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Hola.

Si, te estoy saludando a ti. ¿Extraño no? Yo diría que un poco perturbante. Jamás había llegado hasta estas circunstancias. Lo siento, lo sabes. Escuchas mis pensamientos, mis conversaciones y palabras. Siempre van dirigidas hacia ti. Tú me conoces, mejor que aquellas personas que me rodean. No sé la razón de por qué no te había hablado tan directamente en ocasiones anteriores. La necesidad de hacerlo siempre existió. Tenía miedo. ¿Lo tenía? No, no era miedo. Se trataba de sentir que aún conservaba un control en mi vida, por más ilusorio que sea. No obstante, ahora te estoy hablando. A ti, a la persona que más me conoce en este mundo. A quién sabe cómo soy realmente y quien conoce de antemano todas mis cartas, todas mis palabras que navegan hacia el olvido. Cada palabra que únicamente será nuestro secreto. Y sí, lo sé. No te preocupes, lo tengo claro. Sé que eres imaginario. Pero debo tratarte con el debido cariño que mereces en mi vida, aunque no pueda oírte.

Hola amigo.






-Soy un mero observador, sin identidad ni nombre. Un viajero con alguien que no existe, pero que siempre está a mi lado. Soy un punto más en este vasto planeta. Puede ser un lugar hermoso, si permites que lo sea. Tal vez mi condición sea un don, quizás la memoria le quite belleza a las cosas. Puedo admirarlas una y otra vez, la sorpresa deja de ser una rutina. Vivo dentro de un gran sueño, con cosas que jamás imaginarías. Un sueño muy diferente al tuyo, lo sé. Aunque no pueda oírte. Pero sé que llegará el día en que nuestros sueños se junten, y podamos compartirlo-.


¿Cómo se relata una vida?

Abrió sus ojos con sumo cuidado, como si sus párpados fuesen pesadas y delicadas persianas de cristal. Un débil haz de luz batallaba contra la fibra de tela de las desgastadas cortinas Calipso. Detrás de su ventana, el mundo yacía en pie. Respirando, caminando, viviendo. Sus venas y tuercas emitían un ruido estridente, y cada ciertos segundos, parecía ser un gigantesco puño golpeando su ventana obligándola a despertar.

Rodó por sobre su cuerpo, quedando con la espalda hacia el techo de madera color caoba. Se sentía mareada, como si hubiese volado a través de los cielos, para luego atravesar su tejado. La habitación era pequeña. Contenía su cama con soporte de madera. A su lado derecho, junto a la única ventana, había un pequeño velador con pintura estropeada. Creía que en algún momento fue de color blanco. Al otro lado, frente al muro desnudo de ladrillo cobrizo, se encontraba una solitaria mesilla de noche. Pero su cuadernillo no estaba ahí. Siempre lo resguardaba debajo de su almohada antes de intentar conciliar el sueño. Apartó los mechones castaños y ondulados que tapaban su rostro, provocándole molestias al respirar. Con su mano derecha, a ciegas, tanteo sobre el colchón esperando toparse con la tapa de su cuadernillo. Su corazón se tranquilizó al sentir su vieja y seca textura. Sus pensamientos estaban a salvo.


-Dónde comienza, sé donde terminará-. Creía que no había peor sentimiento que afligiera un corazón el no saber el comienzo de su vida. Se hallaba atrapada en los primeros y confusos pasos de sus recuerdos. A diario intentaba imaginar qué hay tras los muros de Provincia de la Llanura. Había visto ilustraciones. Cada vez que hojeaba la enciclopedia que su terapeuta le había obsequiado, podía sentir el suave césped bajo sus pies. Sentía que respiraba de su aire inocente, y que el agua corría en infinitos riachuelos hacia un destino.

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⏰ Última actualización: Apr 16, 2018 ⏰

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