IV. Primera parte

56 12 2
                                    

El café de esa mañana estaba especialmente amargo, pero no había nada que pudiera reclamar: había matado a un hombre, después de todo, y ahora estaba encerrado en una celda sin ventanas ni relojes.

Mei había podido identificar el paso del tiempo porque le entregaban una bandeja por la mañana, con un café frío, una fruta y un plato de arroz batido; y una en la noche, con un pedazo de carne, puré y un vaso de agua. Quienquiera que cocinara para ese centro de detención, debía aprender a hacer platillos lógicos.

Justo estaba bebiendo su café frío mientras terminaba por segunda vez ese único libro que le había interesado de la pileta que le ofrecieron al ingresar, cuando escuchó cómo la puerta frente a él se abría. Sonrió a su visitante, que parecía no haber dormido desde la última vez que se vieron; si Mei no había contado mal, habían pasado nueve días desde entonces.

—No hay registros por ningún lado sobre Inashiro Industrial —dijo Haruichi sin siquiera saludar—. Tampoco encontré nada del periódico que publicó esa noticia tan tenebrosa. ¿Me está tomando el pelo, Narumiya-san? —Le reclamó. De nuevo, sus ojos podían verse sin problemas, así fue como Mei pudo notar sus ojeras.

—¿Y eso en qué me beneficiaría si ya no hay forma de sacarme de aquí? —inquirió Mei con un gesto de desagrado— La burla era el sello de identidad de Kazuya, no el mío; yo soy más de reconocimientos; por lo tanto, me conviene que usted me crea y compruebe que lo que le estoy diciendo es verdad.

—No hay forma de confirmarlo si todas sus pruebas son invenciones de un hacker de internet —alegó Haruichi.

Mei lo miró de nuevo. Traía una gabardina gris que olía a documentos viejos y en sus pantalones se veían marcas de polvo. Era sorprendente: había sido tan curioso que incluso se había sumergido en los documentos escritos. Bufó.

—¿Usted cree que alguna editorial documental permitiría que se publicara un libro sobre lo que le estoy contando? —Se burló— Usted ha olvidado que el nacimiento de la literatura se da en la oralidad. No debería aislarse en un cuarto repleto de libros, sino debe acercarse a una multitud de hablantes. En el discurso profundo es donde encontrará las respuestas que un libro no podrá contarle.

Haruichi resopló y se rió de sí mismo.

—Debes estar loco, te debes estar divirtiendo con todo eso. Sólo quieres volverme loco. —Lo acusó dirigiéndose a la puerta. Mei negó con la cabeza.

—¿Has ido a algún lugar además de las bibliotecas? ¿Acaso fuiste al lugar donde se creó la página de "Inashiro"? —preguntó al tiempo en el que Haruichi recargaba la frente en la puerta.

—Mandé a alguien a investigar, esa propiedad ha estado en venta desde hace cinco años, por ahora le pertenece al estado. No hay registros de que haya sido una escuela o un club de béisbol. Tu teoría no encaja con eso, ¿sabes?

—En realidad sí lo hace. Si no hay registros de ello y no hay registros de algo más, entonces existe al menos un 50% de posibilidades de que te esté diciendo la verdad. Sin embargo, esta cifra puede aumentar si buscas a alguien que haya estudiado ahí.

Haruichi sonrió.

—No me digas, tú tienes un certificado.

Mei rió.

—¿No crees que eso sería muy fácil? Eres un detective, ¿cierto? ¿Por qué no prestas atención a los nombres en la noticia? Quizá encuentres algo que te llame la atención.

Haruichi giró el cuerpo y lo miró con cierta incertidumbre. El asesino se encontraba sentado, con las piernas separadas y la taza de café en las manos. Su cabeza estaba recargada en la pared y sus ojos destellaban de altanería. Parecía una persona diferente a la que había visitado casi diez días atrás.

RE: Última oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora