Enterró su rostro en la almohada mientras trataba de ignorar el chillar de su despertador que le anunciaba el nuevo día que se le venía encima. Se sentía más que agotada y solo deseaba quedarse en cama por el resto del día, pero sus obligaciones no le permitían esa opción. Levantó el rostro intentando abrir sus ojos, no había mucha luz molestando en su habitación ya que de seguro su madre había recordado cerrarlas, claro que por las horas que logró llegar a casa luego de visitar a Lisa, no había dado cuenta de ello.
Golpeó la superficie del reloj que se encontraba a un lado haciendo que callara, cosa que sus tímpanos le agradecieron. Se liberó de las mantas que la abrigaban poniéndose en pie, estiró sus brazos quitándose la pereza de encima y se dispuso a arreglarse para irse a clases. La semana estaba por terminar y solo requería un poco de energía antes de que el fin de semana llegara.
Se acercó al armario de dónde sacó algo de ropa: un suéter color burdeo, unos pantalones de mezclilla y unas zapatillas que le acomodaran. Dejó todo encima de su cama deshecha y se aproximó a la puerta, necesitaba un buen baño que la dejara meditar, últimamente había estado pensando en tantas cosas que su cabeza se mantenía saturada, así que un tiempo corto para ella misma no le hacía nada de mal.
Tomó el pomo y abrió, pero antes de que pudiera poner un pie fuera de su habitación, un manto blando de polvo la cubrió de pies a cabeza atrapándola completamente desprevenida. Para su suerte alcanzó a cerrar los parpados antes de que algo de harina le entrara en el ojo, pero esto no bastó para calmarla.
— ¡Peter! —gritó a todo pulmón sintiendo su sangre arder. Sacudió su cabello y cuerpo, todo su pijama estaba espolvoreado de blanco. Tosió un par de veces antes de llamar a su hermano nuevamente. — ¡Peter, ven acá!
Unos pasos rápidos se escucharon por el pasillo y de la nada apareció ese entrometido enano que desde que había nacido jamás la dejó en paz. Podía ser un pequeño de doce años, pero tenía una mentalidad más que maligna, ella no se tragaba su mirada tierna y falsa pureza. Empuñó sus manos y avanzó hasta él, provocando que Peter comenzara una carrera por las escaleras en busca de refugio. Agilizo sus pasos moviendo sus piernas a todo lo que daban, bajando escalón por escalón sin cuidado alguno; eso solo resultó como una dolorosa caída justo en el último peldaño.
— ¡Dios mío, Mel! ¿Estás bien? —Zara, la esposa de su padre, se acercó a ayudarla tomándola del brazo y ejerciendo fuerza para ponerla de pie. — ¿Por qué estás toda sucia? —preguntó sacudiéndole las piernas y espalda.
Detrás de su madre, un pequeño niño de rostro angelical se asomó a disfrutar, siempre con el temor por delante, de la reacción que había tenido su hermana con la sorpresa mañanera que le esperaba. Al encontrarlo con sus ojos no atinó a más que apuntarlo mientras lo asesinaba con su mirada.
— ¡Tú, duendecillo maligno! —bramó apuntándolo. —Tú me hiciste esto.
— ¿Yo? —se hizo el desentendido poniendo cara de inocente. —Yo estaba ayudando aquí abajo a preparar el desayuno, ¿no es así, mami? —preguntó Peter levantando el rostro hasta Zara quien torció el gesto.
—Es verdad, Mel. Él estuvo en todo momento aquí en la cocina.
— ¡Ah! ¿Entonces debo suponer que un balde con harina se puso sobre mi puerta porque le dio la puñetera gana? —consultó indignada por la situación.
— ¡Dijiste una mala palabra! Ahora tienes que poner dos monedas en el frasco de las groserías —su hermano le sacó la lengua, burlándose en su cara.
—Eres un…
—Melisa, cuida tu vocabulario —advirtió su padre llegando por la puerta que comunicaba hacia la cocina, al parecer había estado al pendiente de todo desde allí.
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Enemigos ©
HumorMelanie Debison es una chica que siempre ha tenido una gran meta en su cabeza: ser la mejor en absolutamente todo. Ha sido criada con una mentalidad más que competitiva, lo que le ha traído más de algún triunfo… bueno, eso solo hasta que cumplió los...