Amor Para Dos

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Will no se iba a guardar las palabras ni aunque fuesen en el espejo de su habitación; bien que le había costado levantarse de la cama esa mañana de sábado, y si al menos ya se había puesto los pantalones, iba a llevar a buen puerto lo que tenía planeado embarcar.

Las rodillas no le iban a temblar... quizá a colapsar, y sentir un nudo en la garganta tan grueso que ni siquiera estrellas de porno expertas en mamar dioses de ébano bien dotados se sentirían incomodas al sentir lo que él sentía, ¿pero las rodillas? Na: estas se encontraban justo en su lugar.

—Sarah, sabes lo que siento por ti —empezó a argumentar frente al espejo, incluso evaluando en el reflejo las inflexiones y los gestos que daba—, y es fantástico, maravilloso, y que más quisiera decir que podríamos tener una vida juntos y...

Quiso reventar al notar sus dos manos juntas, jugueteando, signo de nerviosismo e inseguridad. Suspiró, dio un par de pasos con toda la fuerza que le permitían sus piernas, casi queriendo golpear algo.

Por unos instantes, colocó su mano por sobre su frente; no lo notó, pero parecía que había hecho un movimiento tan estruendoso que entre sus dedos se veían algunos de sus mechones rubios. Y recordó cómo Sarah siempre insistía en querer acariciarlos.

—¿Por qué nunca te quitas la gorra, W? —la chica morena le dijo un día cuando compartieron mesa en la cafetería de la escuela.

Will no tomó bien tal pregunta, y mucho menos el sentir que los dedos de ella se acercaban a su cabeza.

—¡No, por favor Sarah! —respondió, alejando su rostro—. No los toques por favor.

—¿Qué, temes que te vayas a quedar calvo a los 15? ¿Tienes chinches?

—No.

—¿Garrapatas?

—No.

—¿Un tatuaje neo-nazi?

—Santo cielo... ¡no!

—¿Alopecia?

—¡No!

—¿Cáncer terminal?

—¡Ya basta Sarah! —exclamó, harto, sacado por completo de quicio, esforzándose por no llorar más por la fuerza de sus emociones que por una tristeza en concreto.

Eso llegaría como una suerte de culpa moral, la resaca al pensar bien y sentir que pudo haber exagerado ante un gesto inofensivo.

—Soy un patán —se susurró, retomando su foco al espejo.

Y ante los ojos de muchos —incluyendo los amigos de Sarah—, había quedado como un completo imbécil. ¿Acaso importaba? ¿El permitirle un pequeño toque? Al menos pudo haber almacenado en su memoria el gentil toque de su novia, alguien que no había expresado otra cosa más que amor, cariño y comprensión.

—¿Hijo? —escuchó en voz de su madre tocando al otro lado de la puerta—. ¿Estás bien?

—¡S-sí! —Will respondió.

—Escuché un golpeteo, ¿qué pasa ahí adentro?

—C-creo que...e-eh, me tropecé y...

—¿¡Te tropezaste!?

—Mamá, estoy bien, de pie, no me golpeé ni me lastimé —con calma, el muchacho argumentó—. No puedes venir aquí y tratarme como un niño pequeño.

—Yo lo sé, pero...

—Mamá, estoy bien —Will dijo tras abrirle la puerta.

Ella sonrió al verlo erguido, ya con la gorra puesta.

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