X. El tsunami.

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5:30 a.m. Guarida de los Voronkov.

Bajo la oscuridad de la noche, en aquella calle situada en la cercanía del Campus universitario La Muralla, se alzaba aquel bloque de ruinosas oficinas donde unas semanas atrás Julián Cabrera, antaño peón de Karel y ahora reducido a polvo y cenizas, había escondido al grupo de vampiros que lideraba él mismo para llevar a cabo, ahora lo sabían todos, el plan de asalto a Serafín Vicuña y los suyos. En ADICT no sabían cómo, pero de pronto se habían visto envueltos en una batalla por algo más que el poder que les superaba por todas partes. Ellos, humanos, interponiéndose entre dos aquelarres de vampiros y con la ayuda de un tercero menor. No era el mejor sitio para estar, sin duda.

―Ahora esto tiene más sentido. La ola de muertes y desapariciones tenía como objetivo la creación de vampiros neonatos para acabar con Serafín, por parte de los rusos― resumió Javi, encarando la puerta principal del edificio donde se suponía que estaban sus compañeros―. Llevan años planeando en secreto esto, ¿verdad?

―Supongo que sí―dijo Silvia―. Ya te digo que a los que transformaban no les decían nada, y ya sabes los métodos de Julián para crear vampiros. Ahora lo sé todo. No sé cómo pude ser tan imbécil, en serio. Y pensar que he contribuido a ello. Me doy asco.

―¿Y no sabías nada de nada? Porque con el poder ese que tienes...―preguntó Marco.

―Ya os lo he dicho. Yo veo lo que está pasando en el presente, no los pensamientos de la gente. Por ejemplo, he visto que Vicente Vicuña ha hecho innumerables viajes por todos los países del mundo ―respondió Silvia―. Para mí era imposible saber qué tramaban, o qué siguen tramando. Por ejemplo, ahí dentro no hay nadie.

Señaló el edificio.

Javi enarcó las cejas.

―¿Que no hay...? ¿Pero no están nuestros compañeros?

―Bueno, eso es lo que acabo de ver. Y, además, no oigo absolutamente nada más que vuestra respiración.

Marco avanzó hacia la puerta, a grandes y lentos pasos.

―Bueno, pues entonces vámonos.

―No. Hay alguien. Ya engañaron a los Vicuña. Creo que tienen a un escudo. Ya sabéis, alguien que aísla los poderes de los demás―dijo Alberto―. Escuchad. Ellos piensan que vamos a venir a rescatar gente, para lo cual hay que pasar desapercibidos y eso, ¿no?

Javi le miró.

―Sigue―le apremió.

―Bien―continuó Alberto, centrando la atención de su auditorio―. Entramos y les atacamos por sorpresa. Silvia sabe cuáles son sus posiciones exactamente. Concéntrate.

Silvia cerró los ojos y se concentró al máximo. Al poco, pegó un espasmo. Sí, ciertamente había visto a alguien allí dentro.

ADICT I: Tsunami (Parte 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora