CAPITULO VI.

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¿POR QUÉ EXISTIRÁ SEMEJANTE HOMBRE?

Dmitri Fiodorovitch era un joven de veintiocho años, de estatura media y figura bien proporcionada, pero que parecía bastante mayor de lo que era. Se deducía que su musculoso cuerpo estaba dotado de una fuerza extraordinaria, pero su enjuto rostro, de carrillos hundidos, y su amarilla tez le daban un aspecto de enfermo. Sus ojos, negros, algo saltones, tenían una mirada vaga, aunque parecía obstinada. Cuando estaba agitado y hablaba con indignación, su mirada no correspondia a su estado de ánimo.

«Es muy dificil saber lo que piensa», decían a veces sus interlocutores. Algunos días sus risas inopinadas, que denotaban regocijo o pensamientos alegres, sorprendian a los que, viendo sus ojos, le creían pensativo y triste. Por otra parte, era natural que tuviera una expresión algo atormentada. Todo el mundo estaba al corriente de los excesos a que se entregaba en los últimos tiempos, así como de la indignación que se apoderaba de él en las dispùtas que sostenía con su padre por cuestiones de dinero. Por la localidad circulaban anécdotas sobre este particular. Verdaderamente, era un hombre irascible, «un alma oscura y extraña», como dijo de él en una reunión el juez de paz Simón Ivanovitch Katchalnikov.

Iba irreprochable y elegantemente vestido: la levita abrochada, guantes negros y el alto sombrero en la mano. Como oficial retirado hacia poco, en su cara no se veía más pelo que el del bigote. Su cabello, corto y peinado hacia delante, era de color castaño. Andaba a grandes pasos y con aire resuelto.

Se detuvo un instante en el umbral, recorrió con la mirada a los asistentes y se fue derecho al starets, comprendiendo que era la figura principal de la reunión. Le saludó profundamente y le pidió que le bendijera. El starets se puso en pie para bendecirle. Dmitri Fiodorovitch le besó la mano respetuosamente y dijo con cierta irritación:

-Perdóneme por haberle hecho esperar. Pregunté repetidamente la hora de la conferencia a Smerdiakov, el criado que me envió mi padre, y él me contestó dos veces y de modo categórico que se había fijado para la una. Sin embargo, ahora veo...

-No se preocupe -le interrumpió el starets-. Ha llegado un poco tarde, pero eso no tiene importancia.

-Muy agradecido. No esperaba menos de su bondad.

Dicho esto, Dmitri Fiodorovitch se inclinó nuevamente, y después, volviéndose hacia su padre, le hizo un saludo igualmente profundo y respetuoso. Se veía que tenía premeditado este saludo, considerando un deber manifestar su cortesía y sus buenas intenciones. Fiodor Pavlovitch, aunque no esperaba este saludo de su hijo, supo salir del paso, levantándose y respondiéndole con una reverencia igual. Su semblante cobró una expresión de imponente gravedad, pero sin perder su matiz maligno.

Después de haber correspondido en silencio a los saludos de todos los asistentes, Dmitri Fiodorovitch se dirigió con su paso firme a la ventana y ocupó el único asiento que había vacío, cerca de la silla del padre Paisius. Se inclinó hacia delante y se dispuso a escuchar la interrumpida conversación.

La entrada de Dmitri Fiodorovitch sólo había distraído a los presentes durante dos o tres minutos. Luego se reanudó el debate general. Pero Piotr Alejandrovitch no creyó necesario responder a la pregunta apremiante a irritada del padre Paisius.

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⏰ Última actualización: Apr 25, 2018 ⏰

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