3. Los quemados.

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Caminó de a zancadas grandes, imponiendo su ira a cada paso que daba mientras empujaba a cuan estudiante inoportuno se le pusiera por delante. Detrás de ella se encontraba Sawyer intentando calmarla a través de vagas palabras que en realidad no hacían esfuerzo alguno por apacentar a la bestia que había tomado posesión de sus pensamientos y conducta.

Había tenido que contener su ira por toda la hora de lenguas, sin poder mantener su atención centrada en el video que pasaban por el proyector. Solo pudo soportar ideando tácticas para poder descuartizar a Sandy Coleman. Una de las ideas rescatables que pasó por su oscura mente fue colarse en su casa por la noche y raparle media cabeza para que ni peluca pudiera usar la muy mal nacida. Solo necesitaba una máquina silenciosa y asegurarse que ella dejara la ventana de su habitación sin seguro. Pero bueno, ahora tendría la obligación de saciarse con enfrentarla a gritos en medio de un pasillo o salón.

— ¿Siquiera sabes dónde está? —preguntó el pelinegro a sus espaldas, ganándose uno de sus bufidos.

—Es de Sandy de quien hablamos, no la caracterizaría como un misterio. —Gruñó, adentrándose en el ala oeste del edificio donde se encontraba la biblioteca.

Le encantaría decir que Sandy era una chica plástica con un rubio falso y máscara de maquillaje, pero nada de eso. Solo era una estudiante normal de buenas calificaciones con una seria obsesión por aplastarla en el ámbito escolar y social, eso quedaba más que demostrado en la última entrada de su blog barato que solo sabía publicar estupideces. Esa chica sabía que no tomaría en cuenta si atacaba su aspecto o personalidad, por lo que había decidido cruzar la línea. Exacto, esa línea era involucrarla con Jared de la peor forma pensada, amorosamente.

De tan solo imaginárselo la atacaba un dolor de cabeza insoportable. Unicamente lograba ver al castaño con ojos desafiantes, siempre atenta a sus movimientos. En definitiva no era igual a sus pares, si bien Jared no era el más deseado del salón, un buen número de chicas lo encontraban guapo e incluso algunas lo nombraban como alguien ardiente, jamás pudo entender por qué. Las dimensiones de su rostro le eran indiferentes al igual que la forma de su cuerpo o su altura. A su parecer no era un ser feo, pero tampoco lo encontraba atractivo, solo no lo miraba de esa manera.  Era por eso que encerrarla junto con él en un saco romántico era un golpe bajo, ¿quién podría sentir atracción por un enemigo? Bueno, había varios casos históricos, pero este no lo era.

— ¡Zac! —gritó al divisar al mellizo de Sandy, quién al mirarla en tal estado de fiereza dio media vuelta cortando sus pasos, queriendo escapar. Pero fue más rápida, agarrándolo por los hombros y obligándolo a girarse.

—Mi linda Melisa —sonrió el rubio tragando fuertemente. ¿Acaso le temía? Una sonrisa apareció en su rostro ante la idea. —Estás más preciosa que nunca…

— ¿Dónde está? —no tenía tiempo para los típicos coqueteos de Zachary. Él había estado intentando conquistarla por ya casi tres años y nunca se rendía, aun cuando ella le daba claras señales de no estar interesada en lo absoluto.

— ¿A quién te refieres? —preguntó rascándose la nuca. Entrecerró los ojos tomando el cuello de su camisa.

—No estoy para burradas, ¿dónde está tu hermana?

—Te lo digo a cambio de una cita —susurró moviendo sus cejas en forma “seductiva”.

La silueta del pelinegro pronto se acercó hasta ellos dos, con una mirada seria aun así sonriendo cínicamente lo cual inmediatamente asustó a Zac, quién comenzó a empalidecer poco a poco. Sawyer era mucho más alto que el rubio y si bien sus cuerpos se encontraban al mismo nivel de masa muscular, los ojos claros de su amigo intimidaban al momento de estar molesto.

Enemigos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora