Don Emilio

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Londres, 11 de noviembre de 1952

Apreciado Don Emilio,

Sé que lo último que Usted se podría esperar es recibir una carta mía, pero creo que Usted es la única persona que me puede ayudar en este momento. Por favor, lea estas palabras con la misma dedicación con la que yo las estoy escribiendo. Son palabras que hablan sobre lo único que Usted y yo podemos tener en común: Ana, nuestra Ana.

En los últimos meses me han dicho muchas veces que Ana y yo pertenecemos a dos mundos diferentes, pero siempre que me lo dicen, respondo que ellos no conocen a Ana como lo hago yo. Si así lo hicieran sabrían, como también lo tiene que saber Usted, que Ana es esa mujer inteligente, amable, honesta, divertida... que parece que sólo yo en mi familia sé ver. Si Ana y yo pertenecemos a dos mundos diferentes, es porque el mundo de Ana es mucho mejor.

Cada mes de los que he pasado en Londres he escrito una carta dirigida a Ana. Pero esas cartas nunca han tenido respuesta. Esto me ha hecho tener los peores pensamientos: que Ana nunca haya recibido mis cartas, que Ana haya sufrido algún accidente... que Ana me haya olvidado.

Por eso le escribo a Usted. Por favor, si Usted alguna vez amó a alguien con todas sus fuerzas, si alguna vez sintió que la vida sólo tenía sentido si era en la compañía de esa persona... Dígame a qué se debe este silencio. Sé que Usted tampoco ha aceptado nunca nuestra relación. Pero si en algo le he podido conocer durante todos estos años, es para tener la certeza de que Usted, Don Emilio, ha sido siempre un hombre honesto e íntegro.

Espero ansioso su respuesta.

Con afecto

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