Enfrentarse al pasado

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-Lo único que deseo es algún día poder enamorarme de ti.

Una simple frase susurrada con voz quebrada bajo las estrellas consiguió que el mundo de Emma se desmoronase, consiguió que todos los sentimientos que albergaba hacia la reina le golpearan de frente y se asentaran en su estómago como si de mil mariposas se trataran.

Abrazando a su reina desde su espalda, estrechándola en sus brazos y su corazón gritándole que la amaba. De pronto todo empezaba a tener sentido, todas las dudas, todos los miedos tenían su origen en unos sentimientos incomprendidos, amor. Emma Swan, la libertina Emma, la aventurera Emma, la solitaria Emma se había enamorado y no había vuelta atrás.

No quería soltarla, quería sentirla cerca, sus sentimientos recientemente aceptados la estaban desbordando. ¿Así que eso era enamorarse? Ser capaz de cualquier cosa por su reina, por la sonrisa de su reina. Si Emma estaba empeñada en romper la dichosa maldición que hacía tan infeliz a Regina, ahora tenía un motivo de peso para romperla, cuanto antes mejor, Emma Swan no era conocida precisamente por su paciencia y, si su reina quería amarla, haría lo imposible para que eso ocurriera, para cumplir todos sus deseo y hacerla dichosa.

Tragó saliva lentamente cuando su reina soltó el abrazo y se giró a mirarla, sus enormes ojos oscuros, llorosos por primera vez en su vida, clavados en la mirada azul de la rubia, una mirada que intentaba expresarle el volcán de emociones que albergaba en su interior.

Como cada noche su reina se lanzó a sus labios con ansia, mordiéndolos, aprisionándolos, marcándolos como suyos sin saber que la rubia ya se sentía suya por completo. La ansiedad seguía gobernando sus movimientos, mas la rubia apenas podía respirar pues, la reina iba a hacerla suya y ella sabía que siempre querría más, quería sonrisas cómplices, miradas cargadas de deseo y sentimientos, quería decirle todo cuanto llevaba dentro y saberse correspondida, quería ser suya por amor y no por frustración, pero por encima de todo quería la felicidad de su reina y estaba dispuesta a cualquier cosa para conseguirla, incluso a enfrentarse a un pasado del que llevaba huyendo toda la vida.

Cuando ambas cayeron rendidas, Emma se aferró a su reina, que la miraba expectante. Esperaba su cuento aunque la rubia ya le había relatado uno bajo las estrellas. Emma se perdió en la mirada de su reina y con una sonrisa empezó a narrarle una nueva historia.

"Pigmalión era un escultor que vivía en Chipre. Buscó durante muchísimo tiempo a una mujer con la que casarse, pero, con una condición: debía ser la mujer perfecta. Frustrado en su búsqueda, decidió no casarse y dedicar su tiempo a crear esculturas preciosas para compensar su falta. Una de ellas, Galatea, era tan bonita que Pigmalión se enamoró de ella.

Mediante la intervención de Afrodita, Pigmalión soñó que Galatea cobraba vida. Pigmalión se dirigió a la estatua y, al tocarla, le pareció que estaba caliente, que el marfil se ablandaba y que, deponiendo su dureza, cedía a los dedos suavemente, como la cera del monte Himeto se ablanda a los rayos del sol y se deja manejar con los dedos, tomando varias figuras y haciéndose más dócil y blanda con el manejo. Al verlo, Pigmalión se llena de un gran gozo mezclado de temor, creyendo que se engañaba. Volvió a tocar la estatua otra vez y se cercioró de que era un cuerpo flexible y que las venas daban sus pulsaciones al explorarlas con los despertar, Pigmalión se encontró con Afrodita, quien, conmovida por el deseo del escultor, le dijo:

"Mereces la felicidad, una felicidad que tú mismo has plasmado. Aquí tienes a la reina que has buscado. Ámala y defiéndela del mal".

Como cada noche su reina se durmió en sus brazos, serena y tranquila más esa noche Emma no pudo dormir. El relato de Pigmalión no lo había elegido al azahar pues la rubia sabía que la única manera de romper la maldición de su morena, era ir al origen de esta, Emma debía buscar a Afrodita para que le devolviera a su reina la humanidad, de la misma manera que hizo humana a Galatea.

Emma pasó la noche en vela observando a Regina, observando sus facciones mientras dormía, y armándose de valor para hacer lo que debía hacer, memorizó sus rasgos para que, si por casualidad le flaqueaban las fuerzas, el recuerdo del rostro de su reina la impulsara adelante. No iba a rendirse en su empeño de devolverle a su reina el corazón. Aunque sabía que no podía hacerlo sola, tenía demasiado rencor acumulado en su alma hacia Afrodita. Necesitaba a Ruby para esa última aventura.

Cuando amaneció, Emma le explicó a su reina que debía ausentarse unos días por un asunto importante, le pidió permiso para llevarse a Ruby con ella para no ir sola. La reina no quería prescindir de su rubia, era la única compañía que tenía pero cedió ante la insistencia de esta. La conocía bien, sabía que se asfixiaba en palacio, si necesitaba irse un tiempo lo entendía aunque en el fondo de su alma le pesaba demasiado separarse de ella. Como si le leyera el pensamiento, Emma le prometió que volvería muy pronto, antes de que la reina tuviera tiempo de extrañarla. Tentando a la suerte, la rubia le robó un beso a la reina, para recordarla durante su viaje y se marchó a buscar a su hermana.

Cuando llegó a Ruby, esta la miró y supo en seguida que iban a enfrascarse en alguna aventura alocada. Emma tenía esa mirada que precedía a alguna idea loca que se le había ocurrido y Ruby, a pesar de ser mayor que ella, nunca podía decirle que no. Así que simplemente miró suspirando a su hermana y le preguntó:

-¿A dónde vamos hermanita?

Emma sonrió nerviosa, su hermana era la única que conocía su pasado. La única que podía ayudarla en esa empresa que estaba a punto de emprender, esperaba de corazón que no se negara. Suspirando miró a Ruby y respondió con más resignación de la que quería expresar.

-Nos vamos a ver a mi Madre.

Ruby la miró, aceptó sin hacer preguntas. Su hermanita debía estar realmente enamorada de la reina si había tomado semejante decisión y ella no la dejaría sola.

Partieron a media mañana, cabalgando con prisa pues cuanto antes llegaran, antes podrían volver. Emma estaba nerviosa, demasiado nerviosa, tras diecinueve años sola y renegando de sus orígenes se enfrentaba a su pasado por amor. Ruby simplemente cabalgaba a su lado, ofreciéndole su silencio cómplice pues sabía que la rubia estaba luchando contra demasiados fantasmas, demasiado dolor en su alma durante demasiados años.

Partieron dejando a una solitaria y triste reina observándolas alejarse, a medida que la melena de su rubia iba haciéndose más pequeña, Regina iba sintiendo los estragos de su ausencia, se sentía tan sola, tan vacía que no creía poder soportarlo.

Cuando finalmente desapareció en el horizonte, la reina se tumbó en su cama y abrazó el almohadón que solía usar su rubia, estaba impregnado de su aroma, la extrañaba demasiado y no entendía por qué. Le molestaba el silencio de su soledad, ¿en qué momento se había hecho adicta a la voz de Emma? ¿Por qué necesitaba tanto tenerla cerca?

Poco a poco fue cayendo en un profundo sueño, repitiendo en su mente una y otra vez los cuentos que le contaba Emma, repitiendo en su mente las últimas palabras que le dijo al partir, la promesa de que volvería antes de que pudiera extrañarla. Cuán equivocada estaba pues, nada más salir de sus aposentos, la reina ya la echaba terriblemente de menos.

Aprendiendo a sonreírDonde viven las historias. Descúbrelo ahora