alguien una vez me dijo que la edad a uno lo cambia, lo hace más fuerte, más hábil - ante lo que yo respuse: pues sí, que más fuerte me ha hecho, con todos los golpes que me he dado - pero si me ha hecho más hábil, pues no.
y es que la vida te sigue dando dos oportunidades, pero yo ya agoté nueve.
y me rompí, y lloré, y me levanté y me volví a golpear con la misma puñetera piedra - sin que tú te enterases.
y seguí, con los monstruos decorando mi capilla y las flores marchitas en el barandal, seguí: porque valía la pena, porque me gustaba, porque me encantaba.
y es que a mí con un trago o dos se me pasa, pero no aguanto el humo (que expulsas), y me alejo.
uno, dos (minutos), tres (pasos), cuatro (metros), cinco (kilómetros) y seis (de lo que encuentre).
a mí nadie me controla querido, te digo, que estoy hecha de humo, sal y agua.
y me respondes, sonriente, como solo tú lo haces: ah, pero no cortas; y me paralizo. porque no, no corto. no daño (a alguien) ni aunque quisiera.
tú reparas, me dices, pero no te respondo.
sí, sí, pero de tanto que reparo y reparo - nadie me repara a mí.
y es que la vida me dio dos oportunidades, pero yo le robé nueve (como mi gato, ese que arde) y ella, cual gilipollas, me lo regresó con creces.
hoy por tí, mañana por mí, le digo al aire. el alcohol quema en mi garganta y yo lloro.
la soledad en mi casa es brutal. se han ido, dice el gato. pues claro, maricón. les pedí que lo hicieran; y no responde. bien sabe que es cierto.
les pedí que se fueran, aunque solo fuera por unas horas. y lo hicieron, tras ver el vacío en dos ojos muertos hacía tiempo - y es que: la niña cuyo dios murió está viva, como siempre, pero le duele respirar. le duele, como lo que bebe, y se deshace en una cama deshecha.
y llora.
la niña cuyo leyenda se apagó enciende una cerilla y la deja caer al suelo. arde un rato, se apaga y se siente en casa.
bebe más de la botella casi vacía y se pregunta por qué no fuma - y es que, ah, sí, porque tú lo hacías; y guarda silencio.
el gato le observa otra vez, y le odia cuando dice: tú reparas, sí, pero no dejas que nadie te repare a tí.
serás un gran héroe, respondo. ya, estupendo.
el gato se ríe, como siempre, y se acurruca a mi lado. su pelaje negro resplandece y la niña, ya un poco más grande, se pregunta si ardería tan bien como brilla.
averiguarlo sería un crimen.
no hacerlo sería un crimen, Valerie; y me da la razón.
bueno. es cierto. pero lo triste es que los gatos no hablan, querida, y que tú ya te has ido; y no hago más que llorar cuando me descubro sola otra vez, con la botella en pedazos esparcidos en el suelo y un grito atascado en la garganta.
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antología de confianzas rotas
Poesiaellos cantaban sobre el mañana, pero el mañana jamás llegó