Khoa
Estaba nerviosa, extremadamente nerviosa. Agazapada en medio del follaje del bosque iluminado por la luz plateada de la luna, la chica debía recordarse constantemente quién era ella: su nombre era Khoa, y se había ganado el rango número seis en la tabla de clasificación de los cazadores del Juzgado de las Sombras, lo cual no era ningún juego de niños. Si estaba ahí, escondida entre los arbustos a menos de medio kilómetro del nido de los vampiros, se debía a que tenía total capacidad de cumplir su misión.
Su propia respiración le resultaba muy ruidosa, tanto que le daba la sensación de que todos debían de estar ya alertados de su presencia. Se obligó a calmarse, respirando tan profundamente que sintió un tirón en sus pulmones. Lo único que tenía que hacer era recolectar información, únicamente confirmar si los rumores que crecían y se difundían tenían algo de verdad; no sería la primera vez que las personas comenzaban a murmurar sobre el regreso de los vampiros sin tener ningún fundamento en el que basarse. Sin embargo, el encargado de confirmar o negar la veracidad del asunto siempre había sido el mismo Rey de las Pesadillas, cuya especialidad se centraba en crear ilusiones mágicas y en exterminar vampiros; no terminaba de entender el porqué se le había asignado a ella ir hasta allá a descubrirlo. Sacudió la cabeza, todos esos detalles no tenían ninguna relevancia, al igual que el miedo que sentía cada vez que escuchaba una rama partirse. Si quería volver al Juzgado lo más rápido posible, tenía que darse prisa y moverse justo en ese instante, de noche, cuando se suponía que sería fácil avistarlos.
Salió de entre los arbustos con un movimiento rápido, dirigiéndose hacia un cúmulo de rocas lo suficientemente grande como para ocultarla de la vista, y allí contó hasta sesenta tres veces seguidas, esperando con los nervios de punta a que alguna criatura la hubiese percibido y viniera a por ella, sin embargo, nada sucedió. Después de dejar pasar unos cuantos minutos más y de haber controlado su respiración tanto como podía, Khoa asomó la cabeza por un lateral de su sólido escondite. Lo que miró a través de sus lentes de visión nocturna la dejó sin respiración: frente a ella, a una distancia aún considerable, se encontraba el imponente castillo de los antiguos reyes vampiros, con sus altas torres recortadas contra el gris del cielo y sus oscuras paredes de piedra; un monumento repleto de historias que los necromantes jamás dejarían de contar.
Khoa era una necromante relativamente joven, apenas sobrepasaba los 60 años que marcaban la mayoría de edad en términos de seres longevos, así que no había experimentado ni de cerca la legendaria guerra que se había dado entre las criaturas sanguinarias dueñas del castillo que ahora contemplaba, y su especie, los necromantes. Lo único que sabía al respecto, es que muchísimas vidas se habían perdido en ella, tanto de vampiros y necromantes, como de otras criaturas, quienes no tenían nada que ver en el asunto. Sabía que el Rey de las Pesadillas había perdido a su familia en pleno campo de batalla, vidas mortales al igual que él antes de su transformación, y que esto lo había marcado tan profundamente que había dado caza a cada uno de estos monstruos hasta exterminarlos; cientos de años dedicados a erradicar a toda una plaga. Ahora ella estaba allí, en una zona legendaria de la que solo había escuchado hablar por boca de otros, y su misión era adentrarse en ella si era necesario, todo para descubrir si alguien habitaba aquel lugar.
Tomó aire y volvió a prepararse psicológicamente para correr a su siguiente escondite: varios árboles que crecían lado a lado algunos metros más adelante. Unos segundos antes de echar a correr, cuando sus músculos ya estaban tensos para saltar, la repentina aparición de una mujer unos metros adelante la hizo detenerse de golpe y sentir a su estómago dar un vuelco. Debido a que la distancia era lo suficientemente prolongada como para impedirle ver con claridad sus facciones, Khoa se cubrió los ojos con sus lentes-telescopio para ser capaz de captar cada detalle y, en especial, el color de las pupilas. La mujer era alta y atlética, de piel incluso más oscura que la suya y cabello tan negro como la noche, que caía como una cortina de seda por su espalda hasta llegar más allá de su cintura; su porte era firme, confiado y autoritario, como si retara a cualquiera a medirse con ella. Llevaba ropas simples, un top color rojo que destacaba sobre su piel dejando al descubierto su abdomen marcado y una falda negra que cubría sus piernas hasta los tobillos, con aberturas en los costados. Era de rasgos afilados y hermosos, y lucía un antinatural color rojizo en sus pupilas, tan claro que podría acercarse a algún tono de rosa.
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La Corona de un Rey
FantasyEl nuevo rey de Otthon, Fénix Agyar, lucha cada día por mantener el orden dentro de su castillo, pero sus esfuerzos parecen no ser suficientes. Cuando una antigua reina del pasado hace su aparición, Fénix se encontrará entre la espada y la pared: re...