta situación. Siempre sucedía lo mismo, yo intentaba salir, hablaba con alguna chica sin segundas intenciones y al cabo de una hora estabas gritándome que era una zorra; me pedías perdón y teníamos sexo.
Porque después de un tiempo de abuso, de humillación, de peleas ya sólo nos quedaba eso; sexo. El amor se evaporó, desapareció por completo, en las noches ya no te sentía abrazándome, cuando llegabas del trabajo no me besabas. Ahora todo se reducía a llamadas ocultas, noches fuera sin decir nada y yo, como tonta que era, esperaba hasta tardes horas de la madrugada con la incertidumbre de que estuvieras bien y tú alcoholizada, de alguna u otra forma, abusabas de mí.
Todo se volvía un círculo vicioso sin fin, que acabaría conmigo. Admito que en algún momento te amé, con locura. Fuiste lo más importante para mí, lo que más amaba pero ya todo eso se ha ido... No sé porqué seguimos dañándonos.
—¡Cállate!— sentí el ardor en mi mejilla y supe que todo empezaría, los golpes, insultos, todo. Tu aliento a alcohol me causaba náuseas y sentía que ya no podía.
No permitiría más abuso, más insultos ni golpes.
—¡No, Freen... Cállate tú! Estoy harta de todos tus maltratos, eres un ser despreciable que lo único que ha hecho los últimos años ha sido envenenar mi vida... Te odio, ¡ni siquiera sé porqué sigo a tu lado! Quizás sea por lástima, ¿quién querría estar con un ser humano tan tóxico como tú? — escupí todo, la presión en mi pecho fue suavizándose y sentía que mi cabeza explotaría. — Hace mucho que no recibo nada bueno de ti, ni un beso, un abrazo o siquiera una caricia... Ni hablar de un pequeño cumplido, todo lo eres tú, lo único que importa eres tú, eres una egoísta...
Las palabras salían de mi boca sin pensarlas, estaba diciéndole lo que había estado guardándome por mucho tiempo.
Vi la cara de mi esposa, a la que juré amar hasta el final de mis días, sin ningún tipo de expresión. En su cara no se reflejaba absolutamente nada, como si las palabras que habían salido de mi boca no le hubieran afectado en lo más mínimo.
Como si no le importara.
Porque en realidad no le importaba.
—Y esto... — continué. — Hasta aquí llegó. Quiero que te larges.
Mi corazón estaba roto, porque a pesar de todo, era la mujer que llegué a amar por sobre todas las cosas, la mujer a la cual le entregué mi corazón y quién lo tendría por siempre. No la amaba, no como antes pero una parte de mí sentía la pérdida aunque fuese por mi propio bien.
La extrañaría porque, cuando le entregas tu corazón a alguien, siempre lo tendrá, quieras o no. Para tu bien o mal, ya tu corazón es suyo completamente.
La extrañaría porque, a pesar de todos los ratos malos, tuvimos momentos especiales, hermosos en los que nada parecía ir mal, en los que la amaba con locura.
La extrañaría, pero más extrañaría el amor que por ella sentí algún día.