(beb)ida

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a los ocho descubrieron que tenía amigos imaginarios.

tú me miraste mientras ellos me hacían preguntas.

qué ves, cuándo los ves, cómo los ves. tú me observaste (te veo)

el primero al que acudí fue el último y solo porque no deseaba vivir sabiendo que él sabía de tí, de cuánto me dolías.

te miraba, me mirabas y me bastaba,
estabas

pero ellos seguían, y me dejaban, y volvían a empezar y yo estaba cansada.

a los nueve te moriste y a los diez mi cuerpo intentó seguirte. tuve una recaída y la fiebre no me dejó por semanas, y entre que deliraba y te buscaba, poco a poco se me iba la vida

a los once tuve un ataque de pánico en mitad de una clase, pero solo porque te vi(mos) allí. empecé a llorar apenas el invierno abofeteó mi rostro

a los doce, empecé a tomar (pastillas), y lo dejé porque te seguía viendo y estabas peor que antes

tómalas. te sanarán, me dijo.

apuñalé a alguien, respondí. no hay cura para la muerte (y la culpa del cordero)

tres pedazos de alma y ninguna propia

dejé de tomar(te). dejé de esperar(te). dejé de mentir(me). sin embargo, nunca dejé de sufrir;
y aún sigo amando(te)

antología de confianzas rotasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora