1. Calidez

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Al tratarse de un neonato no fue necesario administrarle ningún té. No tenía por qué borrar sus tan escasos recuerdos si, nada más reencarnarse en su segunda vida, por ley natural, acabaría olvidando aquellas memorias.

—¿Qué... Qué pasará con él? ¿Dónde irá?

La voz de la mujer que lo sostenía entre sus brazos captó la atención del ángel de la muerte. Éste, alzando de nuevo su sosegada mirada, habló con acostumbrada tranquilidad.

—Se reencarnará —dijo con certeza—. Es una criatura inocente y la pureza que irradia habla por sí sola. Ha vivido su primera vida, por lo que aún le quedan tres más.

La mujer, visiblemente preocupada, continuó meciendo al niño contra su pecho, sin poder apartar la mirada de aquel apacible hombre.

—Dios lo esperará para cuidar de él cuando todo acabe. Puede estar tranquila —continuó, viendo que la madre no dejaba de temblar. Sus ojos aún seguían rojos a causa del reciente llanto.

—¿Y yo? ¿Qué será de mí?

El ángel de la muerte, reprimiendo un suspiro, no perdió la compostura, aunque a él mismo se le estuviese partiendo el corazón.

—Esta ha sido su cuarta vida.

Como si hubiese entendido de pronto lo que acababa de decir, en lugar de romper a llorar de nuevo, la mujer guardó silencio. Al cabo de unos segundos pareció volver en sí y, tragando saliva, asintió con la cabeza sin pronunciar palabra.

Casi como si supiese lo que procedía a continuación, la fémina se levantó lenta y temblorosamente, aún con el niño entre los brazos. El ángel de la muerte, imitando sus movimientos con mayor seguridad, se aproximó a ella para recibir al bebé de sus manos. Bajo la atenta y ahora apaciguada mirada de su benevolente madre, el hombre sostuvo a la criatura con firmeza, observando sus suaves rasgos por unos momentos.

—Tendrá una vida próspera, se lo aseguro —dijo en voz baja, dejando entrever una diminuta sonrisa.

Tras oír aquello, la mujer se despidió silenciosamente de su hijo y, caminando hacia la puerta que la conduciría a su eterno descanso, desapareció con un sincero «gracias» en sus labios. Cuando se hubo perdido en la lejanía de aquellas luminosas escaleras, la puerta se cerró suavemente. Entonces, el niño que ahora yacía en sus brazos pareció agitarse, y comenzó a llorar.

Como si sintiese que el hilo de la vida que lo ataba a su madre hubiese desaparecido de golpe.

—Ella velará por ti desde arriba —habló con dulzura, meciéndolo para calmarlo poco a poco—. Además, te espera una nueva y prometedora vida. No hay nada que temer.

Sintiendo que le había entendido de algún modo, el ángel de la muerte sonrió de nuevo, acariciando delicadamente el pequeño rostro del bebé.

—Espero que pase mucho tiempo antes de que volvamos a encontrarnos de nuevo —murmuró, caminando hacia la puerta de antes y abriéndola de nuevo—. Buena suerte, Kim KyuJin.

Y, colocándolo con infinito cariño en la cesta que ahora yacía tras aquella mágica puerta, dejó que una tenue luz lo envolviese hasta que esta volviese a cerrarse.

Con un suspiro, conmovido por haber sostenido a aquel niño en sus brazos, el ángel de la muerte se alejó de allí para recoger la taza del té, todavía llena y ahora fría. Dispuesto a vaciarla, se encaminó hacia un rincón de la sala cuando, de pronto, se topó con la mirada de alguien que conocía demasiado bien.

Ambos permanecieron en silencio unos largos segundos, hasta que el funcionario de negro continuó con su tarea y le dio la espalda a su visitante.

—Pensaba que jamás volverías a pisar esta estancia después de tanto tiempo —habló fríamente el ángel, aunque sin represalias.

La muerte de un sueño [Dokkaebi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora