Epílogo

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Tess estaba sentada en el balcón de su casa, al lado del puerto, mirando los yates y los ferris del puerto bajo el sol. Era el Día de Australia, el segundo aniversario del día en que había conocido a Piers. Ella deseaba que él se diera prisa.

Guardaba un secreto. El avión de Piers llegaría alre­dedor de las cuatro de Singapur, donde él había pasado los últimos cinco días, en una conferencia, y al mismo tiempo se había ocupado de un asunto de una de las compañías de su padre. Nunca habían pasado tanto tiempo separados.

Esa noche, ella pensaba recibirlo con una cena ín­tima y romántica a la luz de las velas. El comedor, con vistas al puerto a través de sus ventanales, estaba listo con la cubertería de plata, las copas más finas, y el me­jor mantel bordado. Había preparado salmón ahumado para la entrada, en el horno se estaba haciendo el plato preferido de Piers, carne asada, y el champán esperaba frío en la nevera. También había hecho una tarta de li­món casera, especial para él. No tenía nada que hacer hasta el último momento.

Observó los barcos del puerto, buscando al Mistique. ¿Le importaría a Piers no encontrar a Olivia cuando llegase a casa? Dee se había llevado a la nietecita de siete meses al yate, para que Tess y Piers pudieran estar a solas. A Dee le encantaba ocuparse de la niña. Casi siempre la dejaba con Dee o con Honey, las tres mañanas que debía ir a su consulta. Los Honey ha­bían seguido en la vieja casa de los Branson cuando ella y Piers se habían ido a vivir allí. Julius y Dee ha­bían preferido irse a vivir a un sitio más pequeño en Sydney, y finalmente habían decidido irse al aparta­mento de Piers al lado de la antigua casa de los Bran­son.

¡O sea, que se habían intercambiado las casas!

Phoebe y Tom, ya casados, seguían atareados con sus profesiones, y permanecían en el apartamento de siempre. Todos compartían las pistas de tenis y el billar debajo de la mansión familiar, y todos se llevaban bien.

Tess se incorporó al ver pasar al Mistique, y saludó con la mano al distinguir a Dee con Olivia en brazos. ¿Era Phoebe ésa que estaba de pie a su lado? La familia sabía cuál era su plan para esa noche. Pero... se sentía un poco inquieta. ¿Y si el avión de Piers se demoraba? ¿Y si no llegaba a tiempo para celebrar ese día? Él no había nombrado para nada el Día de Australia cuando había hablado con ella por teléfono desde Singapur... ¿Habría estado muy ocupado para recordar ese día?

Aunque no era normal en Piers olvidarse de un ani­versario. Él era muy romántico y muy atento para to­das las fechas de aniversarios. Siempre la hacía sentir especial.

El año anterior habían celebrado el Día de Australia con su familia y algunos amigos a bordo del Mistique, como lo habían hecho el día en que se habían conocido. Entonces, ella había estado embarazada de cuatro me­ses de Olivia. Pero hoy, había preferido no ir con su fa­milia a bordo del yate. Ellos lo entendían. Sabían quequería estar a solas con Piers en casa. Aunque no sa­bían nada todavía, que ese aniversario era algo espe­cial. Se acarició el vientre, aún plano.

Si se demoraba mucho su vuelo, ¿estaría de humor para celebrar una cena íntima, o vendría tan cansado que se iría directamente a la cama a dormir?

Tal vez habría decidido tomar un avión más tarde, sin tener en cuenta el día que era. Quizás ya no fuera importante para él...

Suspiró profundamente. ¿Sería eso lo que pasaría después de un año de casados?

¿O lo que ocurría era que se sentía un poco vulnera­ble emocionalmente e insegura porque estaba embara­zada otra vez? ¿Se alegraría Piers? ¿O sería demasiado pronto para él? Cuando naciera el nuevo bebé, Olivia todavía llevaría pañales...

Sonó el timbre de la puerta. ¿Por qué llamaría Piers, si tenía llaves? ¿O serían Pamela y Andrew que habrían decidido hacerle una visita sabiendo que estaba sola?

Cuando abrió la puerta se encontró con un ramo de rosas rojas, y detrás, la chica que las llevaba. ¡Segura­mente él no regresaba esa noche, y había enviado flo­res en su lugar!

Las llevó adentro. Nunca había visto tantas rosas juntas. Estaban envueltas en celofán, y había un sobre blanco pegado.

En lugar de una tarjeta, se encontró con una carta.

Se sentó a leerla.

Mi querida Tess:

Un amigo que conocí en Singapur llevará esta carta a un florista de Sydney, ya que él llegará en un avión más temprano. No quería enviarla por fax.

Estas rosas son para ti, mi amor, en este día espe­cial, el segundo aniversario del día en que nos conoci­mos. El Día de Australia, el día en que mi vida cambió. Un día que jamás olvidaré, Tess, porque te conocí a ti. Mi querida, estos dos años que he pasado a tu lado, me has dado tanto... Tu amor, tu compañía, tu sabiduría, tu humor, tu apoyo, y, por supuesto, el mejor regalo, nuestra hermosa hija Olivia, que cada día se parece más a su madre. Tess, tú eres mi mejor amiga, mi amante, mi vida.

Cuando hablé contigo la otra noche por teléfono, ¿has pensado por un momento que podía haberme ol­vidado de este día? Fue un poco perverso por mi parte bromear con esto, pero quería sorprenderte con esta carta y estas rosas. ¿Te das cuenta de que ésta es la primera carta de amor que te escribo? Y nunca le he mandado rosas a ninguna otra mujer, Tess. Para mí, las rosas simbolizan el amor.

Si te preguntas por qué te escribo si en pocas horas voy a tenerte en mis brazos, bueno, a veces es más fá­cil escribir en una carta lo que tiene un hombre en su corazón, que decirlas cara a cara. Así que espero que no te rías. Nosotros nos reímos mucho, Tess. Siempre hemos compartido el sentido del humor, desdramati­zando muchas cosas que la gente en general tomaría seriamente.

Pero, aunque te parezca tonto, voy a arriesgarme n decirte algunas cosas más.

Tess, te echo tanto de menos. Te he echado de un nos cada minuto de estos cinco días. Especialmente es­tas noches. He echado de menos el sentir tu piel bajo mis dedos, el sonido de tu voz aterciopelada, los mo­mentos sublimes que alcanzamos juntos. Y, sobre todo,echo de menos tu adorable rostro, esos labios especia les para besar, ese pelo glorioso que me gusta tocar.

Tess, os echo de menos a las dos. ¿Me has echado de menos, mi amor? Espero no haberme perdido nada nuevo que haya hecho nuestra pequeña, o nada aluci­nante que haya logrado en mi ausencia. Ella cambia tan deprisa...

Cuando llegue a casa, Tess, ¿por qué no hacemos otro niño? Tengamos montones de niños. ¿Un niño, quizás, la próxima vez? Pero si es otra niña, será igual de maravilloso. Estaré en casa hacia las cinco. Si has planeado salir a cenar para celebrarlo, cancélalo. Quedémonos en casa. Podemos pedir una pizza por te­léfono y comerla en el balcón, bajo las estrellas, viendo los fuegos artificiales del puerto. Y entonces, Tess, vayámonos pronto a la cama, ¿te parece?

Un beso a Olivia de mi parte. Os amo, y os amaré siempre.

Tu amante esposo, Piers.

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