Roturas.

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5 de septiembre de 2022. Barcelona.

- Pero Amaia, es que es imposible, ¿no lo ves? Te vas y no eres capaz de mandarme ni un solo mensaje para ver qué tal te va. Discutimos por tonterías y las hacemos bolas de nieve con una facilidad que sigue sorprendiéndome. Y lo de hoy ya ha sido el colmo, creo que hay que dejarlo aquí, no sé si soy capaz de seguir rompiendo esto hasta que sea, inevitablemente, irreparable.

Amaia lo miraba, fuera de sí, intentando encontrar el punto de partida de aquello, el pinchazo que se hizo herida. No había lágrimas dispuestas a salir, no había nada que fuera capaz de expresar el vacío que se iba abriendo paso en su interior. Nada, excepto su cara. Una mezcla de rabia, decepción e, incluso se podría intuir un toque de desgana. Alfred tenía razón, había que anticipar la hostia para que no fuera tan destructora. Pero si estaba en lo correcto, si, efectivamente, aquella era la única alternativa a la caída cuesta abajo anunciada, ¿por qué dolía tanto?

La habitación parecía que se les iba a caer encima y Amaia, lo hubiera agradecido. La misma habitación que estalló en colores demasiadas veces como para ser recordadas. La misma que, también, vio el derrumbe desde la primera grieta. Amaia y Alfred se mantenían las miradas mientras sentían cómo se resquebrajaban por dentro. Sintiendo miedo y dolor a partes iguales. Quizá más dolor, hubiera añadido Alfred. Quizá más miedo, definiría mejor Amaia.

- Alfred... - Amaia no encontraba las palabras, se miró las palmas de las manos antes de apoyarlas contra el colchón en lo que pareció un intento de evitar la catástrofe. Alfred seguía con la mirada fija en ella, pero muy lejos de aquel lugar.

Amaia lo intentó otra vez, demasiado duro sería recordar este día como para, encima, cargar con la culpa de no haber agotado sus intentos, aunque estos ya de poco sirvieran. Ella, incluso en aquel momento, seguía idealizando un final feliz. Idealizando por encima de sus posibilidades, claro. Sabía que había llegado hasta ahí pensando que sus actos tendrían repercusión, total, qué le hace una mancha más al tigre. Y así acabó, endeudada de sueños que no volverían, de ideas que sonaron tan bien, pero que requerían de actos que, por su parte, nunca llegaron.

- Alfred, es que no puedo vivir... - se aclaró la garganta y cambió de rumbo- no puedo y no quiero estar sin ti.

Alfred negó con la cabeza en un gesto casi imperceptible para el común de los mortales, pero no para ella. Él seguía inmóvil, su cabeza pensaba en cuánto tendría que correr para que no lo siguieran las palabras que estaba a punto de decir. Pensó en cuánto se iba a arrepentir de permitirse una retirada. Pensó, también, en pararlo, en dejarse llevar por las palabras de Amaia. En gritarle con todas sus fuerzas "Pero dónde voy ir, si mi sitio está en tu pecho". No. No. Y no. Tenía que hacerlo, el vaso estaba rebosando y el día de hoy, había encharcado hasta el suelo. Y se decidió, intentó tomar aire sin éxito, no había manera de que respirar fuera a detenerlo.

- Tengo miedo de a dónde voy a ir, de cómo voy a estar, de si seré capaz de volverme a enamorar. Tengo miedo, pero sé que aquí -dijo señalando aquellas cuatro paredes- ya no está mi lugar.

La miró por última vez, ella miraba al suelo mientras movía sus pies, captura de imagen que lo volvería loco durante un tiempo. Amaia levantó la cabeza al oír el giro del pomo de la puerta. Levantó la cabeza para grabar lo que sería, su triste final.

Y Alfred corrió, bajó las escaleras tan rápido como pudo, cerró la puerta intentando que no sonara a portazo despechado, pero tampoco a un "hasta luego". Se fue por que ni él se aguantaba, porque no era capaz de abarcar más. Se fue y algo encontró, porque a la mañana siguiente, ya no recordaba más.

La cama deshecha. Las anillas de su cuaderno plasmadas en su antebrazo. Manchas de tinta en las sábanas. Alcanzó a leer su letra, más desastrosa de lo normal e incluso fue capaz de encontrar un par de faltas de ortografía. "Joder, Alfred, fija las cosas", pensó. Y se incorporó para leer, quizá, su texto más sincero.

"¿Cuántas veces hacen falta para saber que es la definitiva?

Si ya no nos encontramos ni queriendo.

Si mis alas se tambalean si te veo, y las tuyas levantan vuelo, lejos.

Si aceptamos, agachando sentimientos, nuestra eterna huida.

Si me grito, sin escucharme, que si me fui, fue sin quererlo.

Dime, ¿cuántas veces hay que equivocarse para llegar a un acierto?

Si no hay nada que me haga querer tenerte dentro.

Nada, excepto lo nuestro".

Amaia, a la 1:29 de aquella noche, tan solo un par de horas después del desastre, le había escrito un mensaje. Lleno de verdad y de empeño. Se dio una oportunidad una vez más, pero Alfred no lo leería. No hasta pasadas unas semanas. Y a Amaia no pudo quemarle más. Escribió cada una de las 23 letras de aquel mensaje, esperando que sonaran las llaves y pudiera oír cómo se abría la puerta. Escribió aquellas seis palabras, pero la contestación nunca llegó. Siempre y cuando nunca, sea igual a "demasiado tarde".

Te quiero y te querré siempre.

(Re)Componiendo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora