¿Cuál es tu deseo?

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Cuando la reina despertó, se sobresaltó al ver que no estaba sola en su lecho. De pronto recordó que Emma se había empeñado en quedarse y ahí estaba, profundamente dormida y con una estúpida sonrisa pintada en el rostro.

La reina fue recordando los detalles de la noche anterior, como la atrajo a sus brazos, como la calmó con sus caricias, como el enfado dio paso a la curiosidad y sobre todo recordó lo mucho que le había conmovido el relato de la rubia. Un relato de un destino horrible pero con final feliz. ¿Existiría un final feliz para ella? Tenía, desde la noche anterior, la esperanza de que así fuera.

Como un leve intento de venganza por la desobediencia deliberada de la rubia, Regina la empujó, aun dormida, fuera de su cama. Emma se despertó gritando y maldiciendo, mirando a todos lados, buscando el motivo por el cual había acabado en el suelo cuando vio a la reina mirarla, tragó saliva pues Regina parecía molesta y bastante enfadada. No se lo pensó dos veces cuando la Reina le gritó que se marchara, salió corriendo a buscar a la única persona con la que podía hablar de este tema, su hermana.

Ruby ya no se asombró al ver llegar a su hermana con el rostro lleno de confusión, podía ver a kilómetros que Emma empezaba a sentir algo fuerte por la reina y muy a su pesar, sabía que su hermana nunca se daba por vencida. Iba a sufrir muchísimo y ella lo sabía.

Escuchó con paciencia todo lo que le contó Emma y, cuando le dijo que había dormido con Regina, que incluso le había contado una historia sin ser rechazada, cuando le contó como la reina se había dormido plácidamente entre sus brazos, Ruby estaba bastante asombrada. En su mente mil dudas, desde siempre la reina había sido completamente reacia a cualquier contacto, a recibir cualquier tipo de afecto al no poder devolverlo, pero parecía que con Emma todo era distinto, no solo le permitía acercarse a ella sino que le había permitido un acercamiento más íntimo, habían compartido algo más que lujuria desenfrenada, un momento que se podía catalogar como tierno, aunque al amanecer todo fuese igual que antes.

Para Emma las semanas siguientes fueron peor que una tortura mental, cada noche iba al encuentro de su reina y cuando era despedida se negaba a marcharse, cada noche era una lucha que Emma acababa ganando con una nueva historia sobre dioses, héroes, y finales felices que llevaban a la reina a dormir en paz, a dormir tranquila en brazos de su rubia. Cada mañana la misma historia, su reina furiosa la echaba y todo volvía a empezar.

Mientras Emma se rompía la cabeza pensando como devolverle a Regina su corazón, no se daba cuenta de sus propios sentimientos, cada día más profundos. No se daba cuenta de que, poco a poco, había creado una adicción a perderse en los ojos de su reina, estaba tan absorta en su misión que olvidó estar pendiente de sí misma, de su corazón que cada día latía más fuerte por la extraña morena. Y sin darse apenas cuenta, Emma Swan se enamoró perdidamente y como nunca se había enamorado de una joven reina incapaz de sentir.

El momento en el que sus sentimientos le golpearon de lleno en el rostro fue una noche, una de las noches que pasó con su reina, una noche distinta a todas ellas, la noche que su reina lloró por primera vez en su vida.

Emma vagaba por los pasillos del palacio sin saber que nueva historia contarle a su reina. Estaba convencida de que sus historias la ayudarían a llegar a ella, a hacerle sentir, algo dentro de ella le decía que podía conseguirlo y no pensaba darse por vencida.

La fuerza de sus sentimientos aún desconocidos le guiaba en esa lucha contra los propios dioses, contra una maldición inquebrantable que ella debía romper.

Cuando llegó a la habitación de su reina se quedó estática y asombrada ante la visión que encontró. Su hermosa reina estaba en el balcón, más bella que nunca, la luna sobre su rostro frío e impermeable, sus ojos oscuros perdidos entre la inmensidad del cielo cubierto de estrellas.

Emma se acercó por detrás a Regina sin hacer ruido, no quería romper ese momento lleno de magia, la abrazó tiernamente por detrás, sobresaltándola, mas cuando Regina vio quién la estaba abrazando simplemente se relajó y siguió mirando las estrellas.

Emma supo exactamente que historia quería contarle en ese momento y, atrayendo a la reina contra su pecho con suavidad, encajó suavemente su cara en su hombro y empezó a relatarle una nueva historia.

-Calisto era una bella ninfa y fiel seguidora de Diana. Calisto había prometido no amar a ningún hombre. Estaba entregada a la caza y a la vida salvaje. En sus manos llevaba una jabalina y con esas armas honraba a la diosa cazadora de los bosques persiguiendo a las presas. Calisto era la más protegida por Diana y su más frecuente compañera, pero ningún privilegio es duradero.
Zeus era un dios con el corazón inquieto y siempre estaba persiguiendo y conquistando a las mujeres jóvenes más hermosas.
Hera, la esposa de Zeus, era muy celosa porque su marido siempre estaba cortejando a otras mujeres.
Un día Zeus vio a Calisto cuando volvía de la cacería y, al instante, se enamoró de ella. Tomó la figura y las prendas de Diana y habló con Calisto. Ésta la saludó con veneración y comenzó a relatarle sus mejores cacerías. Luego se transformó en sí mismo y besó a Calisto. Ésta trató de escaparse de mil modos, pero no lo logró y cayó bajo los influjos del amor de Zeus.
Calisto fue invitada por Diana y el séquito de ninfas a bañarse en un manantial. Ella intentó evitarlo para que Diana y las ninfas no pudiesen ver que estaba en cinta, pero la diosa le ordenó que se metiera y todas descubrieron su secreto. La diosa al descubrirlo, echó a Calisto y ésta tuvo que huir.
Al saber Hera que Calisto había dado a luz a Arcas. Calisto fue convertida en una osa y, además, Hera la privó de la capacidad de hablar.
Pasaron quince años y Arcas creció. Un día en el monte Erimanto, Arcas estaba cazando cuando apareció Calisto y supo que era su hijo pero él no sabía quién era. El joven se dispuso a atravesarle el pecho con su mortífera lanza.
Zeus impidió el crimen mandando un torbellino que arrancó a Calisto y a Arcas y los transportó por el espacio , depositándolos en el firmamento. Allí, Calisto y Arcas se convirtieron en las dos constelaciones de estrellas más brillantes, la osa menor y la osa mayor, y así, madre e hijo permanecen juntos por toda la eternidad.

Cuando Emma terminó de relatar la historia de las estrellas, no pudo percibir como una pequeña lágrima escapaba por la mejilla de su reina, una pequeña lágrima que escondía la mayor de las esperanzas para Regina que, conmovida por la historia que le había relatado la rubia, buscó las constelaciones que esta le señalaba. Regina no entendía que le estaba pasando, solo sabía que no quería que Emma la soltara y aferró sus brazos con fuerza. Emma al notarlo se conmovió y susurro al oído de su reina.

-No os preocupéis majestad, yo nunca os dejaré caer.

Fueron las palabras más sinceras que Regina había oído desde la muerte de sus padres y, con absoluta confianza se dejó abrazar por su Rubia.

Estuvieron varias horas mirando el cielo en silencio cuando de pronto pasó una estrella fugaz, la niña que vivía dentro de Emma salió alegremente e hizo una simple pregunta sin estar preparada para la respuesta que recibiría.

-Decidme mi reina, ¿cuál es vuestro deseo?

-Lo único que deseo es algún día poder enamorarme de ti.

Aprendiendo a sonreírDonde viven las historias. Descúbrelo ahora