¿Quién no ha tenído nunca esa necesidad de escribir un sentimiento o un anécdota en un trozo de papel?
Dicho así, un diário pierde todo su encanto pero apuesto a que más de una vez, habéis cogido el primer folio que a mano tuviereis y hubieseis escrito una frase.
De camino a casa, tras un largo día de estudios, me fijé en el escaparate de una papelería. Mostrado había un hermoso diário, de cubierta azulada. Destacaba en él un estampado de nubes y una niña soñando en una de ellas. Sin pensarlo dos veces entré en la tienda, lo cojí y lo llevé al mostrador para pagarlo. Mientras me daba el cambio, el vendedor me contó que había tenído suerte, al ver que tanto me gustó, pues era el único ejemplar que le habían traído a la tienda. Tan solo pude sentirme más afortunada de poseer algo tan bonito en donde poder expresarme.
Las ganas de llegar a casa y empezar a escribir no hacían más que aumentar, tanto como el hambre que tenía, así que aceleré un poco el paso. Cuando llegué escondí el diario en uno de los cajoncitos de mi mesita y me apuré a comer. Una vez vacío el plato, me dirijí corriendo a la habitación buscando mi bolígrafo favorito y cogiendo el diário. De repente me paré, y me quedé pensativa. ¿De verdad tenía ganas de empezar a escribir sin más y encerrada en casa? Si no hubiese habido otra opción lo habría hecho, pero cojí mi móvil, los auriculares y las llaves avisando a mi madre de que me iba a dar una vuelta mientras lo hacía. Con el libríto protegido entre mis brazos, me dirijí al único lugar en el que podría estar realmente cómoda. El bosque.
Caminé durante un rato, dando un pequeño rodeo a mi casa y subiendo por el camino que llevaba a mi destino y al cabo de un rato me senté entre los árboles, mi única compañía junto a un par de pájaros que revoloteaban por encima de ellos. Una vez desconectada del mundo con mi música abrí el diário y empecé a escribir todo lo que había hecho durante el día. Las últimas palabras que escribí antes de volver a casa fueron " espero que el se fije más en mi ".
Al día siguiente corrí hacía casa, colorada y exhausta, abrí la puerta y mientras me dirijía a mi habitación oí vagamente a mi madre decir que aún quedaba para comer. No podía creer lo que había pasado ese día, pues el chico que me agradaba me había escogido como pareja para hacer un trabajo y cuando le pregunté por que me contestó "quiero conocerte más". Abrí el librito buscando la última página, escribiendolo todo y añadiendo "no se que significa esto, pero quiero que no sea un sueño y que vaya a más". Recuerdo que no fué lo último que escribí ese día, pues mi padre y yo teníamos una salida planeada des de hacía semanas. Una excursión por un ermita de la que habían rumores sobre brujas que habitaron en ella antaño. El caso es, que mi padre me comunicó la cancelación de dicho plan debido a que ese día tenía que hacer un turno extra. Tan solo pude expresar la frustración que sentía en ese momento y el deseo que fuese como fuese, mi padre no tuviese que trabajar ese día.
Solo un día, uno, bastó para darme cuenta del extraño suceso.
Habíamos quedado el chico y yo para comenzar el trabajo, todo iba bien, aunque yo estaba muy nerviosa. Entramos en su casa y noté que no había nadie más que nosotros dos, cosa que me puso aún más alterada. Al cabo de un rato, sentados uno al lado del otro, ya empezado el trabajo, rozó mi mano con la suya. Le miré muy nerviosa y el me besó. Por un momento pensé que todo era perfecto y que nada podía estropearlo, hasta que empezó a manosearme. Sus manos se deslizaron debajo de mi falda, yo intenté renegarle, pero fué en vano. Entonces me aparté, le dí una bofetada y le pregunte que estaba haciendo. Al fijarme bien en su rostro comprendí lo que estaba pasando, yo era una más, iba a ser un logro más en su colección de facilonas. Así que me levanté, recojí mis cosas y me fuí llorando hacia casa. Pero no acabó allí el sufrimiento y bochorno de aquella tarde. Fué abrir la puerta entre sollozos y notar como se mezclaban con los de mi madre. Habían despedido a mi padre, tal y como yo pedí, ya no tendría que trabajar el día de la excursión. Y en ese momento fué, cuando cojí corriendo el diário, me fuí de nuevo a la montaña abatida por el cansancio, llena de lágrimas. Solo podía correr y correr, incluso caí un par de veces al suelo, pero aún así seguí hasta que llegué al final. Me dejé caer en la tierra y supliqué a ese cuaderno, como si de un genio se tratara, que dejara todo tal y como estaba. Escribí y escribí " por favor devuélvelo todo a su sitio, haz que esto no haya pasado" y presa de la desesperación, empecé a arrancar las demás páginas hasta que caí medio inconsciente entre las ramas y las hojas del bosque.
Por un momento, el tiempo fué inexistente para mi. Empecé a notar un extraño calor que me resguardaba del frío lugar en el que estaba. Fué entonces cuando desperté, cubierta de sabanas y sudor en mi cama dando grácias a Diós que la experiéncia vivida solo hubiese sido un sueño.
No pasó mucho tiempo cuando un día, volviendo del instituto, me paré en el escaparate de una tienda. Observé con los ojos abiertos y sudor en mi cara como estaba expuesto una espécie de diário de tapa azul con estampados de nubes y una muchacha soñando en el.