IV. Segunda parte

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El poblado era frío. Así había sido desde que los demonios habían emergido de sol y del mar. Se decía que un hombre los invitó a su tierra y que éstos, al tratarse de embusteros y crueles seres, retorcieron el contrato y lo usaron a su favor: así, cerca de medio país fue controlado por demonios y sus criaturas que podían arrasar reinos enteros.

Rápidamente, la hambruna y los robos se precipitaron en todas las áreas; varios gobernantes decidieron dejar sus tierras y huir a aquéllas no intoxicadas. Algunos más murieron junto a su gente, mas hubo uno que consiguió mantener la estabilidad por un tiempo sorprendente. Las fronteras del reino se alzaban sin que hubieran sido construidas por las manos del hombre, las tierras permanecieron fértiles y la vida en las casas era pacífica a pesar de saber que fuera de las murallas se desataba una guerra entre demonios y humanos. Algunos, los foráneos que envidiaban esa situación, adjudicaban su suerte a algún trato con un demonio; sin embargo, esa teoría caía en cuanto se recordaba que el rey de esas tierras no solía estar en su castillo, pese a que en sus primeros años había disfrutado a sobremanera de la atención que le daban. No era común que un joven de menos de treinta años tuviera la responsabilidad de mantener a su reino a salvo; lo normal habría sido que, con su juventud y belleza, hubiera preferido huir y vivir en un sitio en el que no tuviera que preocuparse por las responsabilidades que su familia le había heredado.

Y a pesar de que se sabía que las características principales del rey eran sus ojos azules y su cabello rubio, en realidad nadie recordaba su rostro. De esta manera, fuera de las murallas de Inajitsu, el reino envidiado, podía verse a un hombre que se codeaba con demonios y que se infiltraba donde ellos no podían para hacer tareas que ellos le pedían.

Pocas veces decía su nombre, no se lo daba a personas con armas o a las personas a las que debía matar. Aparentemente, sólo su costurera y un barman de una cantina en el este sabían su nombre. Su identidad, sin embargo, fue adivinada por ese muchacho detrás de la barra que se atrevía a escuchar cada uno de sus berrinches por las noches.

—¡Si tan sólo dejaran de quejarse sobre las bajas en sus ventas y produjeran algo con mejor calidad, incluso yo les compraría! —decía una noche mientras tenía en la mano un vaso de taruzake[1]. El barman lo miraba con una suave sonrisa en el rostro; permanecía recargado en la cantina detrás de él.

—Creí que tenías prohibido comprar tela en lugares sagrados —respondió su interlocutor.

—Claro que sí, lo tengo prohibido. ¡Pero aun así deberían esforzarse más! Su producción podría ser masiva con los terrenos que todavía tienen, me duele porque yo uso telas semejantes. Son muy resistentes, por si no lo sabías, Kazuya.

Enseguida, aún con la expresión llena de reproche, bebió de su vaso. Kazuya alzó la mirada cuando escuchó cómo un hombre con una ballesta abría la puerta del bar, mas al ver al rubio en la barra, gruñó.

—¡Él es un asesino, ha matado mujeres y niños! ¡¿Cómo es posible que permitas a ese hombre en este lugar, Miyuki?! ¡Mientras él esté aquí, yo no pienso comprarte!

—Já, descuida. Él consume más que todos los que están aquí, así que por mí no hay problema —contestó Kazuya restándole importancia.

—El 89% de las mujeres en estas tierras son violadas cada noche por los guerreros que luchan contra los demonios, ¿no crees que agradecen no estar vivas? —intervino el acusado, sin siquiera mirar a su acusador— ¿Y para qué quieres que los niños crezcan? ¿Para mandarlos a la guerra sin oportunidad de elegir? Al menos yo les doy una muerte indolora.

El hombre, enojado, apretó la mano en su ballesta y se dio la vuelta, no sin antes lanzar una sarta de maldiciones que todos los que frecuentaban ese bar ya conocían.

RE: Última oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora