Quarantaquattro.

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Viernes, 22 de diciembre de 2017.

Le mandé el último mensaje a Florencia informándole que ya estaba casi lista para pasarlos a buscar. Bajé las escaleras casi corriendo, como lo hacía cuando era más chica, y vi a mis papás preparando el almuerzo en la cocina. Entré y les sonreí al verlos cocinar juntos.

- ¿Ya te vas? – preguntó mamá. Asentí mientras sacaba una manzana del frutero y le pegaba un mordisco. - ¿No te querés quedar a comer, por lo menos?

- No, como con ellos. Total, tenemos que ir a comprar.

- ¿A comprar qué? – me miró papá mientras paraba de rallar una zanahoria para mirarme.

- Cosas. – le dije mientras le levantaba un hombro y él seguía en su labor. – Después vamos a la quinta, no vamos a tardar tanto. – fui hacia el living con mamá siguiéndome y agarré la pequeña mochila que me llevaría con documentos y dinero.

- Bueno, ¿te llevás el auto? – preguntó mamá haciendo referencia a su auto y negué. - ¿No lo ibas a usar?

- Hubo un cambio de planes.

- No te olvides de lo que hablamos. – agregó mamá y suspiré.

- No podría olvidarme. – le dije con una sonrisa irónica y papá apareció en el living secándose las manos.

- ¿Qué hablaron?

- Cosas de chicas. – le respondió mamá, coqueta, y él la miró con cara de pocos amigos.

Diez minutos más tarde, estaba caminando por las calles de mi barrio observando todo como si fuese turista y nunca las hubiese recorrido. Me sabía el camino hasta la casa de Ezequiel de memoria, y por suerte, solamente eran alrededor de veinte cuadras así que no me molesté en tomar ningún colectivo, aunque podría haberlo hecho tranquilamente.

Luego de quince minutos caminando abajo del infernal sol, toqué el timbre en cuanto estuve en la calle de los Di Loreto y los usuales ladridos de perro no tardaron en hacerse presentes. Mi amigo, vestido con una bermuda hasta la rodilla y con una remera azul, salió por la puerta principal esbozando una sonrisa. Cruzó el pequeño jardín y llegó hasta la reja, donde abrió la puerta con mucha facilidad.

No tardó ni un segundo en abrazarme por los hombros, a pesar que yo estaba traspirada por caminar bajo el sol y por la caminata, y yo lo abracé como pude. A pesar de no ser una persona demasiado cariñosa, lo demostraba cuando podía y como podía, y eso lo valoraba mucho.

- Te extrañé, cabeza de estetoscopio. – dijo mientras llegábamos hasta la puerta de su casa.

- Yo también te extrañé, cabeza de sartén. – contesté, dándome vuelta antes de pasar a su casa.

Tantos años de amistad, tanto con él como con Florencia, tenían sus ventajas y era que conocía a toda su familia. Su mamá me recibió y me hizo las típicas preguntas sobre el viaje y me contó cosas que mi amigo había realizado mientras yo no estuve en el país; cosas que, en realidad, yo ya sabía, pero ella lucía tan orgullosa de contármelo que me concentraba en aquella mujer.

- Bueno, mamá, muy linda la charla, pero nos tenemos que ir. – apuró Ezequiel mientras le pasaba un brazo por los hombros y le dejaba un beso en la mejilla.

- ¿Ya? ¿No quieren tomar unos mates? – preguntó su madre y yo negué.

- Nos está esperando Flor. Tengo que hacer compras navideñas. – hice una mueca y ella asintió.

- Bueno... Zeque, no llegues muy tarde, por favor. Acordate que viene la abuela. – mi amigo asintió y agarró las llaves de su auto, la billetera y las llaves de su casa.

Es por amor | Federico Bernardeschi.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora