Sei.

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Quizá era una decisión que debería haber discutido con mis padres. 

Porque ahora, ciertamente, me estaba arrepintiendo. 

¿En qué estaba pensando al aceptar un contrato de una pasantía de un año, estudiando en un país extranjero y compartiendo el departamento con mi prima? Claramente me había dejado llevar por mi emoción, pero ahora me arrepentía. 

¿Qué pasaba si me olvidaba todo lo que había estudiado en los últimos casi cuatro años de Medicina? ¿Y si diagnosticaba mal a alguien? ¿Y si se moría alguien?

Me reí ante el último pensamiento porque de ninguna manera alguien iba a dejar que se muriera un jugador profesional, menos a manos de un pasante. Y ni hablar de un mal diagnóstico, eso podría costarme la carrera, que todavía no tenía, y ganarme una muy mala reputación. 

Tenía que dejar de pensar tanto, pero había algo que me preocupaba de sobremanera: ¿Cómo se suponía que iba a pasar tantos meses fuera? Ni siquiera había puesto la mitad de mis cosas o de mi ropa en el equipaje que había traído. Me faltaban libros, cuadernos, cosas personales... 

Más que preocuparme, esta empezó a parecerme una decisión absurda. Una de las primeras cosas que hice, por supuesto, fue entrar en pánico y decirle a mi familia que me arrepentía, que no fue una decisión coherente y que quería volverme en dos semanas, que era lo que habíamos planeado. 

Sin embargo, mis papás se rieron y fueron los primeros en tranquilizarme. Ellos habían hablado hacía algunos meses con mi tío y estaban completamente de acuerdo si mi decisión resultaba ser afirmativa. Era obvio que no se iban a oponer: si lo que decidiera era lo mejor para mi futuro y para mi crecimiento personal, me apoyarían con todo lo que pudieran.  

Cómo es que habían hecho mis padres para convencerme de que todo esto iba a funcionar, no tenía idea. Pero media hora después, mi actitud hacia esto había cambiado completamente. 

Lo iba a hacer funcionar. 

Por las buenas o por las malas. 

[...]

El reloj colgado en la pared del living marcaba las cinco y media de la tarde de la tarde turinesa. Valentina había comprado donas para merendar, oferta que yo no pude desistir, y estábamos compartiendo un café mientras las noticias sonaban de fondo, aunque ninguna le estaba dando la atención que se merecía. 

Terminé de subir la única foto decente que me había sacado aquel día y dejé el celular boca abajo. No me interesaba tanto seguir mirando las redes, además de que probablemente no encontrara nada nuevo, pero suspiré cuando oí el sonido de una notificación. Quizá no fuera nada, pero levanté el teléfono para ver de qué se trataba y debo decir que me asombré.  

fbernardeschi te ha enviado un mensaje.

—Me dijiste que habías hablado con este chico Federico, ¿no? —le pregunté a Valentina mientras miraba la notificación, como si pudiese hacerla desvanecerse. 

—Sí, un poco. Es simpático —ella volvió su vista a su celular, pero la volvió a levantar casi al instante: —¿Por qué preguntas?

—Por curiosidad —mentí y le di un mordisco a la dona. 

Volví a dejar el celular en su lugar y me concentré en la pieza de pastelería que tenía entre las manos como si fuese lo más interesante del mundo. Habré dado solamente dos mordiscos más cuando me limpié las manos y volví a agarrar el teléfono. 

Estuve un minuto entero con su chat abierto esperando a saber qué contestarle lo que me había dicho, lo cual dicho sea de paso, me había sacado una sonrisa. Le contesté casi de la misma manera porque tenía ganas de seguirle el juego a ver hasta dónde podía llegar. 

Me volví a reír cuando me dijo que le había gustado mi foto y Valentina me miró extrañada. 

—¿De qué te ríes?

—Estoy hablando con Federico. 

—Eh... ¿Qué? ¿En serio? —asentí y respondí el mensaje—. ¿Tienes su número?

—No, le estoy hablando por Instagram. 

—Veo que has cambiado rápido de opinión sobre él. 

—No dije eso. 

—¿Y entonces por qué le estás hablando? —dejó su celular en la mesa y tomó de su café. 

Podría haber contestado a esa pregunta de múltiples maneras, pero decidí ir por lo honesto.

—Porque es lindo. Aunque es un imbécil. Y probablemente sea un mujeriego —mi prima bajó su taza y me miró confundida—. Alguien que anda con muchas mujeres. 

—Eso no lo sé. Pero no es un imbécil, deberías hablarle más. 

—Sí, quizás. 

La verdad era que no estaba del todo interesada. El ser jugador de fútbol, lindo, simpático y gracioso era el combo perfecto para darte cuenta que, indudablemente, eso no iba a resultar bien. Y no es como si tuviera demasiada experiencia en ese ámbito precisamente, pero cada vez que salía algún escándalo deportivo relacionado a las parejas de los atletas, más me daba cuenta que no eran mi tipo en absoluto.

—Creo que no deberías juzgarlo por tu experiencia con... 

No me gustaba nada para el lado en que la conversación estaba yendo, así que la corté en seco: 

—No quiero hablar de él. 

—Ni siquiera iba a mencionarlo —pronunció mi prima con cuidado y la miré agradecida—. ¿Te ha invitado a algún lugar?

—¿Quién? —hizo un movimiento con su cabeza para indicarme el celular y comprendí de inmediato—. No, solamente me estaba diciendo que le gustó la foto. 

—Bueno, si te pide salir con él... dile que si. 

—¿Y por qué haría eso? —pregunté riéndome.

—Porque te sentaría bien —se levantó de la mesa para lavar su taza y me quedé pensando en por qué eso sería una buena idea. 



















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EDIT: Por favor díganme si les gusta esta faceta de Bianca en modo bitchy porque yo medio que la amo (?)

Es por amor | Federico Bernardeschi.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora