Salomón I

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No le debía a nadie, no tenía ninguna culpa, jamás había tenido un problema con alguien. Era una persona sana y amable que ayudaba a los necesitados cuando podía. Sus vecinos dirían que gracias a él el pueblo llegó a ser lo que es hoy. "La prosperidad lo seguía todas partes" era el lema que su madre daba a todos a quienes presentaba su hijo.

Vivió los últimos 65 años de su vida como un ejemplo a seguir, respetando las normas  y costumbres que sus padres inculcaron en él desde hacía ya tiempo. Siempre fue una persona de bien, conquistó el corazón de su esposa a través de plantar rosas durante todo el tiempo que la conoció en su pueblo natal. A los 8 años comenzó plantando las rosas, de poco en poco para poder aprender la técnica apropiada para cuando llegara el momento pudiera hacerlo sin ningún problema.

Su esposa, Rimia, se enamoró de sus detalles cristalizados en rosas que él mismo cultivaba. Tenían un patio de rosas detrás de su casa que se podía ver a la distancia y en la cima de la montaña más cercana. Nunca olvidó su aniversario ni ningún detalle del camino previo a su matrimonio, simplemente la amaba demasiado.

No tuvieron hijos, esa fue la desgracia que marcó su vida, no importaba cuánto lo intentarán nunca llegó un hijo a sus vidas. Por las noches lloraba pensando en que nunca podría querer a una pequeña criatura, que su esposa nunca podría saber lo que era ser madre. Sin embargo la prosperidad de la que hablaba su madre volvió a tocar la puerta.

Fue una noche lluviosa de agosto en el pueblo, él trataba de llegar a casa después de haber trabajado en las minas como capataz. El suelo ya estaba lodoso y por todos lados había charcos en los que trataba de no entrar, se encontraba completamente empapado por lo que su ropa se había tornado pesada. Sus pasos se hacían cada vez más complicados, molestos y lentos pero no se detenía, buscaba llegar con su amada esposa.

Entre chapoteos, su respiración cansada y la lluvia azotando todo a su paso alcanzó a escuchar un llanto, y conforme avanzaba éste se hacía más fuerte. Dentro de una pequeña choza de madera se hallaba la fuente de ese llanto, claramente era una persona llorando con todas sus fuerzas.

Entró a la pequeña choza ambientada con sonidos de madera que crujía y goteras por doquier, además de emitir una sensación de humedad que no hacía mas que atestar al pobre de Salomón. Dentro del cuarto que se hallaba al fondo apareció una pequeña canasta con varias sabanas ensangrentadas que eran la fuente del llanto. Rápidamente fue hasta esa canasta para revisar su contenido, dándose cuenta de que dentro había un pequeño bebé. Se preocupó de que la sangre en las sabanas fuera del bebé, pero no era el caso, el infante estaba completamente limpio así que la sangre posiblemente fuera de la madre al entrar en labor de parto, pensó.

Con fuerzas renovadas, salidas de la forma en que él se preocupaba por todos, siguió corriendo hacia su hogar donde su querida Rimia lo esperaba. Al llegar no tuvo que dar explicaciones, su esposa entendió de manera inmediata la situación en la que ambos se hallaban y actuó rápido para poder ayudar al pobre pequeño. Ambos eran almas caritativas, lástima lo que ocurrió con ambos.

Como en toda historias los años pasaron y la familia se mantuvo unida, Salomón se había convertido en padre y Rimia en madre. Eran felices, aunque la llegada del bebé hizo que las comodidades se redujeran, ¿les importaba?, para nada. Además el niño era tan lindo y amable que sus padres no paraban de pensar lo afortunados que fueron. Fue llamado Rain*, un nombre apropiado para alguien con semejante origen.

Llegado el tiempo, las constantes guerras de la nación obligaban a los hijos a presentarse para la batalla. Evidentemente Rain sería elegido para ingresar a la milicia, sin embargo la educación de aquella pareja jamás contempló la violencia como un medio para obtener lo que se quería, sí el trabajo duro y la amabilidad, pero fuera de ese pequeño pueblo todo era diferente. 

Fue admitido como cualquier otro recluta más, pero de inmediato se vio que no tenía madera para ser caballero, soldado o arquero. Lo suyo eran las letras así como su padre, era su talento y él era de los pocos que podían leer y escribir en ese batallón cercano a su comunidad. 

Mientras tanto Salomón siguió con sus actividades normales en el poblado, como lo eran la venta de verduras en un mercado que quedaba al otro lado de la montaña. Cada día lo pasaba acomodando todo en una vieja carreta arada por un burro igual de viejo (aunque antes no eran así) para ir y regresar tarde en la noche para volver a comenzar todo al día siguiente.

Sonó una campana en la capilla local anunciando que Rimia había fallecido debido a una enfermedad que no pudo ser atendida ya que el médico de aquel lugar había sido solicitado también en la guerra de este país. Salomón vio entonces como un pedazo tan inmenso como lo era ella se esfumaba de este mundo dejándolo solo para lidiar con la tristeza de extrañar a su hijo.

Siguieron pasando los años y el conflicto que parecía una riña entre dos hombres muy molestos siguió escalando hasta niveles incomprensibles. Las esperanzas de Salomón se desvanecían cada vez más, así como los visitantes del mercado que poco a poco desaparecían, ya fuera por la guerra o por el miedo a ella. Las lágrimas nunca cesaban, varias veces pensó en renunciar a todo ello y buscar una nueva historia en un lugar alejado de tan ajetreado mundo. Quería tanto escapar pero no podía, su hijo podría llegar en cualquier momento y no deseaba que la última persona que más ha amado llegara a un hogar vacío, pensando que sus padres ya no estaban, aunque fuera una verdad a medias.

La tragedia finalizó con el fin de la guerra y el alzar del nuevo rey, que con su coronación aplicó su poder para hacer valer la promesa de su predecesor, y así, ordenar a todos los soldados regresar a sus hogares. Rain tardó varias semanas para volver a aparecer en la puerta, o eso le hubiera tomado si no fuera porque dos hombres vestidos de negro le dieron la mala noticia. Entregándole un viejo libro le indicaban que su hijo murió en la guerra, desempeñándose como un gran mensajero que llevaba las cartas a los generales en distintos frentes. 

Fue su ofrecimiento piadoso explicarle las circunstancias de la muerte de su hijo, pero Salomón prefería no saberlo para así siempre cargar con un recuerdo grato de aquel infante que recogió en la lluvia. Parecía que en ese momento vería el final de sus tan dolorosas penas y lo fue... durante un tiempo.

A la luz de sus 65 veranos vividos, se alistó nuevamente para partir al mercado como siempre lo hacía. Llenó la carreta de los pocos vegetales que crecieron durante la temporada y latigueó al pobre burro que sólo se movía por buenos deseos y necedad pura, ya no podía más. Seguiría la misma ruta de siempre, resintiendo cada piedra en el camino que hacía tambalear la carreta, temiendo a cada momento que algo cayera por algunos de los pequeños agujeros en los sacos y tuviera que agacharse a recogerlo.

Fue entonces cuando un gran agujero tapado con maleza hizo que la carreta se saliera de control y espantara al burro, haciendo que un par de nabos cayeran. Después de aplacar al animal con caricias y palabras de camaradería se dispuso a levantar los nabos. Se detuvo poco antes de llegar al suelo debido a los problemas de salud que ya acarreaba cuando escuchó el inconfundible sonar de una carreta o, más bien de varias, aproximándose.

La vio de lejos y pensó "Espero me puedan ayudar a levantar estos nabos", sin embargo la carreta de detuvo poco antes de que él pudiera hacerles una seña. Y el resto ya lo saben.



*: Rain = Lluvia, sólo por si acaso

Frenético ReinadoWhere stories live. Discover now