Aquella noche Wang Yeo se sentó en el muelle frente al mar, ignorando la necesidad de dormir, tarea a todas luces imposible en aquellos momentos.
Aquella sensación... Aquella sensación era mil veces peor que cuando perdió al dios y a su amada por su culpa. En aquellos momentos no era del todo consciente de lo que ocurría, pero ahora... Ahora que lo tenía todo, incluso más de lo que debía, sintió que anheló recibir la muerte más que nunca.
Rió con dolorosa sorna para sus adentros, alzando la mirada hasta el estrellado firmamento.
—¿Cuántos años más de condena me supone esto, Señor? —inquirió con un suspiro— Esto estaba escrito... Este error estaba planeado, porque este era mi verdadero castigo, ¿no es así? Por eso accediste a dejarme vivir por más tiempo junto al Dokkaebi —suspiró—. Todo tiene sentido ahora.
Helado de frío y humedad hasta los huesos, Wang Yeo no se molestó en retener su llanto. Tal era el peso de aquella culpa que casi sintió cómo le pesaba físicamente.
—Al menos espero que mi vida y error sirva de ejemplo para otros —suspiró entre sollozos mientras alzaba la vista hacia el impenetrable e infinito mar.
Dejó que el viento arremolinase su despeinado cabello y secase en parte aquellas lágrimas. El tiempo atmosférico rezaba tormenta, mas no se sorprendió. Al cabo de unos momentos la lluvia hizo acto de presencia y, completamente resignado, permaneció allí. No pasaron ni diez minutos cuando, de pronto, vio como la lluvia dejaba de mojarle, mas no cesaba a su alrededor. Comprendió lo que ocurría cuando miró hacia arriba encontrándose con un paraguas.
Sus ojos viajaron por el brazo de su propietario creyendo encontrar al dios, mas el rostro de Wang Yeo palideció enseguida. Inexpresiva, Euntak le cubría con su paraguas y, sin decir nada, se sentó junto a él compartiendo su cobijo. El ángel de la muerte permaneció en silencio, visiblemente aturdido por su aparición.
La muchacha miraba al infinito, probablemente donde el mar se unía con el cielo en una dolorosa y fugaz metáfora para la mente de Wang Yeo.
—Cuida bien de él.
La voz de la joven sobrecogió al rey, quien se volvió para contemplar sus ahora apacibles facciones. Sus ojos y nariz continuaban levemente hinchados y rojizos a cause del llanto. Con demasiadas preguntas que hacerle y, como si le hubiese leído la mente, Euntak meneó la cabeza en señal de negación.
—No hace falta que digas nada. A veces las leyendas no siempre tienen final feliz... O un final en sí —murmuró sin dejar de mirar al mar—. Yo ya he cumplido con mi papel en esta historia. El Goblin ha sido liberado de su maldición con mi aparición y su regreso... Pero nadie nunca escribió que pasaría después.
Comprendiendo a lo que se refería, Wang Yeo se limitó a escuchar en silencio, cabizbajo.
—He tomado una decisión. Al menos ahora podré irme sabiendo lo que ocurrirá con mi ida, y me alegra saber que será un final feliz al menos.
Con una débil pero sincera sonrisa, la joven buscó la mirada del rey, la cual encontró en un estado un tanto demacrado. De pronto, la intuición de Wang Yeo le invitó a sacar una de las tarjetas que guardaba en su bolsillo y, aterrorizado, comprobó cómo el nombre de la muchacha cobraba forma en el papel.
—No... Euntak no, ¿qué vas a hacer? —inquirió éste comenzando a alterarse— ¿De verdad vas a...?
—Sí —murmuró suavemente y ampliando su sonrisa—. Por eso he venido. A pedirte que no hagas nada por intervenir. Simplemente deja que me marche... ¿De acuerdo?
Sintiendo que su corazón se abrumaba aún más, el rey abrió la boca para replicar, más la muchacha fue más veloz. Aún sonriendo, alzó una mano para secar las lágrimas que aún rodaban por las mejillas de Wang Yeo... Y éste se quiso morir de la tristeza.
ESTÁS LEYENDO
La muerte de un sueño [Dokkaebi]
FanfictionA veces, lo único que te mantiene atado a la vida es la esperanza. Otras, el simple hecho de mantener vivo un recuerdo. Wang Yeo, comprometido a servir al ser inmortal en su acostumbrado y significativo silencio, puede dar buena cuenta de el...