2. Adam Turner, el mejor amigo del mundo.

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Después de dejar mi mochila en mi casa, me dirigí hacia el último piso de mi bloque para desempeñar mi pasatiempo favorito:

Molestar a mi mejor amigo, más conocido como Adam Turner.

Adam vivía en el mismo edificio que yo, a unas dos plantas más arriba. Nos conocemos desde que éramos unos enanos.

Aún recuerdo el día que llegó a Madrid. Él y su familia vivían en Inglaterra, en nada más y nada menos que Londres.

Le costó un poco adaptarse a su nuevo hogar, aunque contaba con la ayuda de su madre, que era española y le ayudaba con el idioma; y con la de la encantadora y única niña de su edad en el edificio. Niña que era obligada por sus padres a pasar tiempo con el inglesito. En resumen: yo.

Y aunque al principio odié a mis padres por obligarme a pasar las tardes con él, ahora les estoy más que agradecida. Porque puedo apostar mi muy valiosa cabeza a que Adam Turner es el mejor amigo del mundo.

Llamé al timbre y esperé a que abrieran la puerta.

En el momento en el que el joven rubio de ojos azules apareció en la entrada con unas ojeras de zombi y la bata, confirmé mi teoría.

El inglesito estaba enfermo.

Otra vez.

- ¿Otra vez enfermo?

- No es mi culpa, es época de alergias.

- Estamos en septiembre.

- Para mí siempre es época de alergias ¿vale? Anda pasa.

Entré a la casa en la que tantas veces había jugado de pequeña. Adam pasó a su habitación, pero en vez de seguirle, me dirigí a la cocina a saludar a su madre, y después a la sala de estar, donde solía estar su padre.

Carmen, la madre de Adam, era una mujer encantadora. Nunca le había visto gritar o regañar a su hijo por algo. No puedo decir lo mismo de mi madre, que se tira gran parte del día echándome la bronca.

Su padre, Thomas, era el típico extranjero que no ha conseguido adaptarse bien al nuevo país. Siempre habla en inglés, y aunque ya sepa hablar más o menos el castellano, sigue hablando a la gente en su idioma. Por lo demás, es un hombre increíble.

Era él quien cocinaba y hacía toda y cada una de las tareas de la casa, y he de decir que lo hacía bastante bien. Creo que nunca había visto ni una pizca de desorden en su casa, y su comida... ¡qué decir de su comida!

Razón de más por la que siempre que había verdura en mi casa me auto invitaba a comer a la de Adam.

Siempre que veía al padre de este cocinando, no podía evitar comparar sus deliciosos platos con las chapuzas de mi padre los días que le tocaba cocinar, y recordaba cómo casi incendia la cocina una vez. Desde ese día siempre que le tocaba cocinar a él pedíamos pizza.

Y por último, pero no menos importante, estaba la pequeña Elena. Tenía solo cinco añitos, y era la cosa más tierna que había visto en mi vida. Mientras que mi hermano era una mezcla entre marciano y orangután con las hormonas revolucionadas.

En resumen, los Turner eran la familia perfecta.

¿Y yo que tenía?

Pues una madre melodramática y chillona, un padre que no sabía hacer ni tostadas y un hermano de doce años al que le encantaba fastidiarme.

Así que, los únicos normales en mi familia, éramos mi perro Coco y yo.

Bueno vale, puede que el único normal fuera Coco, pero teniendo la familia que tengo ¿qué esperabais de mí?

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