El derecho radical.

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A Alfred tan solo le quedaban dos semanas para acabar su gira por Latinoamérica, seguía sin tener noticias de Amaia, más allá de lo que se podía encontrar por las redes sociales. La gira le estaba yendo realmente bien, incluso mejor de lo que esperaba. A pesar de no tener demasiado tiempo para hacer turismo, aprovechaba los ratos libres que tenía para escaparse y poder conocer de Latinoamérica algo más que habitaciones de hotel y salas de música. El estar tan ocupado hacía que, durante el día, su mente no fuera invadida por pensamientos y recuerdos que incluyeran a Amaia, pero las noches, al llegar a las habitaciones de hotel y verse solo, se dejaba llevar por el recuerdo de sus momentos juntos. Pensar en ella le quitaba el sueño y, cuando por fin era capaz de caer dormido, más de una noche se encontraba con ella en el único lugar donde todo estaba intacto.


Se acostumbró a dormir sin ella cuando Amaia se fue de gira y la relación de ambos pasó a un segundo plano. Claro que siempre habían hablado de que sus carreras serían lo primero, pero de ahí a estar semanas sin saber de ella, había un trecho. Él, tras intentar mostrarle que no le gustaba que aquello fuera así, dejó que las cosas siguieran por el camino que iban: mensajes sin contestar que llegaban tarde, llamadas perdidas, discusiones, pero sobre todo, desencuentros. Parecía que la música que, sin duda alguna, fue el elemento que los unió, era quien esta vez se tomaba la potestad de separarlos.


Finales de abril y Amaia se encontraba cada vez más centrada en su disco, que parecía estar bastante definido. Que sus letras gustaran a todos aquellos profesionales de los que se rodeaba, la hacía estar orgullosa de su trabajo. Había sido un mes y medio de muchas reuniones y de cuidar hasta el mínimo detalle de lo que quería que fuese su disco. Amaia quería implicarse al máximo para conseguir que su trabajo fuera, una vez más, el reflejo de sí misma. Además, sabía que el listón había quedado muy alto tras su primer disco, aunque esto no la preocupara demasiado, ella sentía la necesidad de hacer algo todavía mejor.

Para descansar y escaparse un poco de Madrid, Amaia decidió irse a pasar unos días a Pamplona, allí podría desconectar y coger fuerzas para lo mucho que le quedaba por hacer. Comidas y charlas con sus padres, copas y cenas con sus amigos y algún que otro paseo con su hermana Ángela. Uno de esos días, llovía en Pamplona y Ángela invitó a Amaia a su casa para pasar la tarde juntas y ver una película. La hermana mayor decidió pararla, haciéndose un favor a ella misma porque era malísima, y aprovechando la ocasión para hablar con Amaia. Quería hablar con ella porque últimamente, la pequeña pasaba demasiado tiempo hablando de su disco, pero no de ella misma.

- Bua, suerte que la has quitado, me estaba quedando dormida. – Amaia sonrió mientras se estiraba en el sofá.

- No solo eso, también quiero que me cuentes qué tal estás, pero más allá de tu disco, que ya no me cuentas nada.

- ¿Por qué lo dices? – Amaia la miró algo extrañada, su hermana siempre había sido uno de sus mayores confidentes.

- Bueno, pues es que casi no me llamas, solo hablas de tu disco, pero no sé nada más. -Ángela le acarició la mano a su hermana, intentando transmitirle con una sonrisa, que podía confiarle lo que fuera - ¿Qué tal con Diego?

Amaia se rió y se tiró hacia atrás en el sofá, apoyando su espalda contra el respaldo de este.

- ¿Con Diego? Ay, Ángela, sí que hace tiempo que no te cuento nada, tienes toda la razón.

Diego era el batería de un conocido grupo de música español con el que Amaia había tenido algún que otro encuentro, pero sin que llegara a ser nada serio. Amaia prefería seguir viéndolo de vez en cuando, siempre que no sonara a que tenían algo parecido a una relación estable.

(Re)Componiendo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora