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Se estaba volviendo loco, o el aire de Río Gallegos estaba pinchado. Facundo estaba en la iglesia, al lado de Nella, que rezaba la Salve mirando la imagen de la virgen en el altar, en ese momento él tuvo la certeza de que dejaría todo atrás por ella, su vida, su trabajo… Todo y a todos, sin importar nada más. Nella era todo para él, había sido un tonto si lo negaba, ella era la felicidad, la libertad y el motor de su vida. Él no podía dejarla de nuevo.

El puerto estaba a rebosar de gente, los turistas que aprovechaban sus últimas horas allí, antes de retomar a sus lugares de origen. Facundo, sorbió del vaso de cartón de chocolate caliente, de la más reciente y exitosa cafetería del lugar.

–¿Dónde estás trabajando? –Le preguntó a Nella, que iba a su lado.

–En la empresa de gas. En la parte administrativa, soy la asis-tonta del administrador.

–Asis-tonta, tonta –Se burló–. ¿Estudiaste administración, entonces?

–Sí, con especialización en finanzas.

–Te gustaban los números.

–Sí. ¿Y tú, te volviste astronauta? –Ambos rieron–. Después de que te fuiste, siempre veía las noticias esperando verte ir a la Luna o a Marte.

–Decía que quería ser astronauta, porque tú querías ser aeromoza, a los 12 años, no sabía que no tenían nada que ver una cosa con la otra. Tendría que haber dicho: piloto.

Siguieron caminando.

–Me gradué en leyes, como papá, como Francisco. Nada que la gente no esperase de mí.

–¿Y eso te hace feliz?

–Bastante.

–Me alegro.

Facundo tiró en la papelera el vaso ya vacío, y se atrevió a hacer lo que había querido después de dejar a Lucía en casa para ir al puerto, tomar a Nella de la mano, ella aceptó entrecruzando los dedos con él, se sentía tan bien.

–Tú me haces feliz, Nella –Le dijo mirándola de costado, ella sonrió brevemente–. Siempre fue así.

–Puedo decir lo mismo.

Caminaron hasta el boliche más concurrido, se sentaron en la mesa más apartada y comenzaron a hablar de los cambios que habían ocurrido en la localidad, quienes se habían ido, y quienes permanecían, de los amigos de él, sabía que ya no quedaba nadie, casi todos se habían ido a Buenos Aires o fuera del país, como él mismo. Más charla circunstancial.

–Mañana debo trabajar, pero te recomiendo que vayas al mall, tiene un montón de tiendas nuevas, cine, y después de las 3 de la tarde, siempre hay función de teatro en la plaza central. Igual, y si no quieres salir puedes ir a casa, mi mamá estará contenta de que estés allí, y puedes usar la tele, ella tiene uno en su habitación donde ve telenovelas toda la tarde, tendrías la sala para ti solo, tengo algunas películas, así que te puedes entretener.

Facundo le sonrió.

–Me las ingeniaré, gracias por el ofrecimiento, creo que te tomaré la palabra e invadiré tu casa –Ella le sonrió, y él le acarició la mejilla, Nella posó la mano en su antebrazo. Facundo se estiró y la besó de forma corta. Volvió a su posición y ellos se quedaron un buen rato allí, absortos el uno en el otro, con las manos agarradas sobre la mesa, como una pareja en su burbuja.  Sí, ella valía dejarlo todo.

Los días que sabíamos amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora