Los días que sabíamos amar

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Prefacio

Santa Cruz

Argentina

–¡Facu, espérame! –Gritó Antonella corriendo a lo más que le daban sus piernas. Facundo iba muchos metros adelante, apenas miró hacia atrás para ver que tanto adelantaba a Nella –como le decía él.

–¡Corre, Nella! ¡Es una competencia! –Gritó también disminuyendo la velocidad. Antonella corrió más fuerte casi alcanzando a Facundo, pero cuando faltaba poco él se aprovechó de los casi 20 centímetros más que medían sus piernas, durante el último trimestre había dado “el estirón” de la adolescencia–. ¡Te gané! –Dijo llegando finalmente a la catedral de Río Gallegos, Nuestra señora de Luján.

Cuando Antonella logró llegar, miró a Facundo con ceño, éste estaba sentado en la entrada, descansando de la carrera.

–Pareces una gacela –Le dijo ella de mal modo–. Y además, tú no llevas nada, yo llevó mi bolsa –Facundo rió y se encogió de hombros.

–Te habría ganado aún cuando yo llevara el bolso –Antonella iba a replicar pero el sonido de las campanas de la iglesia la acallaron–. ¡Corre, tonta! –Le instó Facundo. Antonella asintió y corrió hacia dentro de la iglesia a toda prisa.

Facundo y Antonella habían nacido en el mismo barrio de Río Gallegos, en Santa Cruz, en pleno sur de Argentina, Facundo era el menor de 3 hermanos: Silvia y Francisco, mientras Antonella era la única hija de un matrimonio mayor, vecinos de los padres de Facundo, lo que los llevó a conocerse desde siempre; era imposible ver a Facundo sin Antonella, ni siquiera en la escuela, a pesar de llevarse dos grados de diferencia, en los recreos ambos siempre estaban juntos. Por eso tal vez era que Facundo cada tarde del miércoles esperaba una hora en las escaleras de la catedral a que Antonella saliera de su clase de catecismo, como ella lo había hecho 2 años atrás. Facundo bien podía estar entrando en la etapa de la plena adolescencia, pero eso no iba impedirle permanecer junto a Nella, incluso si eso representaba perderse muchas cosas o jugar a ser un niño todavía.

Cuando una hora más tarde todos estaban saliendo, Facundo rió al percatarse de que Antonella no salía, pasaron otros 25 minutos antes que la niña saliera arrastrando el bolso y con cara de pocos amigos.

–¿Qué te tocó esta vez? –Preguntó él parándose y caminando al lado de Nella.

–Un Padre Nuestro, un Ave María y cinco Salve –Contestó ella caminando a zancadas–. No puedo llegar tarde la próxima clase, Facu –Se quejó con tono lastimero–, si rezó otro Salve moriré.

–Ya sólo te quedan dos semanas, dos clases y ya.

–Dos clases y el retiro.

–Dos clases y el retiro –Concordó Facundo–. Pero míralo de esta forma, después de tu comunión nos vamos una semana a Buenos Aires –Dijo, lo que no era enteramente cierto, puesto que sí, su familia iría a Buenos Aires, como todos los años, pero esta vez Facundo había querido que Antonella fuera con ellos, estaba seguro que los papás de Nella la dejarían ir, ellos estaban mayores para andar de aquí para allá y por eso Antonella no conocía la capital, era un buen plan, a los inocentes ojos de Facundo y Antonella.

Estuvieron jugando toda la tarde en el patio de la casa de Antonella, hasta que sus respectivos padres llamaron a la hora de la cena.

~*~

Antonella volvió a llegar tarde a las dos últimas clases de catecismo, y fue la última en llegar el día del retiro, lo que acarreó para ella una treintena de Salve.

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