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Jade

Estaba aburrida.

La súcubo se giró para mirar el techo, dejando una de sus manos deslizarse sobre las suaves sábanas. Estaba cansada de mirar hacia arriba cada dos horas, seguir con la mirada las líneas del diseño de espirales doradas que bajaban por el papel tapiz de la pared y luego repasar por completo cada uno de los muebles de la majestuosa habitación del rey.

Cuando acababa de llegar al castillo, hacía unos dos meses, cada pequeño detalle le había parecido sorprendente: Amissa, tan oscura y vacía, no se parecía en nada a este nuevo lugar repleto de cosas hermosas, pero finalmente se había acabado cansando de dar vueltas dentro de esas cuatro paredes a la espera de que el rey volviera a verla en sus ratos libres.

Bostezó dejando escapar un pequeño gemido y cambió de posición una vez más, esta vez tumbándose sobre su costado izquierdo, de frente a la puerta. Las luces de la habitación estaban apagadas, excepto por una pequeña vela que Fénix había dejado para ella en la mesa de noche, pero incluso el baile de la tierna flama ya no le llamaba la atención. Encogió las piernas y abrazó una de las mullidas almohadas contra su cuerpo desnudo, enterrando la nariz en el tejido y cerrando los ojos. A este paso acabaría por dormirse, y sabía que si el rey volvía no la despertaría. Jade quería estar despierta cuando volviera.

Ya que no tenía nada que hacer ni nadie con quien hablar, la chica había gastado mucho tiempo reflexionando. Todavía no entendía el porqué, de entre todas sus bellísimas hermanas, había sido ella a quien el rey había invocado; o mejor dicho, el porqué el rey había ordenado a la bruja que la invocara a ella y no a cualquiera de las otras súcubos con un rango muy superior al suyo. Lilith, Vania o Abrahel eran las más solicitadas, tanto que sus nombres no pasaban desapercibidos en el mundo mortal, conocidas por su belleza imposible de olvidar, y su gran variedad de talentos. Entonces, ¿por qué a ella?

Jade se consideraba muy bonita, después de todo era imposible que una súcubo no fuese atractiva, pero sabía muy bien cuál era su posición, y sus hermanas se lo recordaban todos los días. Si alguna persona llegaba a invocarla, lo hacía por error o porque no había nadie más en Amissa que quisiera acudir a la llamada; a veces Jade no tenía ninguna motivación para presentarse, pero tampoco quería pasar sus días sintiéndose débil y enferma, producto del hambre prolongada, así que no podía negarse a aceptar cualquier oportunidad que apareciera. Hacía muchísimo tiempo que nadie la invocaba, y nadie jamás le había pedido que se quedara; por esto seguía dándole vueltas al tema sin atreverse a preguntarle al rey sus motivos.

Jade cerró sus ojos, concentrándose en el tenue brillo cobrizo del fuego que podía percibir a través de sus párpados. Sin ser esta su intención, el sonido de su propia respiración y el pequeño temblor que proucía su corazón al palpitar fueron arrullándola hasta alcanzar la fina línea entre el sueño y la vigília.

Escuchó un sonido y abrió los ojos de golpe justo cuando una sombra oscureció el haz de luz que se filtraba por debajo de la puerta. La súcubo reaccionó unos segundos tarde y solo atinó a cubrirse con las sábanas, como si eso bastara para volverla invisible ante los ojos de cualquier extraño. El sonido de la puerta al abrirse le pareció demasiado fuerte y a este le siguieron los pasos de alguien que entraba. A través de las sábanas, Jade distinguió que la luz del pasillo inundaba la habitación; un poco después el ambiente se oscureció nuevamente al cerrarse la puerta. La súcubo sentía su propio corazón latir fuertemente, ahora de una forma salvaje: cada vez que alguien entraba sin que ella estuviese segura de que se tratara de Fénix, sentía un pánico insoportable. Esperó, conteniendo el aliento.

—¿Jade? —la voz del rey le llegó susurrante, como tratando de averiguar si se encontraba dormida bajo su escondite improvisado de algodón.

Luego de soltar un suspiro de alivio, la chica retiró las sábanas de su cabeza lentamente, para luego buscar con la mirada a Fénix, a quien esperaba distinguir en las cercanías de la puerta.

La Corona de un ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora