Capítulo Final

3K 270 233
                                    

Sentada en la sala, custodiada por Michael y Terry, Candy no veía la hora de que la merienda fuera servida. La señorita Pony se había levantado hace rato, alegando que se sentía perfecta, y ya andaba trajinando en la cocina.

—Atiende tus visitas, querida. No es bueno que los dejes solos mucho tiempo, solo Dios sabe lo que podría pasar. —Había dicho la anciana al tiempo que la empujaba hacia la sala.

Y ahí estaba, con las manos sobre el regazo, escuchando la plática de los dos hombres, o lo que pretendía ser una conversación, pues solo habían dicho las frases de rigor para no parecer mal educados. Y no es que Michael se estuviera esforzando tampoco, o quizá se debía a que ella no respondió más que un par de monosílabos a sus preguntas.

Terry, en cambio, estaba la mar de relajado, bebiendo su té con tranquilidad. Por lo menos en el exterior, porque por dentro quería arrancarle las manos al tal Michael. Más cuando vio que tomaba las de Candy y depositaba un sentido beso en los dedos femeninos.

Poco faltó para que le mochara la mano.

Lo único que impidió que él ahora estuviera de camino a alguna penitenciaría, y Michael manco, fue que la rubia se zafó del contacto y enseguida lo había mirado asustada; como si la hubiese encontrado cometiendo una falta, como si el prometido fuera él y no el médico.

Si eso no era un indicio de los sentimientos de Candy, entonces él era un topo cegatón. Sonrió engreído tras la taza de té, observando el comportamiento de la pareja.

«No son pareja. Ella todavía no lleva puesto anillo alguno, así que no hay compromiso», rezongó en silencio. Depositó la taza sobre el platito con más fuerza de la que pretendía.

—¿Quieres otra taza? —preguntó Candy, e hizo amago de levantarse, viendo en la pregunta la excusa perfecta para escabullirse unos segundos.

«A ti, te quiero a ti», la respuesta casi fue pronunciada, mas se contuvo a tiempo.

—Sí, por favor —contestó en cambio.

Candy se levantó, tomó la bandeja con la tetera, la cual ella sabía que ya estaba vacía, y salió de la estancia tan rápido como la buena educación se lo permitió.

Ya solos, los dos hombres abandonaron la pose amigable.

—Sé a qué has venido —dijo Michael en un susurro, procurando que nadie más escuchara lo que tenía para decirle al actor.

—¿Sí? Y... según tú... ¿a qué he venido? —Terrence se recostó en el sillón y colocó la mano bajo su nariz para disimular la sonrisa burlona que tiraba de sus labios.

—No voy a permitirlo, Grandchester. Sí, sé quién eres —aclaró Michael, en un intento por mostrarse seguro ante el amor adolescente de su prometida—, lo sé y no me asusta. Candy va a ser mi esposa y no podrás impedirlo.

Terry se vio a si mismo levantándose del sillón y cayéndole a golpes al desgraciado matasanos. Por fortuna para el galeno, hace tiempo que dejó de ser un muchachito impulsivo, así que se contuvo y, apelando a todo su talento, compuso una expresión serena.

Estaba a punto de dar una de sus "amables" respuestas cuando la aparición de las damas lo hizo frenar su lengua. Mas nos sus pensamientos.

«Ya lo estoy haciendo, imbécil», replicó en sus adentros.

—Ya casi está lista la merienda —comentó la señorita Pony, exhibiendo una ancha sonrisa—. Michael, hijo —miró al susodicho y luego continuó—: ¿podrías revisar mis pulmones? Desde hace unos días me cuesta respirar acostada.

El doctor quien, al igual que Terry, se levantó por respeto a Pony y Candy, se apresuró a llevar a cabo el pedido de la anciana.

—Voy con ustedes —ofreció Candy al ver que se retiraban a la habitación de la mujer.

Para siempre: algunas historias de amor nunca terminan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora