Capítulo 9: Revelación

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Pasaban las semanas, y el momento en el que el transporte se volvería a presentar para recoger a sus pasajeros estaba cerca. La voz de Olí hoy sonaba algo irritada.

—Nunca ha sido fácil convencerte, Hanson, pero aunque reconozca que otras veces has tenido razón, ahora sé que estás cometiendo un error. Y uno grave.

El Agente observaba a John jugando con otros niños en la playa. Desde esa altura, era difícil distinguirlo entre el grupo que perseguía un balón por la arena. A la montaña donde había subido el Agente no llegaban los sonidos de quienes estaban tan abajo; solo el viento y el rugir de las olas, en un murmullo violento y monótono. Apenas subía nadie hasta allí, aunque existía una vereda que salía de las afueras de la ciudad y llegaba hasta esa cima, antigua zona de pastoreo, y ahora colindante con el área urbana. Era un lugar ventoso y estéril, una montaña grande y achatada que dominaba la región y la costa. Desde uno de sus laterales, permitía ver toda la extensión de la playa más cercana a la ciudad, con tantas rocas como arenales, pero familiar y acogedora para los que estaban acostumbrados.

Hanson estaba preocupado y así se lo había expresado a Olí cuando decidió salir de la casa a tomar el aire, pero no con su disfraz de don Juan Cuenca, sino haciéndose invisible bajo su traje inteligente. A plena luz del día era arriesgado, pero decidió hacerlo de todas formas. Por primera vez en mucho tiempo, Hanson no sentía que estaba controlando la situación. Necesitaba salir de aquella casa antigua y recargada para despejar la mente, por lo que se había quitado la ropa, y tras comprobar que no había nadie en las escaleras ni en la calle estrecha, se había deslizado por el portal sin hacer ruido, y esquivando coches y peatones, agachándose y cobijándose donde hiciera falta, había salido de la zona más poblada caminando entre las pocas sombras que el mediodía dejaba por el suelo. Cuando hubo llegado a las afueras su sigilo se convirtió en prisa, y comenzó a correr la cuesta que llevaba hasta la cima, llegando exhausto pero satisfecho por no haber perdido facultades en aquel juego del escondite que llevaba tiempo sin practicar. El traje inteligente no proporcionaba una invisibilidad total, sino que plegaba la luz, como quien se arropa con una gabardina, alrededor de quien lo vistiera. Un movimiento a destiempo o una persona que mirase con atención podrían ver cómo la pared, la farola o el coche se distorsionaban al pasar el Agente, que se movía o esperaba en silencio al compás que marcaban las características del entorno que configuraba su camino.

Así había llegado a la cima de la montaña, cien metros sobre la playa, sin ser descubierto; y desde allí su vista, mejorada artificialmente, distinguía a John y sus amigos jugando con la pelota, todos en traje de baño. Los padres se repartían por los alrededores de esa zona de la playa, unos charlando, otros simplemente tumbados al sol, todos en pareja excepto Marcos, cuya silueta se recortaba tumbada boca abajo sobre una toalla azul oscuro, leyendo. El padre de John era su principal preocupación. Habían transcurrido tres meses desde que ocurriera la escena en la que se presentó en casa de Hanson y Olí al borde de la desesperación, pensando que don Juan Cuenca podía haber secuestrado a su hijo. Y un mes después del verdadero caso de abuso que el propio John había descubierto, Marcos había sufrido una gran transformación. Aparte de haber dejado de cortarse la barba y el pelo, había decidido abandonar su proyecto de abrir una consulta de psicólogo y le había confesado a Don Juan Cuenca la determinación de dedicarse a la educación de su hijo, intentando para ello comenzar algún negocio que le pudiera proporcionar más tiempo libre que beneficios económicos. Por supuesto, don Juan Cuenca le había animado a que lo empezara cuanto antes, sabiendo que cuando el ser humano tiene un objetivo, se olvida de las preocupaciones.

Hanson agarró una pequeña roca y la lanzó hacia un arbusto leñoso que tenía delante. Era curioso saber que su brazo y su mano estaban allí, aunque solamente pudiera ver un pequeño deslizamiento de la luz en el suelo cuando se movía a alcanzar la piedra, y luego observar cómo ésta se elevaba sola y salía despedida. Tras contemplar el impacto en el arbusto y oír entre el viento cómo se colaba el sonido del golpe, respondió en voz alta a Olí, que era quien le estaba hablando a través del comunicador que Hanson llevaba incrustado en el oído:

Desterrados del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora