Capítulo 7: Política

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—En fin, creía que en estos momentos de peligro e incertidumbre iba a sentir algo, como un cosquilleo en el estómago, un mareo o la boca seca. Pero nada ha cambiado. Supongo que aún tengo mucho que aprender.

Sasha decía estas palabras a Aurora mientras ambos miraban hacia arriba, ella protegiéndose los ojos con la mano a modo de visera para que la luz del sol central no la cegara. Unos minutos antes Hanson había subido hacia allí en el elevador, llevándose sus pertrechos en una maleta de tela muy fea, y a Olí embutido en la tableta de almacenamiento cuántico, dentro del viejo maletín de cuero. Su destino, en contra de las órdenes impartidas en la reunión del Consejo, era el año dos mil trece. El hombre se había despedido de ella con un beso en los labios, pero ambos ya sentían la falta del otro, pues la fusión de conciencias los había unido de manera absoluta. Eran conscientes de que aquella podría realmente ser la última vez que se veían, que comenzaba una misión diferente a todas, que podría proporcionarles respuestas o provocar su separación definitiva. Aunque después de más de tres siglos conviviendo de una u otra manera, eso era algo difícil de concebir de una forma nítida.

El pequeño vehículo se había cerrado herméticamente para elevarse flotando con el hombre y la consciencia autónoma en su interior. Aurora y Sasha siguieron el recorrido con la mirada, hasta que la luz les impidió distinguirlo, y al cabo de unos minutos un destello breve del sol central anunció la partida de los dos agentes. Un segundo después, otro destello revelaba que el transporte había regresado; como no hubo ninguna notificación, supieron que Hanson y Olí habían llegado a su destino. A partir de ese momento, el transporte volvería a buscarlos cada hora, lo que en la Tierra correspondía a los tres meses aproximados que separa cada solsticio y equinoccio. En alguno de esos desplazamientos, los agentes se presentarían en el lugar de recogida y entrarían de nuevo en el transporte para regresar con la misión cumplida. Según todas las previsiones hechas en el Departamento de Análisis, en la primera hora estarían de regreso, puesto que la misión era actuar sobre un momento muy concreto de la vida de los padres de John, en el tiempo de su concepción, evitando que se produjera, y eso tendría lugar dos meses después de la llegada de Hanson y Olí a la Tierra. Dada la diferente velocidad a la que el tiempo fluía en ambos lugares, era previsible que los Agentes estuvieran de regreso enseguida, previsiblemente más delgados, más cansados y como siempre, más sabios. Por lo tanto, a ojos de los Ciudadanos se trataba de una misión de ejecución sencilla, a pesar de la importancia de sus consecuencias, ya que ninguno conocía el verdadero destino de Hanson y Olí.

Solo Aurora y Sasha sabían que ese destino no era el año dos mil dos y que por tanto la existencia de John Valverde estaba, de momento, asegurada. Quizás en una hora el transporte se presentara de nuevo con un pasajero extra en su interior, y por primera vez un visitante contemplara el prodigio de La Ciudad, la vida completa y perfecta en el interior de una esfera, en un mundo al revés, pensado para los seres humanos por otros seres, quizás también humanos, pero lejanos, desconocidos, incomprensibles y por primera vez en tantas centurias, desobedecidos. Pero los cálculos de Sasha no predecían que el regreso fuera a producirse en el primer transporte de vuelta: tres meses era poco tiempo para llevar a cabo la compleja tarea de convencer a un padre de que abandonara a su hijo de once años en manos de un desconocido que decía proceder de un lugar fuera del espacio-tiempo y salvar su vida. Casi daba risa plantearlo así. A cambio, Hanson se comprometería a devolverle a su esposa, viajando todavía un poco más atrás en el tiempo y curándola del cáncer que la había matado. Eso además la dejaría estéril antes de haber concebido a John, que ya estaría a salvo en La Ciudad con once años de edad, desaparecido para el mundo y convertido en un Ciudadano.

Así pues, mientras los miraban partir, Sasha pronunció aquellas palabras sobre su incapacidad de sentir alguna emoción en ese trascendental momento, y Aurora recordó que su compañero no percibía la realidad como lo hacían los seres humanos. Su obsesión por convertirse en uno imitando su apariencia y reacciones le hacía olvidarlo a menudo. No es que eso fuera importante, puesto que la relación entre ambos no sería diferente en cualquiera de los dos casos, pero si aquella figura alta y con aspecto melancólico realmente estuviera rellena de hormonas y genes heredados de miles de generaciones de homínidos, y no de circuitos fabricados en un laboratorio; si su cerebro fuera como el suyo, y no un milagro de la tecnología que lograba mejorar en muchos aspectos el que la evolución había conseguido para ella, entonces Sasha sí habría sentido un cosquilleo en el estómago, y también una sensación de caer al vacío, y la boca seca. Y le temblarían las piernas, y probablemente necesitara abrazar a alguien para infundirse ánimos. Así, por lo menos, era como se sentía Aurora en ese momento. Pero él no comprendía eso, era perfecto e implacable, y su curiosidad era tan solo por soberbia, una soberbia inhumana, de máquina, que se preguntaba sin maldad qué podría tener el género humano para tomarse tantas molestias, para haberle creado a él y al resto de conciencias autónomas que poblaban La Ciudad con el fin de salvarse a sí mismos. Por mucho que estudiara al hombre y su historia, Sasha no entendía la razón de la existencia de las cosas, pero estaba convencido de que los seres humanos poseían ese conocimiento innato. Parecía haber llegado a la conclusión de que convirtiéndose en uno de ellos, siendo como ellos, sabría por qué estaba allí.

Desterrados del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora