Epílogo

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Javi.

Ya no puedo dar más de mí. Estoy rodeado...

 

Principio del verano.

La puerta del despacho se abrió. Lucas, Galindo y Juanma. Empecé a temerme el peor de los cataclismos.

―Bueno, Javi, ¿dejamos por aquí las armas?―preguntó Lucas, enseñándome el crucifijo.

―El crucifijo no es un arma―dije, distraídamente, sin apartar la vista del libro que estaba leyendo. Uno de vampiros, precisamente.

―Sirve para matar gente, ¿no? O sea, que ejecutaban reos en Roma valiéndose de…―decía Lucas.

―Claro que sí, voy a comprobar si puedo matarte con él en cuanto me acabe el libro―repliqué. Ya empezaban las tonterías. Y eso que era temprano. Malditos sábados por la mañana.

―Bueno, pues lo dejamos por aquí―dijo Galindo.

―Oye, a todo esto―siguió Lucas. Puse el marcador de páginas por donde me había quedado leyendo, cerré el libro violentamente y, más violentamente aún, lo dejé encima de la mesa.

―¿Qué quieres, Lucas?

―Es que se rumorea por ahí algo. Es algo peliagudo, ¿sabes? Y como los rumores son sobre ti, pues me parece adecuado decírtelo antes de que lo oigas de boca de otras personas.

Otra de las paranoias de Lucas. A veces puede ser tan delirante... me dan ganas de lanzarle por la ventana.  O de lanzarme yo, tal vez.

―A ver, Luquitas―suspiré. Me apoyé la mano en la barbilla y el codo sobre la mesa.

―Es que la gente dice―empezó Lucas, mientras que Galindo y Juanma prestaban atención― que dejaste irse a Laura de allí porque pensabas que Konstantin te iba a transformar seguro. Y tras transformarte a ti, a Marta. Y claro, como José Antonio va diciendo por ahí que estás coladito por ella, la gente ha relacionado términos y ha llegado a la conclusión de que...

―¿DE QUÉ?― bramé, dando un golpe en la mesa, temiéndome lo peor. Lucas tragó saliva y titubeó antes de seguir.

―Oye, esto no lo he dicho yo, ¿eh? Sólo lo he oído por los pasillos de esta nuestra querida asociación...

―¡Sigue!―le grité.

―Vale, vale. Bueno, lo que decía, que tú pensabas que Marta y tú acabaríais transformados los dos y entonces podríais pasar juntos toda la eternidad.

Silencio. No dije nada. Esbocé una sonrisa.

―Ya. Claro... claro... disculpadme un momento...

Me levanté airadamente del sillón, que quedó dando vueltas como una peonza recién lanzada, me dirigí a la puerta de mi despacho de la primera planta, abriendo de golpe. Salí atropellando a Juanjo, me apoyé en la barandilla y grité:

ADICT I: Tsunami (Parte 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora