Se sorprendió cuando, esa noche, su hijastra acudió a él y no a su madre. La pequeña de seis años apenas y había podido tolerarlo durante los meses en los que compartieron un solo hogar.
—¿Qué sucede? ¿Monstruos en tu armario? —preguntó él, sarcástico.
Ella asintió.
—Don Huesos no me deja dormir.
—¿Don Huesos? Qué chistoso. El nombre de mi monstruo, cuando yo tenía tu edad, era Don Huesos —indicó, riendo por lo bajo—. Oye, quizá está aquí por mí y no por ti.
Ella se acercó y apagó la luz.
—A mí me dijo lo mismo —le respondió.
La puerta del armario empezó a rechinar.