Capítulo 7

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—Hoy estás muy extraña Luz, ¿te sientes bien? —interroga Penz mirándome desde su asiento como cada jueves que nos reunimos en su consultorio para una charla que él se encarga de hacerla casual, amena y relajada; es el único momento donde no me sie...

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—Hoy estás muy extraña Luz, ¿te sientes bien? —interroga Penz mirándome desde su asiento como cada jueves que nos reunimos en su consultorio para una charla que él se encarga de hacerla casual, amena y relajada; es el único momento donde no me siento agotada, con ganas de tirar la toalla y sobre todo, sé lo que va a pasar ya que es lo mismo una y otra vez, aunque esta ocasión se siente diferente por lo que pasa en mi cabeza.

Cuando él se sienta, acomoda sus gafas y toma el lapicero rojo para entrelazarlo entre sus dedos, sé, en ese momento, que ya estoy hablando con mi psicólogo y no con el relajado, sonriente y apasionado Penz que he tenido la fortuna de conocer después de que se quita su bata de doctor o sus gafas de pasta marrón cuando es mi psicólogo.

Sus palabras, como él lo trata de hacer ver, nos llevan al mismo tema de siempre: Mi mente sin aparente salida. Una que otra vez me he visto tentada a hablar de aquellos retazos que han pasado por ella, pero callo, sé lo que me dirá, y sobre todo, lo que me sugerirá. Cada vez que uno de ellos vienen, golpeando mi cabeza de aquella manera, pienso en ese frasco de pastillas como solución definitiva. Pero algo me hace desistir y seguir aguantado cada estocada que pareciera que quiere ser la última cuando me atraviesa la sien de aquella manera. Siempre, cuando intento abordar ese tema en unas de estas secciones, muerdo mis labios y en mi cabeza se reproduce aquel día que Penz ha hecho de cuenta que nunca existió por las consecuencias que se derivaron desde ese momento, y que a él lo mantuvieron en vilo, preocupado, incluso, me atrevería afirmar que está arrepentido de haberme hecho aquella propuesta donde, después de lo que sucedió, me sugirió aquel consejo que ha venido conmigo desde entonces.

Solo está reinando el silencio en la habitación donde estamos solo él y yo.

Aunque él no se atreva a decirlo, sé que estas secciones fueron diseñadas para reafirmar que el compromiso que jure y firme al aceptar ser parte de todo eso sigue intacto. Más que saber como estoy, lo que quieren en realidad es ver que es verdad todo lo que digo.

Levanto la mirada, solo hasta mis manos entrelazadas donde puedo ver los zapatos marrones que hoy lleva: Están limpios, impecable como su presencia. Relucientes, pulcros como aquella sonrisa que suele mostrar muchas veces. Muerdo mi mejilla dando tiempo para buscar una respuesta que él espera, pero lo que se me escapa es otro suspiro cuando vuelvo a perder la vista en la hormiga que ahora sube por la punta de mi zapatilla mientras me limito a encogerme de hombros respondiendo su pregunta.

No hablo.

No digo nada.

Me quedo sentada con la piernas un tanto abiertas dejando mi cabeza hundida entre mis manos que se entierran ahora en mi cabello.

No hablo.

No digo nada.

Sé que me habla pero mi no dejo de pensar en otra cosa que mi una sensación que tengo se ha encargado de avivar.

FIN DEL JUEGO © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora