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Era domingo y para Betsie no era nada fácil despertar temprano un domingo aún así lo hizo. Miro su reloj que marcaba las seis de la mañana en punto, alzo las cejas, era muy temprano para ir a la iglesia, aún así se levantó.

Con tanta lentitud entró a la ducha, ahí pensó, pensó en las cosas malas y las cosas buenas que conformaban su vida y... Las cosas malas dominaban.
Al salir de la ducha se encontró con su madre.

—Buenos días— Betsie saludo con un dulce tono de voz.

—Buenos días— Sara respondió casi poco audible. —Que lenta usted ¿No? — el ceño de Sara se frunció con exageración, para Betsie no era más que otro de sus otros regaños. Estaba acostumbrada a ese tipo de argumentos y le daba igual.
—¡Ay! Le digo las cosas en la cara, usted es una niña muy lenta, afane, afane, afane— apresuró a Betsie a salir del baño. Con pasó corto pero rápido Betsie fue a su habitación en donde se acabo de secar.

Cómo su madre dijo, ella era muy lenta, para todo. Betsie quería apresurarse pero... Simplemente no podia.
Comenzó a ponerse la ropa, la más apropiada, tenía nervios. Se miro en el espejo y conforme con su vestimenta se comenzó a maquillar. Betsie era una chica sencilla, así que únicamente se puso labial y mascarilla en sus pestañas, ya lista comenzó a tender su cama.

Al acabar, su mamá estaba en la puerta, con la biblia en la mano y apresurado a su hija.

Betsie salió de su casa junto con su madre, a paso apresurado.
Sara estaba feliz, su hija se iba a entregar a Dios de nuevo y eso le animaba y quitaba cualquier malgenio. Betsie no esperaba nada ese día, únicamente sentirse bien de nuevo.
Al encontrarse a una cuadra de la iglesia, su corazón empezó a palpitar, tan fuerte, se sentía nerviosa, no sabía que iba a pasar realmente.

—¿Lista?— pregunto Sara y la respuesta estaba clara. Betsie estaba preparada para todo.
Betsie asintió y entraron, subieron las escaleras que eran de un color verde oscuro y pepitas carmesí, las puertas y pasamanos blancas. Al llegar al segundo piso, se sintió segura, Betsie de nuevo sintió lo que desde hace mucho tiempo no sentía, seguridad.

El tiempo transcurrió normal sin ningún inconveniente, la pastora de la iglesia había visto a Betsie y algo dentro de ella se removió.

—Betsie usted tiene un llamado, un llamado muy grande de parte de Dios— Betsie no estaba segura de lo que su pastora decía ¿Un llamado? ¿Podía eso ser posible? Después de dos años y ahora tenía un llamado— El tiempo de Dios es perfecto Betsie.

Era como si le hubiesen leído la mente, las piernas de la rulosa comenzaron a temblar, tal vez eran nervios aunque Betsie no sentía que eran nervios.

—Te esperamos mañana a las siete, aquí— su pastora hablaba con autoridad, como siempre, Betsie obedeció.

Su tarde permaneció aburrida y normal. Betsie no tenía amigos con quiénes salir, únicamente salia con sus padres solo los domingos, pues ellos trabajaban el resto de la semana y la dejaban encerrada.

Betsie físicamente consideraba que era linda, se sentía linda. Su cabello castaño era ruloso y largo, sus ojos eran como la miel, tenía la nariz un poco delgada y puntiaguda, sus dientes no eran del todo perfectos, aún tenía dos dientes de leche y eso hacia que su sonrisa sea desigual, era carilarga y su cuerpo, no se quejaba, no era tan delgada ni tan gorda.

Aún así, era atractiva para todo hombre y llamaba más la atención de hombres mayores, eso le gustaba a Betsie, le gustaba atraer miradas de hombres mayores de edad y Sara lo sabía, lo notaba, pero no decía nada.

El domingo transcurrió normal.

...

El lunes, Betsie hizo su rutina habitual, se despidio de sus padres y fue al colegio. Al llegar se encontró con Alex, su mejor amigo.

Lo saludo con un beso en la mejilla y le sonrió, él estaba emocionado, pues aquel día iba a comprar un perfume de su banda favorita. Betsie desafortunadamente no podía ir pero aún así quería ver aquel producto ya que los dos compartían gustos similares.

—¿Por qué no puedes acompañarme?— Otra vez Alex pregunto, Betsie de tanta insistencia comenzó a desesperarse.

—Por que no, Alex— ante la respuesta de Betsie, Alex alzo sus cejas.

—Ya te vas con tu amiguito puto.

Betsie estaba acostumbrada  a ese tipo de escenitas de su mejor amigo pero a ella no le importa.

—Si, el me acompaña a casa— Betsie alzo los hombros y corrió para irse con Omar, su compañero de clases.

Betsie no se despidió de Álex pero eso no le importaba en absoluto.

...

Ese día en la noche Betsie fue al ensayo, la pelinegra estaba nerviosa, estaba emocionada.
Al entrar a la iglesia, se encontró con un pequeño grupo de personas, personas quienes pertenecían a la banda y en particular uno le llamó la atención. El baterista.

Un hombre atrevido, parecía tener unos veintidós años, vestía con pantalones rasgados y una camiseta larga, inspiraba confianza.

Betsie se sentía cómoda con los chistes que aquel hombre hacía con ella y él disfrutaba absolutamente hacer pequeños chistes con ella.

Pronto la rulosa se encontró sentada en el suelo, a un lado de el baterista cuyo nombre no le agradaba pero lo toleraba y prefería llamarlo Rodrigo pues era el segundo nombre de Brayan Parra Ortega.

En el ensayo no solo conoció a Rodrigo sino también a Jhon un chico que la pubertad lo estaba dejando en los suelos con los granos que lo caracterizaba hasta entonces, Betsie no tardó en hablar con el, sentía curiosidad el sonido del bajo y le pregunto

—¿Cómo aprendiste a tocar el bajo?

—Aqui, Brayan me enseñó— Jhon ni se inmutó en verla y respondió con arrogancia.

Por otro lado los vocalistas principales eran muy amables con ella al igual que el guitarrista y eso era más que suficiente para Betsie.

El ensayo culminó con una oración de despedida, Betsie fue muy alagada en cuanto a voz y eso hacia que ella amara cada vez más ir a la iglesia.

Al bajar las gradas estaba un tanto preocupada, pues no sabía cómo iba a regresar a casa.

—¿Quien viene por ti?— pregunto Rodrigo, atento.

—Nadie— Betsie alzo los hombros— me iré sola.

—¡Vamos!— dijo Rodrigo, atrevido.

Rodrigo no le dio tiempo a reaccionar a Betsie y ella solo obedeció, se subió en el auto rojo que ella no sabía que tenía.

Betsie abrió la puerta trasera.

—Eh, venga acá— palmeó el asiento del copiloto.

Betsie frunció las cejas, cerró la puerta trasera y está vez abrió la puerta delantera, se sentó y miro el perfil de él, se sintió cómoda y confiada.

Al llegar, se despidió con un beso en la mejilla y salió del auto. Betsie inmediatamente se encaminó a su casa con una sonrisa de oreja a oreja.

Ingenuamente ese fue el mejor día de su corta vida.

Ella es BetsieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora