Maldita

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Era sabido en toda Grecia que el nacimiento de un niño de familia real era todo un acontecimiento, grandes personajes de toda la Hélade acudieron a Corinto, nadie quería perderse la fiesta de presentación de la joven princesa, se rumoreaba por cada pueblo de la comarca, que la niña era la criatura más bella sobre la faz de la tierra.

También era sabido en toda Grecia que la reina Cora era soberbia y presuntuosa, estaba orgullosa de la belleza de su pequeña, tanto que se atrevió a ofender a los dioses diciendo que ni siquiera ellos habrían sido capaces de crear una belleza igual.

La fiesta fue sublime, no faltó la buena comida, el buen vino, música y teatro. Presidiendo estaban los reyes orgullosos con su hija en brazos, hay que reconocer que era una niña muy hermosa, con el pelo negro como la noche, y los ojos grandes y curiosos, casi tan negros como su pelo.

Cuando caía la tarde y la niña se había dormido, los reyes de Corinto agradecieron a sus invitados el haber viajado hasta su reino para rendir pleitesía a su pequeña princesa. Hizo presencia la soberbia de Cora, alardeando sobre lo magnifica y perfecta que era su hija, crecería llena de virtudes, amada por todos. Con cada palabra ofendía más a los dioses que no podían quedarse impasibles ante una simple mortal, que se atrevía a poner a su hija por encima de ellos.

Un gran estruendo sonó en medio del banquete, se paró la música y la comida quedó suspendida en medio del aire, camino a las bocas de los comensales que miraban asombrados como en mitad del patio había aparecido la mismísima Afrodita.

La diosa de la belleza no podía consentir que trataran a una criatura mortal como la más bella del mundo y fue a exigir una disculpa. Cora, haciendo alarde de su arrogancia, le dio la bienvenida y  agradeció que, la diosa de la belleza, fuese a admirar a su perfecta hijita.

Esa no era la disculpa que la diosa esperaba y, en un ataque de celos e ira, maldijo a la niña ante todos los presentes, la princesa sería bella, brillante e inteligente pero toda su vida le faltaría lo más importante. La niña crecería sin corazón y, hasta el día de su muerte, no conocería nunca el amor, no sabría lo que es sentir, su maldición era una vida vacía sin ningún tipo de sentimientos.

La diosa se marchó satisfecha pues su castigo le pareció el apropiado, la niña era bella pero nunca sería feliz, así aprendería que no se debe ofender nunca a un dios, que no se debe olvidar nunca que por mucho poder que se ostente siempre se es inferior a los dioses.

Y fueron pasando lentamente los años, aquella niña, cuyo nombre fue Regina, creció, conocida por su hermosura, una belleza que quitaba el aliento, más siempre fría, siempre estática, sus ojos estaban vacíos, su pecho hueco, y a pesar de que era la mujer mar hermosa de toda la Hélade en su rostro jamás apareció ni la más triste de las sonrisas, su mirada decía a gritos estoy maldita.

Aprendiendo a sonreírDonde viven las historias. Descúbrelo ahora