Te voy a contar un cuento

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Emma se dirigía a la habitación de su reina con un nudo en el estómago. Sabía perfectamente que iba a suceder una vez llegara, lo mismo que llevaba sucediendo desde hace varias semanas. Su reina buscaría liberar cada una de sus frustraciones en el cuerpo de la rubia y una vez cansada la despediría pues nunca lograba su objetivo, sentir algo, no sentirse vacía.

Emma tragó saliva, su nerviosismo era notable. Desde lo más profundo de su ser la voz de la razón le gritaba que huyera, que se marchara para siempre de ese palacio, de ese reino, que se alejase de esa morena sin sentimientos que solo le había traído problemas desde el principio.

Más una fuerza superior a cualquier motivo lógico que existiera movía a Emma cada noche a surcar esos pasillos hasta su reina, a entregarse a ella sabiendo que saldría herida, una fuerza desconocida le impedía marcharse, simplemente no podía irse sin haber visto una sonrisa en el rostro de la morena.

Había acudido a Ruby para entender, para que le explicase por qué Regina era así, porque era tan fría, tan distante, por qué su rostro era impasible, por qué sufría…

Su hermana mayor le contó la historia de como Afrodita maldijo a la reina siendo esta un bebé, la maldijo a no sentir nada durante toda su vida, por eso la llamaban la reina sin corazón, era incapaz de sentir nada y por eso se escondía del mundo, por eso estaba siempre sola, de ahí venía su frustración, su anhelo de sentir algo, lo que fuera, de ahí venían sus arrebatos hacia la rubia que sin saberlo estaba cambiando todo.

Odio, eso sintió Emma hacia Afrodita al conocer la historia de su reina. La rubia había odiado a los dioses toda su vida, en especial a la diosa del amor pues su pasado la ligaba a ella con un nudo inquebrantable, Afrodita era el motivo por el cual Emma jamás se quedaba en ninguna parte, no tenía raíces, no tenía hogar. Lo único que tenía la rubia era su lealtad hacia su hermana y su libertad para ir donde quisiera cuando quisiera, sus aventuras, sus sueños aun sin cumplir. Pero todo eso quedó en segundo plano cuando el destino la llevó a los brazos de una reina maldita, desde ese momento Emma solo tenía un objetivo, hacer sonreír a su reina, romper su maldición y así cumplir su venganza personal contra la diosa que había arruinado su vida.

Tragó saliva antes de entrar en las dependencias de Regina. Aunque se había acostumbrado a su locura, la reina seguía teniendo el poder de imponerle con una sola mirada.

Ahí estaba ella, tan hermosa como siempre, tan maldita como siempre, sus miradas se cruzaron y Emma supo que esa noche lo iba a cambiar todo, esa noche por mucho que su reina le gritara, le ordenara, le exigiera que se marchara Emma iba a quedarse a su lado, pasando las noches con ella sin dejarla sola iba a buscar el modo de llegar a ella, de que ella la sintiera, no tenía ni idea de cómo iba a hacerlo pero rompería su maldición.

Se miraron unos segundos antes de que Regina la lanzase sobre su lecho, siempre tan impaciente, escondiendo en su brusquedad la temible necesidad de sentir el calor de sus abrazos.

Así empezaron una lucha que llevaba dándose desde aquella primera vez tras romper el espejo, la lucha sobre cuál de las dos dominaría a la otra, una lucha que siempre ganaba la reina pues desarmaba a su rubia con solo una caricia.

Emma perdió la razón, como le ocurría cada vez que su reina la rozaba, simplemente dejaba de pensar, dejaba salir a flote sus instintos más primitivos, sus más oscuros deseos, se dejaba llevar por las cada vez más expertas caricias de su reina.

Su lucha silenciosa, solo coronado por suaves gemidos y algún grito incontrolable duró unas horas hasta que ambas caían agotadas y la reina, como siempre sin mirarla, la despedía para quedarse sola, para poder recomponerse y aceptar con resignación que seguía sin sentir nada.

Regina se giró para no sostener la mirada aguamarina de la rubia, esa mirada que la confundía tanto y tan fría y estática como siempre le ordenó que se marchara más Emma simplemente se acercó a ella, la atrajo entre sus brazos dejando a la reina completamente confundida. ¿Qué diablos estaba haciendo? Le había ordenado que se fuera y nadie desobedecía una de sus órdenes. Al igual que en su primer encuentro, la reina no supo que decir y se dejó abrazar completamente confundida. Una vez recuperando la compostura, Regina habló con la misma voz fría y carente de emoción de siempre, a pesar de que estaba desarmada por las muestras de cariño de la rubia

-Creo haberte dicho que te marcharas, no quiero que te quedes aquí, quiero dormir.

-Esta noche no me voy majestad, me niego a dejaros sola, no después de todo lo que está pasando entre vos y yo

-No está pasando nada entre usted y yo Swan, simplemente me divierto.

-Shh calla anda, relájate, te voy a contar un cuento.

Regina suspiró, esa chica era cabezota, muy terca, conseguía sacarla de sus casillas y a la vez matarla de curiosidad. Seguro que ahora iba a contarle alguna de esas locas aventuras fantasiosas suyas, cualquier estupidez. Se encontró a si misma esperando impaciente a que empezara a hablar pues sus historias tenían un efecto calmante sobre su alma atormentada, cuando la escuchaba olvidaba por un momento que estaba maldita y se permitía soñar con esas aventuras dignas de cualquier mito.

Emma, acariciando suavemente con sus dedos el vientre de Regina empezó a contarle a su reina un cuento, el primero de muchos, empezando sin saberlo una rutina que cambiaría todo entre las dos.

-Prometeo era un titán que osaba provocar la ira De Zeus. El poderoso Dios del Olimpo tomó la medida deprivar a la humanidad del preciado fuego, con la intención de que sirviese de castigo a Prometeo considerado benefactor de los hombres. Sólo consiguió que el osado de Prometeo entrase sigilosamente en el Olimpo para robar del mismísimo carro del Dios Sol el fuego tan atesorado por los mortales.

Fue la acción que le faltaba para desatar la ira brutal de Zeus que mandó a Hefestos encadenarlo a una roca para toda la eternidad, cada día su hígado era devorado por un águila y durante la noche dicho órgano era regenerado para poder ser devorado una y otra vez.

Un cruel destino del que solo Hércules, hijo de Zeus consiguió liberarlo.

Emma terminó su historia y miró dulcemente a su reina que se había quedado dormida en sus brazos, su rostro sereno mientras dormía la llenó de ternura. Y así decidió que cada noche se quedaría a contarle un cuento solo por tener el placer de verla dormir. No supo que su historia había despertado en Regina la esperanza de que las cosas cambiaran. Si Prometeo fue liberado por Hércules ella también podía ser liberada de tan pesada carga, con esos reconfortantes pensamientos se fue quedando dormida, respirando el dulce aroma de esa rubia que sin saberlo estaba moviendo todo su mundo.

Emma pasó la noche en vela mirando a su reina, en ese momento supo que quería pasar así toda su vida, por primera vez no sentía ganas de huir, no añoraba su libertad, por una vez supo que estaba donde debía estar, en el lecho de su reina contándole historias que la hicieran soñar.

Aprendiendo a sonreírDonde viven las historias. Descúbrelo ahora