CINCO

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—¿No vas a tener mucho calor con pantalones? —le preguntó Piers cuando la recogió el domingo, a las ocho en punto.

—Si hace calor más tarde, me puedo cambiar —le dijo señalando el bolso que llevaba. No había una nube en el cielo, y ya hacía calor a esa hora.

Tenía una gorra, pantalones cortos, crema protec­tora, bañador y toalla en el bolso. Pero la verdad era que había preferido que Piers no le mirase las piernas como aquel día. Aunque debía admitir que a ella se le iban los ojos a las piernas musculosas de él, espléndi­das debajo de los pantalones cortos blancos. Y sus bra­zos bronceados con un vello viril asomando por las mangas de su polo...

Cuando llegaron al puerto deportivo, el lugar ya es­taba en plena actividad. Tess observó los mástiles alre­dedor, y las gaviotas. Se preguntaba cuál sería el barco de Piers.

Ella había esperado un barco lujoso como el de Julius Branson, y cuando conoció su yate, relativamente modesto, tuvo que reprimir una expresión de asombro.

—Es bonito, ¿no? —le preguntó él entusiasmado.

Ella se dio cuenta de que Piers sentía un gran apre­cio por ese barco. Lo había mirado con cariño. Y ellase preguntó cómo sería que sus ojos se posaran sobre ella de ese modo.

—Es muy fácil de manejar. Es lo que me gusta. Puedo navegar solo en él. Y es muy adecuado para ca­rreras. Siempre responde como tú quieres —la miró con picardía, mientras la ayudaba a subir.

¡Dios! ¡No estaba describiendo su barco solamente!

—¿Intervienes a menudo en carreras con el barco? —preguntó ella, apartando la mano que él había tomado previamente en el momento de subir.

—Casi todos los fines de semana. Mira, ¿por qué no pones tus cosas abajo, te pones la gorra y subes con­migo para adornarlo mientras lo suelto?

¿Adornarlo?

—¡Me parece mejor que te busques otro adorno! Puedes mostrarme las normas, y yo puedo echarte una mano...

Él la miró travieso. No sabía por qué. ¿Por su acri­tud, o por la idea de darle una mano?

—¿O sea que nunca has navegado antes? —el tono era burlón.

—¡Siempre hay una primera vez! He estado muy ocupada con otras cosas en todos estos años.

—¿Andrew no navega?

Ella lo miró con desdén. ¿Se creería que todo el mundo navegaba?

—No todo el mundo tiene tiempo libre para el ocio, o tiene los medios económicos para hacerlo —se oyó decir.

Enseguida se arrepintió de decirlo. Pero no era cuestión de disculparse. Debía estar demasiado acos­tumbrado a que todo el mundo le pidiera disculpas y estuviera a sus pies. Entonces, decidió aliviar sus palabras con una sonrisa. Y en sus ojos descubrió el mismo sentido del humor. Fue un alivio.

Tess se dio la vuelta y se dirigió a la cabina de abajo.

Cuando regresó, se había recogido el pelo debajo de una gorra, y tenía los brazos y la cara cubiertos de crema.

Insistió en ayudar, y él apreció su ayuda, comen­tando algo sobre que las mujeres normalmente prefe­rían sentarse y dejarle el trabajo a él.

La ciudad fue desapareciendo detrás de ellos. La bruma iba tapando los edificios como sábana blanca. Había otros barcos alrededor, y Piers necesitaba estar alerta todo el tiempo. Tess disfrutó de la brisa en la cara. Era una sensación nueva y agradable. Y también disfrutaba viendo a Piers: su pelo oscuro, su perfil bien delineado contra el cielo azul. Le recordaba a los pira­tas y bucaneros...

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