Sessantacinque.

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Lunes, 17 de septiembre de 2018.

Turín, Italia.

La alarma había sonado tres horas y media más tarde. Me dolía el cuerpo entero, la cabeza me daba puntadas que parecían no tener fin y mi cara, al verme en el espejo del baño, era simplemente fatal. A eso había que agregarle que me caía del sueño.

En la mesa del living yacían todos mis libros, las biromes y las hojas esparcidas, recordándome la exhaustiva sesión de estudio de madrugada que había tenido. Todavía era temprano y podría estudiar algo más, si es que mi cabeza y mi cuerpo me daban, antes de dirigirme hacia el club.

Encontré mi celular cerca de los libros. No lo había desbloqueado desde la madrugada, pero tampoco era como si estuviese desbordando de notificaciones. De todas formas, contesté los que me importaban y me fijé en que el que le había mandado a Federico anoche, no lo había contestado pero sí visto.

Bloqueé el teléfono casi al instante, demasiado molesta estaba ya como para preocuparme en un mensaje. Minutos después, Valentina apareció en la cocina, completamente vestida para iniciar su día, para ayudarme a preparar el desayuno.

—Veo que tu noche ha sido agitada. —soltó mientras se desperezaba y se sentaba en una de las sillas de la isla flotante. Me limité a asentir mientras servía el café en dos tazas—. ¿A qué hora tienen el vuelo?

—A las cuatro y algo, creo. Pero hay que estar una hora antes y todavía no hice la valija. —Valentina me miró y mientras yo tomaba de mi taza, acotó:

—Realmente luces fatal. —elevé las cejas y le dirigí una sonrisa irónica.

—Gracias, no me había dado cuenta.

—Siempre es bueno ayudarte. —vio la hora en su celular y abrió los ojos grande mientras mordía una tostada—. Dios, qué tarde es. —y tomó un gran sorbo de café para luego dejar la taza en el lavadero y dirigirse hacia su bolso, donde tiró algunos libros y un cuaderno.

—¿Por qué tan... apurada? —le sonreí por arriba de la taza y levantó sus hombros.

—Debo verme con alguien antes de clases. —y como si no quisiera seguir hablando del tema, se puso sus anteojos de sol y antes de darse vuelta para irse, me miró con una sonrisa—. Suerte y avísame cuando llegas.

No me dejó ni siquiera despedirla que ya había cruzado la puerta. Lavé todo lo que utilicé, ordené un poco mi "lugar de estudio" e hice mi bolso con tal de no pensar en cómo iba a hacer para rendir dentro de tres días si hoy tenía que partir a España.

Mañana se jugaría el primer partido de la fase de grupos de la Champions y esta vez, tocaba ir hacia Valencia, ciudad del club homónimo. Raramente, Gianluca había pedido que vayamos ambos. No me había negado, porque en realidad no había una opción como para hacerlo, pero tampoco era que me emocionaba demasiado ir. Si estaba Gianluca, no había necesidad de llevarme a mí.

De todas formas, dos y cuarto de la tarde estaba en el club con una pequeña valija y un bolso de mano. Saludé al plantel médico, a los utileros y a algunos ayudantes de campo. Divisé a Rodrigo y a Cristiano a lo lejos, pero antes vi a Federico y a Miralem, no muy lejos de mí, hablando.

La mochila, que no llevaba demasiadas cosas, de repente pesaba un montón. Caminé perseguida, como si todos los que estaban a mi alrededor supieran que algo ocultaba.
Me acerqué sigilosamente y cuando ambos me notaron, saludé primero al bosnio y luego, con un beso corto, a Federico.

—¿Todo bien?

No.

—Sí.

Es por amor | Federico Bernardeschi.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora