Aprendiendo a sonreír

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Dolor, tanto dolor que la abrasaba por dentro. Toda una vida sin sentir nada y de pronto tanto dolor… Regina sentía que se iba a volver loca, no podía dejar de llorar, los gritos desgarrados asustaron a todos los habitantes del castillo, que intentaban sin éxito entrar a los aposentos de la reina para ver qué le sucedía.

El alma de Regina se rompía en mil pedazos con cada sentimiento negativo que recibía, lloraba por la muerte de sus padres, le desgarraba el alma no haber podido amarlos nunca, lloraba todas sus noches a solas, su vida silenciosa, lloraba sus desdichas, sus miedos, tanto dolor que jamás había sentido y ahora se despertaba en ella sin darle tiempo a asimilarlo.

Estaba perdiendo la cabeza, solo quería que parase, que no doliera más. Su llanto en lugar de darle alivio la hundía más en la oscuridad, estaba sufriendo, y estaba sola.

La imagen de Emma en su mente, la rubia no estaba con ella, rompió su promesa de no dejarla caer pues se estaba consumiendo entre lágrimas y gemidos cada vez más ahogados.

En su mente un solo deseo, detener el dolor, dejar de sentir y esta vez para siempre. Enloquecida por tanto dolor cogió un pequeño puñal que tenía guardado para protegerse, mas estando sola como estaba ¿Quién iba a protegerla de si misma?

Sin capacidad de razonar y movida por sus emociones libres e incontrolables, la reina de Corinto se dispuso a quitarse la vida.

En toda su corta vida, Emma jamás había corrido tanto. Su corazón completamente desbocado y el pánico en su pecho al no saber que trágico destino le había ocurrido a su reina. La risa de Afrodita no dejaba lugar a dudas, algo horrible le había hecho y Emma no estaba con ella para ayudarla.

El camino se le hizo eterno, el ansia de llegar y ver que a Regina no le había pasado nada, que todo había sido nada más que un mal presentimiento no permitía que la rubia parase aunque sus caballos estaban completamente reventados.

Su intuición jamás le había fallado y el dolor que sentía en su pecho era una clara indicación de que su reina la necesitaba. Se odió a si misma y a su estúpido plan para ayudarla. Sin duda lo había empeorado todo pero no podía imaginarse hasta que punto.

Cuando llegaron a Corinto y penetraron en el palacio a Emma se le heló la sangre y empezaron a sudarle las manos. Lo único que podía escucharse en el recinto eran gritos, los gritos de su reina, gritos de dolor.

Y de pronto el silencio, un silencio que no presagiaba nada bueno. Emma no podía pensar con claridad, solo tenía en mente llegar hasta su reina, apaciguar su dolor, corrió como nunca había corrido en toda su vida y, al llegar a sus aposentos y ver que en la puerta varios criados intentaban entrar sin éxito, con una fuerza sobrehumana que ni ella misma sabía que poseía, tiró la puerta abajo y por un instante se le congeló el aliento y se le paró el corazón.

Su reina, descompuesta y rendida, con un pequeño puñal en sus manos apuntando directa a su corazón, buscando quitarse la vida.

Emma sintió su alma quebrarse y, sin pensar que Regina era la reina, que podía mandarla matar por lo que estaba a punto de hacer, se abalanzó sobre ella para impedir que cometiera semejante locura.

Le arrebató con demasiada ansiedad el puñal de las manos y lo lanzó lejos de su alcance. Miró a su reina, tan frágil, tan perdida, su mirada siempre fría solo expresaba horror y sufrimiento. Estaba a punto de derrumbarse, de caer pero Emma no lo iba a permitir.

La estrechó con suavidad entre sus brazos y le susurró palabras dulces al oído, recordándole una y otra vez que estaba ahí con ella, que no iba a dejarla sola nunca, que no iba a dejarla caer nunca.

Suavemente iba secando las lágrimas de Regina que empezaron a caer una vez más y, mirándola a los ojos, por un momento todo odio hacia Afrodita, todo miedo a su pasado, todo sentimiento que podía tener dentro Emma quedó eclipsado por uno mucho más grande, uno que se negaba a admitir pero del que ya no podía escapar, en ese momento lo único que sentía Emma era amor incondicional hacia su reina y, tras un largo suspiro, la volvió a mirar a los ojos y simplemente le susurró.

-Te amo Regina

Para justo después fundir sus labios con los de su reina, sin darse cuenta de que en el mismo momento que sus labios se juntaron, el pecho de la reina se iluminó con una luz tenue y hermosa.

El amor sincero de Emma hacia su reina le había devuelto su corazón.

La rubia no sabía que estaba haciendo, se dejaba llevar por sus sentimientos largo tiempo reprimidos y lentamente tumbó a su reina sobre el lecho. En su mente y en su corazón una única idea, amarla con toda la intensidad que sentía y hacer que su reina la sintiera, que su reina supiera que ciertas fueron sus palabras al expresarle su amor.

Había estado en esa cama muchas veces, entregada a una reina de pecho vacío, mas esa noche iba a ser diferente, esa noche Emma tenía el mando, esa noche iba a hacerle el amor a su reina sin frustración, sin prisa y sin más anhelo que el de plasmar en su piel todos sus sentimientos por ella.

Con toda la suavidad del mundo, susurrando palabras tiernas en su oído la rubia fue recorriendo a su reina lentamente, quitándole sus prendas, descubriéndola como si fuera la primera vez, recorriendo cada centímetro de su piel con sus labios, con las yemas de sus dedos, sin prisa.

El llanto y los gritos de dolor de Regina se fueron transformando en pequeños gemidos de placer en brazos de la rubia. El dolor que había sentido pocos minutos antes, el dolor que casi la lleva a la muerte estaba siendo eclipsado por mil sensaciones completamente nuevas y agradables. Con cada roce de su rubia sentía como nacían mil mariposas en su estómago, descubrió el calor ardiente de sus caricias, la tranquilidad y seguridad que le daban sus palabras pero sobre todo paz, paz porque su alma estaba equilibrada, poco a poco las emociones de bienestar fueron eclipsando al dolor y relajada y tranquila dejó que su rubia le hiciera el amor, sabiendo que nunca más estaría vacía, que nada volvería a ser frío. Sabiendo que mientras Emma estuviese a su lado ella sería completamente feliz.

Y así pasó la noche abrazada a su rubia, sintiendo a su rubia en todos sus rincones, dejándose amar y amando completamente, mil lágrimas de felicidad al sentir el amor ardiente del que hablaban siempre los mitos, se sintió completa por primera vez en su vida al llegar al clímax con su rubia dentro de ella, besándola, besos que ya no escondían frustración y miseria, besos tan sinceros como aquel que le devolvió su corazón.

Al llegar el amanecer y encontrarlas agotadas, juntas en silencio y mirándose a los ojos, Emma apoyó su oído en el pecho de su reina, donde antes solo se escuchaba el vacío ahora latía su corazón.

Fue dejando pequeños besos desde su corazón hasta sus labios y al separarse para volver a contemplar a la mujer que amaba se quedó maravillada ante su hermosa visión. Su reina estaba sonriendo y era la sonrisa más hermosa que Emma había visto en su vida.

Regina sonreía mientras algunas lágrimas incomprensibles para ella caían de sus ojos, no entendía que sentía, tenía que aprender a controlarlo pues todo era nuevo para ella mas sonreía pues en sus pensamientos había una certeza más allá de cualquier pensamiento lógico. Ahora que podía amar su corazón le decía que amaba a Emma. La había amado siempre incluso sin poder sentir ya la amaba, sonreía pues su rubia patosa, impertinente y charlatana le había devuelto la vida y no podía ser más feliz.

Aprendiendo a sonreírDonde viven las historias. Descúbrelo ahora