1. Nuevo día, nuevo curso y nuevo... ¿él?

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Verano.

Es una palabra bonita. Al igual que todo lo relacionado con él.

Playa, piscina, calor, amigos, fiesta...

Pero al igual que todas las estaciones, el verano se acaba. Y con su fin comienza un nuevo curso en esa pequeña cárcel a la que suelen llamar instituto.

Mi nombre es Alejandra Gómez, pero todo el mundo me llama Alex. Tengo 15 años y, para mi desgracia y la de todos los alumnos del instituto Miguel de Cervantes, hoy empiezan las clases.

Este año empiezo 4° de la ESO, lo que implica aguantar a un número indefinido de alumnos gritones, nuevos y aburridos profesores y nuevas materias para estudiar. Cambios, cambios y más cambios.

Y por si todo eso no fuera suficiente, mi querido despertador ha decidido no despertarme a tiempo, otra vez. Esta vez no puedo permitirme llegar tarde, no de nuevo. No quiero estar castigada el primer día.

Menos mal que ayer, antes de acostarme, dejé la ropa de hoy preparada. Una camiseta de tirantes con estampado de flores, unos shorts vaqueros y mis converse blancas.

Me miré un momento al espejo. Tenía unas ojeras horribles, pero aun así, no iba nada mal. La camiseta hacía juego con mis ojos, que gracias a su color ocultaban ligeramente esas manchas moradas que se encontraban debajo de ellos.

Mis ojos son un poco...como decirlo... ¿raros?

No, prefiero llamarlos especiales.

Si, especiales es la palabra.

Uno de ellos es de un color azul cielo y el otro es de un azul más verdoso. A simple vista a penas se nota la diferencia de color, pero eso no evita que alguna que otra persona me pregunte cosas como: ¿Ves igual por los dos ojos? o ¿Te molesta más la luz en un ojo que en otro?

En fin... y luego dicen que somos la generación del futuro...

Seguí observando mi cara, deteniéndome en un pequeño y molesto bulto rojo que había nacido sobre mi nariz, pero que por suerte, era tapado por un piercing con forma de aro.

Un ruidoso sonido hizo que volviera a la realidad, llegaba realmente tarde. Por una vez en la vida le di gracias al despertador por sonar.

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Iba corriendo hacia el instituto, llegaba como 10 minutos tarde. El castigo ya era inevitable, así que decidí dejar de correr y descansar un poco.

Me senté en una pequeña zona de césped y observé con detenimiento todo a mi alrededor.

Un montón de grandes edificios me rodeaban, y aunque estos no fueran el mejor paisaje que uno pudiera contemplar, no me quejaba.

También había montones de parques, donde solían ir los abuelillos junto a sus pequeños nietos; y bastantes iglesias, catedrales y algún que otro monumento.

Y es que, aunque estuviera repleta de edificios de alturas considerables, Madrid era una ciudad preciosa.

Después de estar un buen rato descansando, decidí que era hora de llegar a mi instituto, y enfrentarme de una buena vez a mi castigo.

Tras una caminata que parecía ser interminable, llegué a mi destino. Estos momentos son en los que maldigo a mis padres por haber comprado nuestra casa por una de las zonas más alejadas del instituto.

Me había perdido la presentación, así que no me quedaba otra que ir a conserjería a preguntar por mi nueva clase y mi horario.

La conserje seguía como siempre, vestía su usual uniforme de unas dos tallas más grandes que la suya, unos zapatos de vieja que ni mi tatarabuela se pondría porque seguramente pensaría que están anticuados y su peculiar peluca pelirroja con forma de tazón.

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