CAPITULO V

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¡ASÍSEA!


El starets había estado ausente unos veinticinco minutos. Eran más de las doce y media, y aún no habfa llegado Dmitri Fiodorovitch, por quien se había convocado la reunión. Ya casi se le habla olvidado.

Cuando el starets reapareció en la celda encontró a sus visitantes enzarzados en una conversación animadísima en la que participaban especialmente Iván Fiodorovitch y los dos religiosos. Miusov intervino con calor, pero con escaso éxito: permanecfa en un segundo plano y apenas se le contestaba, lo que le producía una creciente indignación. Antes habfa librado un combate de erudición con Iván Fiodorovitch y se rebelaba ante cierta falta de consideración que habfa advertido en el joven. «Yo

-se decía- estoy al corriente de todo lo que hay de progresista en Europa, pero esta nueva generación nos ignora por completo. »

Fiodor Pávlovitch, que se habfa jurado permanecer de espectador sin decir nada, guardaba silencio, observando con una sonrisita sarcástica a su vecino Piotr Alejandrovitch, cuya irritación le producía gran regocijo. Hacía rato que acechaba el momento de desquitarse, y al fin encontró la ocasión. Se inclinó ante el hombro de su vecino y le dijo a media voz:


-¿Por qué no se ha marchado usted después de la anécdota del santo, en vez de quedarse con esta ingrata compañia? Sin duda, usted, sintiéndose ofendido y humillado, ha permanecido aquí para demostrar su carácter, y no se irá sin demostrarlo.

-No empiece otra vez, o me voy ahora mismo.

-Usted será el último en marcharse -le dijo Fiodor Paviovitch. Fue en ese momento cuando llegó el starets.

La discusión se interrumpió, pero el starets, después de volver a ocupar su puesto, paseó su mirada por los reunidos como invitándoles a continuar. Aliocha, que leía en su rostro, comprendió que estaba agotado. A causa de su enfermedad, su debilidad habfa llegado al extremo de que últimamente le producía desmayos. La palidez que anunciaba estos desvanecimientos cubría ahora su semblante. En sus labios tampoco había color. Pero era evidente que no quería disolver la asamblea. ¿Qué cazones tendría para ello? Aliocha lo observaba atentamente.

El padre bibliotecario dijo, señalando a Iván Fiodorovitch:

-Estábamos comentando un articulo sumamente interesante de este señor. Tiene puntos de vista nuevos, pero la tesis parece tender a dos fines. Es una réplica a un sacerdote que ha publicado una obra sobre los tribunales eclesiásticos y la extensión de sus derechos.

-Sintiéndolo mucho -maniféstó el starets mirando atenta- mente a Iván Fiodorovitch-, no he leido su artículo, pero he oído hablar de él.

El padre bibliotecario continuó:

-Este señor enfoca la cuestión desde un punto de vista interesantísimo. Al parecer, rechaza la separación de la Iglesia y el Estado en este terreno.

-Muy interesante, en efecto -dijo el starets a Iván Fiodoro- vitch-. ¿Pero con qué argumentos defiende usted su opinión?

Iván Fiodorovitch le respondió no con un aire altanero y pedante, como el que Aliocha recordaba haberle oído emplear el mismo día anterior, sino con un tono modesto, discreto, franco.

Los Hermanos KaramazovDonde viven las historias. Descúbrelo ahora