I

103 13 10
                                    

Y mientras sentía cómo su camisa se empapaba de un viscoso y cálido líquido carmín, pensó en todos esos recortes y artículos que le entregó la misma persona que ahora sostenía el cuchillo que atravesaba su torso. Pudo ver en sus ojos azules una capa delgada de lágrimas que emergían con dolor y arrepentimiento.

—Lo siento ­—dijo el joven asesino antes de dejarse caer de rodillas con el arma homicida en las manos.

El cuerpo sin vida cayó sobre sus hombros. Las sirenas de las patrullas se oyeron en la calle aledaña.

...

Para el informe policiaco todo comenzó casi dos meses atrás, cuando el presunto homicida conoció al ahora difunto trabajador. Kuramochi Youichi y Kominato Haruichi estaban sentados frente a un chico rubio que aún portaba la camisa blanca llena de sangre ajena. Su mirada no se dirigía a ninguno de ellos: estaba puesta sobre sus muñecas aprisionadas en un par de esposas. Casi podía escuchar el llanto de sus hermanas y los reclamos de sus padres. Sí, "su hijo no podría haber matado a nadie, él no era un asesino".

Sin embargo...

—¿Por qué lo hiciste, Narumiya? —espetó Kuramochi, con la vista clavada en sus ojos apagados.

El aludido no respondió ni alzó la mirada. Sus pensamientos seguían la corriente de la culpabilidad, de lo que pasaría con el honor de su familia, de lo que tendrían que hacer sus hermanas para dejar de llorar y de lo que tendría que hacer su padre para explicarles a todos que su hijo, en efecto, había asesinado a un hombre.

Sí, era cierto, había matado... lo había matado a él. Pero, estaba convencido de que había sido lo correcto.

—Merezco la pena de muerte —dijo por fin; en su voz apenas podía percibirse nada, como si estuviera batallando consigo mismo sobre lo que debía sentir en ese momento—. Lo odiaba, no fue un accidente, no fue nada más que simple deseo de arrebatarle todo, incluso la vida.

Kuramochi apretó los dientes. Odiaba ese tipo de criminales: sus razones solían ser tan vacías como sus corazones. La indiferencia a la vida era tan palpable como despreciable. Parecía que incluso la pena de muerte era un regalo para esos psicópatas.

—Pero él ya no tenía nada excepto su trabajo —respondió Haruichi, mirándolo por debajo de su largo fleco.

"Y una vida", quiso responder Narumiya; mas sabía que había tonos, había palabras que los obligarían a investigar más, a resolver más preguntas que las que tenían en su protocolo de investigación.

Empero, Haruichi solía ser mucho más curioso por lo que pensaban aquéllos que cometían asesinatos tan repentinos como el que estaba en sus manos. Haruichi opinaba que lo interesante no era cómo habían cometido tal delito, sino cuál era la historia detrás de eso. Sí, posiblemente Narumiya Mei mereciera la pena de muerte, pero si se lo llevaban en ese momento, entonces no podría averiguar qué circunstancias lo habían llevado a deshacerse de Miyuki Kazuya. Las personas a su alrededor podrían decir muchas cosas, pero sólo ese muchacho de cabello rubio y ojos azules tenía la verdadera versión de lo ocurrido, ¿cómo era que nadie sentía la curiosidad de saber cómo se generó esa aptitud?

—¿Qué opinabas acerca de Miyuki Kazuya? ¿Había algo que odiaras de él? —insistió, sopesando las posibilidades.

Mei desvió el rostro y frunció ligeramente el entrecejo.

¿Odiar algo de él? Por supuesto que sí, era testarudo hasta los huesos, no sabía identificar cuando una persona era desagradable con él y aparentaba ser superior a cualquiera que se parara a su lado. Era despreciable en tantos aspectos... Tanto que casi se arrepentía de haberlo matado.

—Nunca me agradó, era una escoria como persona —dijo sin emoción alguna.

Detrás del cristal que quedaba de frente al acusado, se encontraban dos personas más, mirando la escena. El fiscal, hermano del curioso detective, sonrió.

—Haruichi no parece rendirse con estas personas. Es un simple psicópata, ¿qué más da? Pudo haber matado a su madre y no le habría molestado —comentó. Su acompañante, Watanabe Hisashi, no sonrió. Al contrario, hizo una mueca de concentración.

Normalmente, calificaría la insana curiosidad de Haruichi Kominato como algo perturbador. No obstante, esta vez sentía que algo no cuadraba. El perfil del psicópata típico no encajaba con lo que veía en Narumiya Mei. Sus gestos, sus palabras y sobre todo sus antecedentes, no mostraban un eficiente signo de psicopatía. Ya habían atrapado antes a asesinos seriales, violadores y pedófilos que poseían una mirada distinta, que solían hablar sin detenerse, que presumían de sus actos y aunque no siempre estaba la sonrisa en sus labios, se podía percibir en cada signo su psicopatía.

En Narumiya Mei... algo faltaba en él; era como si estuviera fingiendo, como si estuviera ocultando algo más.

—Iré a hablar con los padres del acusado —dijo al fiscal—. Hay algo que no cuadra.

—Sus huellas están en el cuchillo y la sangre en su ropa es la de la víctima. ¿Qué es lo que no cuadra en esta situación? Incluso él mismo lo ha confesado —alegó Ryosuke.

—Su perfil... Pregúntale a tu hermano qué es lo que ve en Narumiya Mei.

La mente de un psicópata no tiene remordimientos, no tiene grandes miedos y no muestra empatía. Sus actitudes, desde infantes, suelen denotar a un mitómano, un controlador y un ególatra. Sus ojos no muestran muchas emociones, evitan las negativas. Incluso cuando cometen asesinatos, violaciones u otras atrocidades, no expresan arrepentimiento por todo el daño provocado. No desvían la mirada ante los familiares afectados o ante las personas que los interrogan. Admiten sus actos y no se detienen cuando les preguntan los detalles. No dudan, no hay nada que temer.

No hay recuerdos que atormenten su mente, no hay rezos en silencio ni hay lágrimas ahogadas en unos ojos resecos. No hay un obligado vacío en las pupilas ni un nudo en la garganta imposible uesde deshacer.

No hay un nombre pronunciado en la frialdad de una celda a la mitad de la noche. 

RE: Última oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora